El sambenito judicial

Si hay alguien que puede llamar a cuentas al periodismo es cada lector y la audiencia, no los funcionarios de la justicia y del poder político enhebrando presiones arbitrarias.
19/12/2025

Mirarse al espejo suele ser cosa de valientes. En algún momento puede que llegue. Hasta el sicario, el corrupto o el mentiroso lo hacen sin mácula. Y con los argumentos más indescifrables. Mirarse al espejo para sentirse a gusto con lo que es. ¿Lo habrá en la justicia? Seguramente. De una profesión, la de juez, caracterizada por su perspicacia que sabe discernir entre juegos de gestos, candidez, canallería o estupidez, como dice el jurista y literato Juan Filloy, en la realidad hay “seres blandos que balancean con desgano los pro y contra; que se adaptan plásticamente a los dictados sentimentales de la mayoría; y que, muchas veces, tiran a la suerte la absolución o la condena”. En el periodismo, una incómoda y estimulante frase de Janet Malcom, podría servir de carroña para algunos sanguinarios de la palabra que nos cuelgan como su mejor sambenito: “El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno (…)”. Agrega que esa traición se justifica de varias maneras: “Los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que el público tiene derecho a saber, los menos diestros se escudan en el arte, y los más decentes murmuran algo sobre ganarse la vida”.

Entre los dictados de uno y la necesidad de ganarse la vida de los otros aflora constantemente una imperiosa equidistancia en la que llegar a constatar la verdad, más allá de las miradas subjetivas de cada uno, los debería acercar. Más de medio centenar de casos entre enero y julio pasado, donde por las vías legales electorales, civiles, penales y administrativas, 39 periodistas y 12 medios de comunicación han sido víctimas de algún procedimiento judicial, marcan un desajuste desconocido, donde el periodismo y la libertad de expresión son llamados a cuentas, o en términos más crudos: intimidados.

Jueces que dan lugar a los reclamos de censura de los gobiernos estatales en Campeche y en Puebla (la última víctima aquí es el director de E-Consulta Puebla que denunció corrupción), políticos que llaman “sicarios” o a “matar de hambre” a periodistas sin sufrir consecuencias, la utilización de una figura legal como la Violencia Política contra las Mujeres en Razón de Género (VPEG), diseñada originalmente para combatir la discriminación estructural de las mujeres en México, son los casos más elocuentes de condicionamientos y amedrentamiento a la información, ha descrito Artículo 19 en un informe de septiembre pasado. Jueces y ministerios públicos a la cabeza –en 2018 fueron 21 casos, hoy superan el doble con más de 51–, en el peor talante de la amenaza y el acoso, como también vienen haciéndolo desde hace varias décadas funcionarios, caciques locales y narcotraficantes.

Si hay alguien que puede llamar a cuentas al periodismo es cada lector y la audiencia, que bien saben reconocer entre quienes intentan timarlos y quienes les hacen ver los vericuetos del engaño, la mentira, la desinformación, los negocios sucios. Pésimo se ven funcionarios de la justicia y del poder político enhebrando presiones arbitrarias, especialmente en los Estados donde la indefensión del periodismo es mayor.

“Pensar mal de los demás es malo, lo bueno que en el fondo es verdad”, dice Samanta Schweblin, en Kentukis. Y es muy claro para el periodismo. Eso hacemos. “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda”, define Horacio Verbitsky. “(…) ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa, de la neutralidad los suizos, del justo medio los filósofos y de la justicia los jueces. Y si no se encargan, ¿qué culpa tiene el periodismo?”.

Es verdad que algunos colegas han descubierto que denostar es sinónimo de crítica. Y se les hace fácil acusar censura o restricciones a la libertad de expresión como si se tratara de venezolanos, nicaragüenses, salvadoreños o rusos. Pero del otro lado se alimenta el fuelle con la confrontación, una mezquindad propia de los gobiernos progresistas, de izquierda, o que se dicen tales (en la ultraderecha no le van a la zaga). Si escucharan, que es lo que deben hacer, si a la piel fina la cubrieran de buen humor y menos fobia, si desistieran de disponer de tanta energía para la hostilidad, si pusieran la suela de los zapatos sobre la corrupción y la criminalidad, no hallarían semejante eco negativo.

dariomfritz@gmail.com



DARÍO MARIO FRITZ es periodista especializado en elaboración, edición y gestión de contenidos en medios de comunicación. Premio Planeta de Periodismo 2005 por la coautoría del libro Con la muerte del bolsillo. Seis historias desaforadas del narcotráfico en México, y Premio Nacional de Periodismo por un reportaje de investigación. Coautor de El libro rojo en el FCE. Editor de la revista BiCentenario.

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