Las decisiones mas importantes de la vida las tomamos usando nuestro raciocinio. Bueno, eso es lo que creemos.
Probablemente, suele ser, que solamente repetimos, un proceso de pensamiento, algo que nos dio resultado en el pasado.
Entonces apostamos a tener ese resultado que queremos, haciendo lo mismo.
Sin embargo, durante la vida, nos hemos enfrentado a situaciones, eventos, momentos críticos, algunos de ellos traumáticos, que nos han sacudido y aunque no lo queramos, nos obligan a cambiar. Aunque muchas veces no nos demos cuenta que hemos cambiado.
Esos momentos, esos hechos, nos han impactado de manera severa. De esos momentos tenemos muchos en nuestra vida: el nacimiento de un hijo, el matrimonio o el fallecimiento de la pareja, un accidente mortal, ser testigo de un enfrentamiento entre el crimen organizado, por mencionar algunos hechos cotidianos en nuestra ciudad.
Estos hechos suceden fuera de nosotros. Pero lo que nos cambia es lo que sucede adentro de nosotros. Cuando empezamos a escuchar una voz interna, distinta a la voz habitual.
Dentro de nosotros siempre tenemos charlas internas, un parloteo muy parecido al de los pájaros, en los árboles del parque, cuando recién amanece. Mucho ruido aparentemente sin sentido.
La voz interna es una que se aleja del parloteo lógico y se acerca mas al lado emocional de nuestro ser. Es esa voz que muchas veces no reconocemos como propia; es como si alguien nos empujara, emocionalmente, hacia el rechazo, o la aceptación, de una decisión que nos ronda en la cabeza.
Es parte del proceso, por el cual, empezamos a reconocer un propósito en la vida, reconocer un poder sobre nuestra vida.
Dejamos de ser una cascarita que arrastra el viento y empezamos a estar en control y empezamos a fijar un rumbo. Empezamos a influir entre las personas que nos rodean, familia, amigos, para darle claridad al mundo en el que vivimos.
No es fácil aceptar que podemos ser dueños de nuestro destino o que podemos dirigir nuestra propia vida, o la de nuestra familia.
Es un trabajo solitario y muchas veces doloroso. Es asumirnos como responsables de nuestra vida, como responsables de los resultados que obtenemos con nuestras acciones, ideas y palabras, no es fácil.
Pero cuando por fin aceptamos que tenemos esa fuerza interna y que es inagotable, y que además entendemos que no estamos solos, las cosas cambian. Ahí están el compañero o la compañera de vida, los hijos de ambos y los amigos de ambos.
Este es el núcleo familiar ampliado. Aquellos con los que nos une un cariño distinto al de la pareja, un cariño fraterno, y son con quienes compartimos en amenas platicas, lo que sentimos y el camino en el que andamos.
Sabremos que estamos desarrollando este poder, el poder de la intuición, cuando empezamos a vivir la vida, su propia vida, como si vivirla fuera una obra maestra. Cuando empezamos a darnos cuenta que vivir la vida así, es tener congruencia. Que lo que pienso y lo que siento, que lo que creo y lo que hago es igual. No hay diferencias.
Las creencias, tus creencias, tienen mucho poder. Pueden crear y también tienen el poder de destruir. Tus creencias tienen el poder de enfermarte o sanarte y eso ocurre a nivel del metabolismo de tu cuerpo.
Pero en otro nivel de tu vida, tus creencias tienen el poder de tomar una experiencia, como las experiencias de las que hablamos al principio: el nacimiento de un hijo, el matrimonio o el fallecimiento de la pareja, un accidente mortal, ser testigo de un enfrentamiento entre el crimen organizado, etc.
Tomamos cualquiera de esas experiencias y les damos un significado que puede ser destructivo o puede ser creador de vida, creador de salud y riqueza. Tenemos ese poder.
Cuando tomamos el control de nuestra vida, tomamos el control de nuestras acciones, y empezamos a dirigir nuestra vida.
Pero hay algo que debes saber, no es lo que hacemos una vez lo que moldea nuestra vida, sino lo que hacemos de manera consistente.
Disciplina, constancia, creencias sanas, responsabilidad. Son los valores que te permitirán escuchar, y dejarte guiar, por tu voz interior.
No perdamos la esperanza, ni la fe, hasta la próxima.