El relevo diplomático en la Embajada de Estados Unidos en México es una muestra clara sobre el futuro de las relaciones bilaterales.
Tras la salida de Ken Salazar, un personaje que con su icónico sombrero vaquero proyectaba una imagen amigable, aunque paternalista, llega Douglas K. Smith, un exmilitar miembro de las fuerzas especiales estadounidenses, conocido como "boina verde".
Este cambio de guardia, más que una simple transición, parece ser un mensaje de como Donald Trump habla en serio sobre el endurecimiento de la política estadounidense hacia México, con implicaciones que van más allá de la diplomacia tradicional.
Douglas Smith no es un diplomático de carrera ni un rostro amable de la diplomacia cultural estadounidense. Su trayectoria incluye misiones en zonas de conflicto, operaciones de contrainsurgencia y entrenamiento en tácticas de combate.
Como boina verde, pertenece a una élite militar entrenada para infiltrarse en territorios hostiles, construir alianzas con actores locales y, cuando sea necesario, operar en el filo de la ley internacional. Si bien su paso por el Departamento de Estado lo vincula al servicio exterior, su perfil tiene más peso en el terreno de la seguridad que en la negociación diplomática.
Este nombramiento no es fortuito ni debe interpretarse como una simple anécdota burocrática. Llega en un momento de tensión creciente entre ambos países. El gobierno de Joe Biden ha manifestado su preocupación por el avance del crimen organizado transnacional, los flujos migratorios y la producción de fentanilo, temas que también ocupan un lugar central en la agenda de los republicanos. La administración estadounidense parece estar preparando el terreno para una política más intervencionista, y el perfil de Smith encaja perfectamente en ese esquema.
El cambio no puede ser más simbólico: Estados Unidos se quita el sombrero vaquero de Salazar, ese accesorio que intentaba acercar al vecino del norte con una imagen campechana y de buena fe, para ponerse la boina verde de Smith, que trae consigo un mensaje de vigilancia y control.
La diplomacia de la empatía, que Salazar intentó representar en su narrativa sobre los "caminos compartidos", cede paso a una estrategia más pragmática, en la que los intereses de seguridad y la presión directa podrían tomar la delantera.
El pasado de Smith en misiones de "estabilización" en zonas conflictivas como Afganistán o Irak despierta interrogantes válidas: ¿Es esta una señal de que Estados Unidos ve a México como una "zona gris" en su estrategia de seguridad hemisférica? Las implicaciones de tener a un exboina verde en la embajada son profundas.
Smith no solo posee experiencia en operativos militares, sino también en la creación de redes de colaboración con actores locales, algo que, en el contexto mexicano, podría traducirse en mayor injerencia en asuntos internos.
El mensaje no es difícil de descifrar: Estados Unidos está dispuesto a endurecer su postura en temas clave como el narcotráfico y la migración. No sorprende que el gobierno estadounidense busque reforzar sus mecanismos de presión para garantizar que México cumpla con compromisos en materia de control fronterizo y seguridad. Lo que genera preocupación es el simbolismo y las implicaciones prácticas de esta decisión.
¿Es esto parte de una "invasión suave" de México? La pregunta no es exagerada. En términos estratégicos, Estados Unidos parece estar fortaleciendo su influencia en México mediante una combinación de diplomacia y presencia operativa. Si bien la llegada de Smith no implica de manera inmediata una intervención directa, sí marca un cambio en el tono y en las prioridades de la relación bilateral.
Para México, este nombramiento debe ser motivo de reflexión. La soberanía nacional, uno de los pilares históricos de la política exterior mexicana, podría estar en juego frente a un vecino que ha decidido poner la seguridad en el centro de la agenda bilateral.
La pregunta es si el gobierno mexicano está preparado para enfrentar esta nueva dinámica o si, como en otras ocasiones, se limitará a aceptar las reglas del juego impuestas por el vecino del norte.
El cambio de sombrero por boina verde es más que una anécdota estilística; es un recordatorio de cómo Estados Unidos percibe a México: no como un aliado entre iguales, sino como un escenario donde se juegan intereses de seguridad hemisférica. El reto para México será encontrar un equilibrio entre cooperar en áreas de interés mutuo y defender su soberanía en un momento en que las fronteras entre diplomacia y operación militar parecen desdibujarse peligrosamente.
Tiempo al tiempo