Los retos que enfrentará el gobierno de Claudia Sheinbaum no provendrán, por lo que ahora se puede observar, de una oposición que no solo se encuentra desdibujada y ha sido barrida por la acción principalmente del presidente López Obrador, sino que es rehén de grupos de interés que se aferran a mantener parcelas de poder aunque sea mínimas.
Es cierto que, como dicen, es preferible ser historiador que profeta, sin embargo, parte del proceso de realizar, o de intentar analizar la realidad del país, por lo menos se debe intentar algunas líneas de prospectiva que nos indiquen lo que podemos esperar, con todo y el riesgo que, como lo señala George Friedman, cada variable nueva introduce opciones no esperadas en el sistema, en este caso la variable nueva es la mayoría calificada en las Cámaras.
Una de las variables que en principio le otorga un gran poder a la próxima presidenta es el que su partido tendrá mayorías calificadas, por lo que hasta ahora se puede observar y salvo que el TEPJF diga otra cosa, lo cual hará que los grupos al interior de este partido se sientan empoderados y quieran cobrar sus espacios y aportaciones.
Hasta hoy, ello no ha sido gran problema en virtud de que Morena es un conglomerado de grupos, o tribus provenientes del PRD, del PRI y de diversos grupos sociales, que se han nucleado en torno a la persona de Andrés Manuel López Obrador y no a instituciones ligadas a ese partido, que más que todo es un movimiento que, pese a sus triunfos, no ha superado esa etapa inicial, lo que la hace correr algunos riesgos ahora que su líder deje la presidencia.
Sabiendo que pueden mover la Constitución a su gusto, cada uno de los grupos que componen Morena, por mucho que la futura presidenta Sheinbaum asegure que no hay corrientes en este partido, intentarán llevar agua a su molino, pensando claramente en 2030, porque a partir de ahora viviremos en un país en el cual las campañas políticas serán interminables y omnipresentes, aunque muy probablemente con un ropaje distinto al que vivimos durante este sexenio desde la mañanera.
En pocas palabras, el mayor riesgo, desde nuestra perspectiva, consiste en que se presente lo que Manuel Villa Aguilera llamó “El archipiélago mexicano”, es decir, la fragmentación del país en liderazgos regionales ante la ausencia de un líder nacional o, en este caso, ante la perspectiva de que tanto Sheinbaum con sus 35 millones de votos y AMLO, con su altísima popularidad, reclamen el liderazgo de este partido o movimiento.
Hasta hoy, el presidente López Obrador, por lo menos en lo que a la opinión pública se refiere, ha salido triunfador en este estira y afloja, el caso emblemático por sus posibles consecuencias económicas es la reforma al Poder Judicial.
El presidente ha señalado que, pese a su frase de “por el bien de todos, primero los pobres”, la justicia está por encima de los mercados, es decir, de la economía del país que, en caso de sufrir un quiebre, los primeros afectados serán, precisamente, los pobres a quienes se supone se trata de proteger.
Pero, por otra parte, como lo señala Jacques Rogozinski con relación a Venezuela, o como sucedió en el Brasil de Dilma Rousseff, si en el transcurso del periodo constitucional que corresponde a la presidencia de Claudia Sheinbaum sucede algo que haga caer la economía, es probable que el pueblo culpe a la presidenta y no a su antecesor, con lo cual habría que analizar las consecuencias que ello tenga y muy probablemente sea en este punto en donde se presente la ruptura o por lo menos un aumento en las tensiones entre los grupos que desean mantenerse en la cresta del poder.
Esperemos ver lo que nos depara el futuro.