Dicen que en política no hay sorpresas sino sorprendidos, el dicho hace referencia a que por diferentes razones no podemos ver lo que realmente está sucediendo, al no verlo, no entendemos lo que va a pasar y acabamos sorprendidos.
Sacamos por conclusión, ante la diferencia entre nuestras expectativas y los resultados, que la realidad dio un vuelco, sin captar que no fue la realidad lo que volcó, sino que nosotros no alcanzamos a entenderla y por ello nos sorprendemos de que no suceda lo que creemos que va a pasar.
A todos nos ha pasado y tiene que ver con los llamados sesgos de percepción como veremos más adelante.
El caso más actual en la política internacional, en el cual muchos hoy se dicen sorprendidos de que Javier Milei, apodado “El Loco” durante su juventud, haya sido electo como presidente de Argentina, sobre todo porque las encuestas pronosticaban un resultado cerrado entre los dos candidatos contendientes en la segunda vuelta.
No hubo tal, Milei ganó por más de 10 puntos porcentuales, algo que hay quienes consideran una verdadera paliza en favor de este y en contra del peronismo gobernante.
Dos de cada tres encuestas publicadas en ese país fallaron en reconocer al ganador y todavía hay quienes consideran a estas como elementos a ser tomadas en cuenta a la hora de entender lo que puede o no suceder en las próximas elecciones de nuestro país.
Ni siquiera haber tirado una moneda para elegir al ganador nos hubiera dado, en teoría, menos probabilidades de acertar en el caso de Argentina, entonces ¿qué nos hace pensar que aquí las encuestas son o serán certeras?
Lo más probable es que nuestras expectativas tengan como base solo aquello en lo que creemos o queremos creer, nuestros sesgos cognitivos, tan bien estudiados, entre otros, por el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, quien analiza si en realidad nuestras decisiones son racionales tal y como lo ha supuesto durante mucho tiempo las ciencias políticas y las económicas.
La respuesta es un rotundo no, por más que no nos guste esta respuesta, sucede que muchas de nuestras acciones y posturas ante la realidad no son totalmente racionales y por ahora no tenemos los instrumentos para medirlas, claramente podemos estar hoy bastante seguros de que las encuestas, tal como las conocemos, no son ese instrumento.
Por estos días se ha hablado bastante acerca del libro de Gabriel González Molina titulado “SWITCHERS S2. El segmento de la orfandad: Entre el Resentimiento y Salir Adelante”, un intento de mejorar la eficacia de las encuestas.
En este texto se busca realizar un análisis más fino de la realidad de las preferencias electorales que el realizado hasta hoy, aunque también es un intento por perfeccionar las encuestas como instrumento de medición de la realidad electoral.
Según el autor, el techo de votación para Morena se encuentra en un 42%, lo cual en principio parece una excelente noticia… hasta que no se analiza la composición de ese porcentaje y se subraya que ya no hay espacio para el crecimiento de ese partido.
De ese 42%, solo la mitad, un 21% va a votar sí o sí, por Morena, el otro 21% puede hacerlo, pero no necesariamente lo hará, ya que no está totalmente convencido de que las políticas públicas impulsadas por este partido le beneficien, aunque simpaticen con el presidente.
En el otro extremos estaría un 23% que sí o sí va a votar contra Morena, en tanto que otro 10% podría también hacerlo. Lo que más o menos nos habla de un equilibrio de fuerzas, favorable para Morena, es cierto, pero no tan desbalanceado como el que nos pintan las encuestas hasta el día de hoy.
La conclusión del autor es que hay aproximadamente un 35% de los potenciales electores que en realidad no saben por quién van a votar y al final de cuentas son los que decidirán la elección y que ese 35% no simpatiza con Morena, pero no necesariamente lo hace con los demás partidos.
Resulta obvio que el presidente López Obrador está apostando a ganar cohesionando al segmento que le es afín, por eso polariza, la pregunta, que ya he realizado antes, es si con eso le alcanzará, porque, para usar una metáfora beisbolera, contra la base por bolas no hay defensa… pero contra los autogoles tampoco.