Hace años, con motivo de la presentación de su libro “Así lo recuerdo”, tuve la oportunidad de entrevistar a Luis M. Farías, quien había dejado hacía relativamente poco la alcaldía de Monterrey, anteriormente había sido gobernador sustituto ante de la renuncia de Eduardo A. Elizondo.
Luego de la entrevista nos quedamos platicando un poco acerca de su larga carrera política y le pregunté cuál era la más grande diferencia que había encontrado al ejercer uno y otro puesto, gobernador y alcalde.
Tras pensarlo un rato me dijo que la diferencia entre el punto de vista que había tenido en uno y otro puesto respecto a la policía municipal de Monterrey. Constitucionalista como era, para él resultaba claro, cuando era gobernador, que en la sede del poder ejecutivo estatal, Monterrey, la fuerza pública debía depender de él.
Como alcalde, sin embargo, no pensaba lo mismo, me dijo. Resulta que en su desempeño al frente del municipio requería de vez en cuando algo más que la policía que cuidaba faltas del reglamento municipal de aquél tiempo. Al final me dijo, aprendí que las cosas se ven distintas dependiendo de dónde estés ubicado.
Parece que eso mismo le pasó al presidente López Obrador, quien como opositor insistió en que los militares deberían volver a los cuarteles y que así lo haría una vez que ganara las elecciones. No ha sido así y no será así.
Que el presidente cambie de opinión es comprensible, en el puesto recibe alguna información que no poseía siendo opositor. Lo curioso es que esa información, seguramente clasificada, no la tienen, o al menos no deberían tenerla, muchos de sus seguidores que ahora sostienen que es bueno el cambio operado en Obrador.
Inclusive algunos analistas que en su momento apoyaron la postura de Obrador como opositor, quien una y otra vez aprovechó las situaciones en que los militares eran acusados de violar derechos humanos o de realizar acciones en contra de los ciudadanos para hacer política partidista, hoy aseguran que hay cierta dosis de “oportunismo político” en la postura de los opositores.
Así como no es raro que el presidente cambie de opinión gracias a información proporcionada por los aparatos de inteligencia del Estado, tampoco lo es que los partidos políticos actúen tratando de aprovechar los errores, reales o aparentes, de quien en su momento es gobierno.
Al final de cuentas es un signo de inteligencia cambiar las estrategias de aproximarse a una solución cuando las condiciones, reales o percibidas, cambian. El problema por el cual seguramente quienes militan en la oposición no le creen al presidente, consiste en que en distintas situaciones no ha mostrado la misma flexibilidad, argumentando que tiene otros datos.
Por otra parte, llama la atención que quienes en anteriores sexenios consideraban que el gobierno presionaba de más a los opositores, hoy no tengan empacho en aceptar el uso de la Unidad de Inteligencia Financiera, la Fiscalía General, o el espionaje, llamado monitoreo remoto de información, o algo así, para presionar a quienes no piensan igual que el presidente.
Si queremos vivir en un país democrático, quizá deberemos repensar lo que estamos viviendo y aceptar que la narrativa no lo es todo en la realidad, aunque quizá tenga una importancia desmedida en la opinión pública.