“Los seres humanos tenemos una naturaleza biológica compartida”, nos recuerda Francis Fukuyama en The origins of political order (2011), un libro sobre desarrollo político, sobre los orígenes del Estado, del Estado de derecho y de los mecanismos de accountability en las sociedades, desde que los humanos dejaron de ser grupos de recolectores y cazadores para volverse organizacionalmente más complejos. No podríamos estar más de acuerdo con la frase hoy en día; nos recuerda nuestra naturaleza biológica, compartida en tiempos de pandemia, ante un virus que hoy hace estragos en prácticamente todos los países y sociedades del mundo, independientemente de su tipo de gobierno.
Como politólogo, mi expectativa es que la manera en que cada sociedad enfrente la pandemia será un reflejo claro de su capacidad de Estado, de la aplicación del marco legal, y de los mecanismos de accountability prevalecientes, en un primer momento relativos a la transparencia de información que se maneja con respecto a las afectaciones, y en un siguiente momento a las facturas que las sociedades, los electorados, pasen a sus gobiernos a través de las urnas u otras formas de expresión ciudadana. Esperamos que los costos en vidas y en afectaciones, tanto económicas como psicológicas, sean lo menor posibles, pero es claro que habrá afectaciones.
Como encuestador, veo que la labor de mi profesión entró en una etapa obligada de monitoreo de las maneras en que las sociedades están viendo y enfrentando esta problemática. Hay un natural y creciente interés de la profesión en distintos países para medir las actitudes, prever las conductas, evaluar las afectaciones y darle seguimiento a los puntos de vista de la gente respecto a esta situación inédita, por lo menos para las generaciones actuales.
El monitoreo de la opinión pública en tiempos de pandemia tiene distintos ángulos, y algunos de ellos ya empiezan a movilizar a los investigadores de distintas latitudes para coordinarse en cuanto a las métricas, temáticas y enfoques apropiados para la medición. Me parece loable, porque ante una pandemia, ante un amenaza global como la actual, la investigación también requiere de esfuerzos globales, coordinados, que abonen a nuestro entendimiento y toma de decisiones.
En la últimas dos semanas hicimos en El Financiero una encuesta nacional y otra en la Ciudad de México. Las cosas van cambiando de prisa, pero rescato algunos indicadores acerca de un rasgo que, por lo menos hasta hace unos días, se observaba entre los mexicanos: el negacionismo.
La encuesta que se hizo en la Ciudad de México la semana pasada preguntó si creen que la información que se da a conocer sobre los brotes de coronavirus en el mundo se apega a la verdad, exagera los hechos, o se queda corta. El 33 por ciento afirmó que se exageran los hechos. Al momento de la encuesta, un tercio de la población se guiaba por el negacionismo.
Otro indicador es la probabilidad que perciben los entrevistados de contagiarse. En la encuesta nacional que se publicó en estas páginas el 17 de marzo, el 15 por ciento dijo que era muy probable que se contagiaran (y otro 34 por ciento, algo probable). Si segmentamos la respuesta por nivel socioeconómico, la encuesta revela que los entrevistados en niveles de ingreso más alto expresan mayores probabilidades de contagio, mientras que los que se ubican en niveles de ingreso más bajos expresan menores probabilidades de contagio. Sí, esto suena como a las declaraciones del gobernador Barbosa de Puebla, pero no quiere decir que sea correcto. Lo que significa es que las personas de niveles socioeconómicos más bajos no han asimilado la emergencia de igual manera que los de ingresos medios o altos. La percepción de no contagio puede ser hasta cierto punto negacionista, y ciertamente la comunicación gubernamental puede abonar a ello.
Quizá la crisis actual requiere que dejemos de lado, aunque sea por un momento, diferencias políticas e ideológicas y recordar que todos compartimos una naturaleza biológica. En momentos como este, las prioridades cambian. Verlo de otra manera, también es negacionismo.