En algún momento del sexenio pasado, un periódico extranjero tituló un artículo crítico en contra de la administración de Enrique Peña Nieto precisamente así, “No entienden que no entienden”, mismo que dio pie a que la comentocracia mexicana se regodeara con el encabezado y le tundiera al expresidente y a todo su gabinete.
Muchos medios mexicanos se hicieron eco de la nota y han utilizado el título una y otra vez, casi como un guiño mediante el cual algunos “enterados” o miembros de alguna cofradía que sí entiende lo que sucede hacían ver que “ellos sí entendían lo que los otros ni siquiera eran capaces de atisbar”.
Hoy, parte de esa comentocracia se encuentra en una situación muy similar a la que se atribuyó a los miembros del equipo peñista: no entienden que no entienden el juego que están jugando, creo que ni siquiera se dan cuenta de la cancha que pisan.
Salvo brillantes excepciones, como por ejemplo Macario Schettino, quienes hoy critican a López Obrador no entienden por qué quienes lo siguen no cambian su punto de vista pese a toda la “evidencia” que les presentan un día sí y otro también.
No han captado que el paradigma académico desde el cual escriben no significa nada para quienes han adoptado a López Obrador como líder, para ellos el paradigma de la ciencia y la razón ya no es el que prima.
Parece, al menos, que no entienden que las emociones que explota el presidente tienen más que ver con un punto de vista que tiene más que ver con la revancha, con el gusto porque el otro “se chingue” que conque “a mí me vaya bien”.
Es una respuesta emocional ante lo que sienten, que no necesariamente piensan, que se les ha escatimado, entre otras cosas, la riqueza y el prestigio social que se llevan los triunfadores de la era de la razón, de la ciencia.
Son agravios difíciles de captar para quienes hablan desde “la razón”, para quienes sienten, como dice una frase muy conocida en EU, que pegaron un triple cuando en realidad nacieron en tercera base.
A los llamados “chairos” no les van a cambiar su modo de pensar aunque los sepulten bajo toneladas de “datos duros”, para ellos el único dato duro que les importa es que los “fifís” están ardidos y que no completan con la Vitacilina que hay en todas las farmacias del país para calmar su ardor. Ese es su mundo, su paradigma.
No importa que efectivamente hoy las desigualdades, al menos hasta antes de la pandemia, venían siendo menores que en otros periodos de la historia, lo que sucede es que gracias a las nuevas formas de comunicación se han dado cuenta de que hay mucho más allá de su mundo, de que hay muchas cosas que pudieran tener y no tienen.
Esa aspiración la han leído muy bien en el equipo de Andrés Manuel y lo expresó cínicamente Yeidckol Polevnsky en alguna entrevista: si los pobres llegan a salir de esa condición, después se olvidan de quién los sacó de ella. El corolario es que luego quieren más y por ello López Obrador prefiere mantener la polarización, para que quienes lo siguen continúen odiando a aquellos que les “impiden” tener lo que merecen y lo apoyen en su cruzada justicialista.
Así es este nuevo mundo, en él las redes sociales tienen un papel muy importante, a poco creen que por nada quieren controlarlas los miembros de Morena.
En fin que hoy, los que no entienden que no entienden parecen ser otros. Juegan un juego con reglas cambiantes, en cancha ajena y con árbitro que forma parte del otro equipo, pero ahí quieren estar, no captan, parece, que lo importante es cambiar de cancha y de juego, cambiar de árbitro y de reglas, imponer el contexto en el cual se lleva a cabo la discusión.
No es fácil, pero es la única forma de jugar este juego.