La política, señalaba Michel Foucault, es la guerra continuada por otros medios, invirtiendo la famosa frase de Carl Von Clausewitz, según la cual la guerra es la política continuada por otros medios.
Asumiendo como válida la expresión de Foucault, diremos que en política de lo que se trata es de vencer al adversario, como no se busca causarle una muerte física, se intenta “matarlo” políticamente, o por lo menos inhabilitarlo.
Precisamente para lograr este objetivo se busca el punto en el cual al contrincante más le duele o aquél en el cual los ciudadanos consideran que el político ha sido tocado de muerte por su adversario.
Un ejemplo claro fue el que se presentó durante el conflicto Salinas-Zedillo, siendo ya el segundo presidente de México, quien golpeó a Salinas donde más le dolía: en la economía, ya que Salinas se promocionó como el presidente que más sabía de este tema y además, promocionó a su equipo económico como el mejor del mundo, al menos así se publicó en varias revistas internacionales por aquél entonces.
El tema a cuento porque estamos viendo como quizá nunca antes, o al menos no lo recuerdo, a un presidente que desea seguir siendo el centro de atención aún después de que concluya su mandato, a través de las reformas constitucionales enviadas al legislativo y dejando a la sucesora designada por él, una serie de “instrucciones” para continuar con la 4T, además de una serie de controles.
En ese contexto vale la pena pensar si Claudia Sheinbaum estaría dispuesta a pegarle a Andrés en donde más le duele: la corrupción de sus allegados, llámese hijos, hermanos o colaboradores. Mientras ella lo piensa, la oposición hace su juego y acusa al presidente de actuar en sentido contrario de aquello que predicó durante muchos años: la honestidad.
No es otra cosa lo que sucede actualmente, ya que, independientemente de que, con otras palabras, el presidente ha pedido a los medios de comunicación que “callen como momias” con respecto a los actos de corrupción que se presentan en su entorno y los acusa de actuar en favor de sus oponentes, parece que no se da cuenta de que le están aplicando una receta muy similar a la que él aplicó a sus antecesores y continúa aplicando a sus opositores, pegarles en donde les duele.
Pero quizá el presidente no se da cuenta, o no quiere darse cuenta, de que no solo a sus opositores, contrincantes o como les llame, les favorece este desprestigio, también le favorece a Claudia Sheinbaum, su candidata a suplirlo, ya que en la medida en que se mengue la imagen de él, será más fácil para la abanderada morenista desprenderse de su herencia.
Cierto que Claudia también está pagando un precio porque no se puede deslindar del presidente de buenas a primeras, menos en estos momentos, sin embargo, en el mediano y largo plazo, y en caso de que gane la presidencia, el desprestigio de Andrés Manuel le favorece, con todo y los hashtags que le acompañan.
Podría pasar incluso, lo cual no sería nada raro, que los propios gobernadores entendieran que a ellos les conviene apoyar a la oposición o negociar previamente con Sheinbaum, porque, a como se ven las cosas y a como se han venido dando con Andrés, sus presupuestos son manejados desde el centro y carecen casi de autonomía en ese sentido, además de que se les impide tener permanencia en el tiempo, es decir, no pueden formar grupo político porque desde arriba se los impiden.
Tienen como ejemplo lo que hacen PRI y PAN en Nuevo León, quienes entendieron, en distintos momentos, que les conviene sí, manejar el Congreso, pero no tener un representante de sus partidos en la silla del Ejecutivo, porque eso les resta libertad en su quehacer político.
Vamos a ver, vamos a ver.
