Walter Lippmann, uno de los periodistas más destacados e influyentes de su época, publicó un libro titulado Opinión pública, en 1922. Vale la pena retomarlo en este espacio, no sólo como una modesta manera de celebrar el centenario de su publicación, sino también porque varios de los conceptos y nociones que plantea en torno a la comunicación política, la guerra, la opinión pública y la propaganda resultan sorprendentemente vigentes hoy en día. Comentemos algunas.
Nuestra percepción de la realidad es una “imagen mental” que nos formamos sobre eventos que están fuera de nuestro alcance. Los símbolos de la comunicación, así como los estereotipos arraigados en nuestra cultura, contribuyen a la formación de esas imágenes en nuestra mente. ¿Cómo podemos realmente saber lo que sucede en la guerra del otro lado del océano Atlántico? Se lo preguntaba Lippmann respecto a la Primera Guerra Mundial, aunque probablemente usted pensó en Ucrania.
La “maquinaria de la comunicación humana” no sólo se compone de hechos (facts), sino también de ficciones y de símbolos. “Los tiempos de guerra son particularmente intensos en la generación de simbolismos y de pseudoambientes”. Algún oficial edita la información sobre la guerra y presenta sólo algunos hechos o facts, y lo hace de una manera que ayude a “influir en el ánimo de la gente, ya sea para mantenerla en calma o preparándola para eventuales resultados adversos o catastróficos”, señalaba el distinguido periodista.
En nuestro contexto, las conferencias mañaneras son un elemento central de la maquinaria de comunicación política actual. Se trata de un espacio en el que se informa, se desmiente, con frecuencia se predica y en el que día a día se va articulando un sistema de creencias y una narrativa en torno a lo que es o debe ser la llamada cuarta transformación del país. En ese espacio el Presidente se reserva un derecho de réplica ante una sociedad que ha aprendido el placer y la importancia de exigir y criticar a las autoridades bajo un ambiente democrático.
Probablemente Lippmann encontraría fascinantes las mañaneras, aunque no necesariamente en un sentido positivo. En una sección de ficciones o mentiras se esperaría una labor de fact-checking, pero por lo general es una contrargumentación política o spin. El material de los contrastes son tuits y opiniones, no siempre hechos o facts.
Las ficciones y las supersticiones influyen en la conducta de la gente, diría Lippmann. Pero por “ficciones” no se refería a “mentiras”, sino a las representaciones mentales que las personas se forman del ambiente, los pseudoambientes. En la época en que escribió Opinión pública, “la maquinaria de comunicación” estaba dominada por la prensa, aunque la radio y la cinematografía irían pronto en ascenso, y la televisión un poco después. Hoy, internet y las redes sociales han conquistado los espacios de la comunicación, y es claro que las ficciones, los símbolos y los pseudoambientes prevalecen en esta era internetizada, y los estereotipos también.
“Los hechos que vemos dependen de la perspectiva desde la que los vemos y de los hábitos de nuestros ojos”. Los estereotipos nos ayudan a confirmar más que a conocer, y no son neutrales, van cargados de sentimientos y emociones. Decir que los neoliberales son corruptos o que “los curas católicos son hostiles” (ejemplo de Lippmann en la Bélgica ocupada por tropas alemanas) no solamente “invierte ciertos cánones morales” (frase de Lippmann), sino que repetirlo con frecuencia hace que se vuelvan una manera natural de ver las cosas: el estereotipo perfecto.
Pero no todo conflicto es guerra, también hay elecciones. Como apunta Lippmann, las personalidades políticas son personalidades construidas y hasta ficticias. Al igual que los eventos, la imagen que nos hacemos de los liderazgos políticos son eso, una imagen mental. Esta premisa refleja muy bien el consejo que daba Maquiavelo al príncipe cuatro siglos antes: “No es necesario que tengas las virtudes deseables para gobernar, pero sí es muy importante que parezca que las tienes”. 2024, aquí vamos.
A 100 años de Opinión pública, vale la pena repensar los planteamientos, los temores y las aspiraciones de su autor. En un contexto como el nuestro, en el que el periodismo de investigación reporta bajo enormes riesgos, sirva citar a Walter Lippmann: “La función de las noticias es señalar algún evento; la función de la verdad es iluminar los hechos escondidos, situarlos en la relación de uno con otro, y contribuir a una imagen de la realidad sobre la cual podamos actuar”.