Enamorarse es una aventura que no lleva al final feliz

Hiram Peón

Reflejo Interior
Cuando el amor no basta, hay que pedir ayuda.
23/05/2023


Técnicamente enamorarse es un asunto biológico. Empieza por el buen gusto recibido en la persona que nos atrae: ya sea visual, auditivo o sensorial.

Nos gusta lo que vemos, lo que escuchamos o lo que sentimos. Esto siguiendo las reglas de la programación neurolingüística (PNL).

Algo pasa en el cerebro que se disparan un conjunto de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina y los neuropéptidos como la oxitocina y la vasopresina, que se generan en el cerebro y se liberan de la glándula hipófisis.

El resultado es que cambian nuestros niveles de percepción y solo vemos lo que queremos ver, y en su caso, escuchar o sentir. Y cuando estamos bajo el efecto de esos cambios químicos, anulamos cualquier acceso a los comportamientos, conductas y actitudes negativos de la persona que nos atrae.

Utilizando un lenguaje muy coloquial todo se vuelve color de rosa. El varón se muestra atrevido y la damita incrementa sus muestras de sensualidad. Todo se vuelve sonrisas y miradas.

Los científicos afirman que este estado puede permanecer activo por seis o siete meses. Después de ese tiempo la otra cara de la moneda se empieza a hacer notar y con ello decae el encanto.

Sin embargo, a pesar de los estudios científicos que se han seguido para conocer mas a fondo el comportamiento del galanteo en los seres humanos, se han encontrado parejas que después de 20 años siguen tan “hechizadas, tan mesmerizadas” como el primer día.

El enamoramiento es un mecanismo que ayuda al ego, anulando la capacidad de juicio de la mente, para que se logre el matrimonio y por lo tanto se tenga el nacimiento de los hijos de la pareja.

Es un mecanismo fisiológico que apoya otro mecanismo social para asegurar la continuidad de la especie.

La parte del matrimonio es un convencionalismo social. Algunos sociólogos han encontrado que el propósito es asegurar el patrimonio económico de la pareja y otros han ido mas lejos afirmando que es un contrato de propiedad. Donde uno de los cónyuges posee al otro, toma posesión y la usa como mejor le convenga.

Muchos matrimonios se han terminado, para alegría de los abogados, precisamente por eso; uno de los cónyuges posee al otro. 

Posee su tiempo, sus recursos, sus ideas, hasta su manera de vestirse. Y aunque pasen 20 años de matrimonio la sumisión termina por romper la estabilidad emocional del sometido y termina con la relación.

Hay buenos matrimonios, que duran toda la vida. La mayoría, por otro lado, están viviendo una rutina que se repite una y otra vez. La apatía y el conformismo crea resentimiento y después desamor, pero continúan porque así debe de ser.

Entonces no nos debe extrañar que los jóvenes no tengan la ambición de casarse y mucho menos tener hijos. Es obvio que en nuestras generaciones algo hicimos mal para que estos grupos de jóvenes se nieguen a vivir lo que vieron en su casa. 

Actualmente si usted tiene hijos casados, y puede compartir su tiempo con sus nietos, créame, que es uno de los pocos afortunados que pudieron inspirar a sus hijos para que desearan crear una familia y tener hijos.

Son muchos los jóvenes que no lo desean ni lo quieren. Pero el enamoramiento sigue funcionando es solo que no hay el suficiente incentivo entre los dos para querer consumar su relación con hijos.

Mi interpretación es que, estos jóvenes, viven un profundo miedo al fracaso. También siento que la causa es la sobreprotección a la que fueron sometidos por unos padres que no querían que sufran. La sobreprotección les impidió aprender a manejar sus propias emociones y nunca aprendieron a sobreponerse a la derrota, al fracaso o a cosas tan tontas como el bullying.

El bullying es la respuesta de una familia disfuncional. Sufrirlo para merecer la compasión y el amor de los padres. 

O proporcionando bullying, victimizando a los demás, otra vez, con el propósito de que los padres los miren y los tomen en cuenta.

He sido testigo, en múltiples talleres de auto aprendizaje, de personas en la mitad de su vida, que sufren tremendamente porque sus padres no los miraban.

Encontré un cartel donde señalaban “cada niño es un reflejo de su hogar. Dale confianza y será confiable; respétalo y será respetuoso; ámalo y será un gran ser humano” 

Es un acercamiento al problema muy simplista. No basta. Hay que acompañarlo y aportar conscientemente decenas de cosas más.

Pero yo te digo rechaza a tu hijo y lo convertirás en ...  tu dime en que lo convertiste.

En donde creen que se formaron los jóvenes de ahora: provienen del abuso, de ser golpeados, de ser insultados, humillados o simplemente ignorados.

Algo hicimos mal y es mucho lo que tenemos que cambiar.

No perdamos la esperanza, ni la fe, hasta la próxima.

hirampeon@gmail.com



HIRAM PEÓN es experto en comunicación corporativa y situaciones de crisis. Cuenta con un MBA del ITESM.
 

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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