El discurso político de hoy en día está repleto de referentes de identidad y México no es la excepción. La práctica del presidente de la República de etiquetar a sus adversarios políticos, nos provoca a pensar que hemos entrado de lleno a una nueva era de política de identidades en el país.
En el libro The Lies That Bind: Rethinking Identity (2018), Kwame Anthony Appiah afirma que las identidades inevitablemente van ligadas a etiquetas; que las identidades son importantes para la gente porque les permiten tener un sentido de pertenencia y de distinción social; y que las identidades pueden influir en la conducta, incluido el trato de uno hacia otros y de otros hacia uno. En muchos casos, las identidades se desarrollan en estereotipos, los cuales, a su vez, definen la actitud por default que mostramos hacia ciertos grupos o personas.
Con base en esto, uno esperaría que las etiquetas que se manejan en el discurso político puedan tener consecuencias importantes en la convivencia social y política. Las identidades no son solamente la manera como pensamos cada uno de nosotros en sí mismo, sino la manera en que otros individuos o grupos se refieren a nosotros. La pregunta es qué beneficios y qué consecuencias puede traer (y para quién) el manejo de etiquetas. Para Donald Trump, por ejemplo, estereotipar a los mexicanos parece haberle redituado en las urnas. No sorprenda que, conforme se acerquen las elecciones presidenciales de 2020, el tono del presidente norteamericano hacia los connacionales pudiera nuevamente subir de temperatura.
Aunque es evidente el uso de etiquetas identitarias en nuestro país, realmente sabemos poco acerca de las diversas identidades que prevalecen entre la sociedad mexicana y, más aún, cómo se activan políticamente. Por eso tomé la oportunidad de incluir una primera batería de preguntas sobre identidades en la reciente encuesta de El Financiero, realizada en la Ciudad de México, en este mes, con entrevistas a 600 adultos. La idea es dar un primer paso de lo que podría ser una larga búsqueda de identidades que son políticamente relevantes en nuestra sociedad. Esta lista es corta, y quizás hasta chusca en algunos sentidos, pero tiene que ver con algunas etiquetas usuales y algunas emergentes.
Por ejemplo, el 58 por ciento de los capitalinos se autodescribe como clase media, mientras que solamente el 5 por ciento se considera fifí, una de las etiquetas favoritas del presidente. Siguiendo la lista en orden de menciones, el 52 por ciento se considera como contribuyente, el 41 por ciento como animalista, el 28 por ciento como feminista, el 16 por ciento se considera minoría política, el 10 por ciento como Godínez, el 9 por ciento como minoría sexual, el 9 por ciento como vegano y el 7 por ciento como chairo. Juntando esta categoría con la de fifí, el 12 por ciento de los capitalinos adultos se considera dentro de esta que parece ser una nueva dimensión de conflicto político: chairos vs. fifís.
Me queda poco espacio para abundar en los perfiles sociodemográficos de estas etiquetas, pero como un avance puedo decir que la autodescripción de chairos y fifís es mucho más pronunciada entre los menores de 30 años, por lo que bien pudiera ser literalmente un nuevo tipo de 'conflicto'. También podría haber un sesgo de escolaridad en mi selección de etiquetas, ya que en todo caso, salvo en minoría sexual, la adopción de la etiqueta aumenta con la escolaridad. Habrá que pensar en etiquetas más incluyentes para otra encuesta.
Por lo pronto, es interesante ver que estas etiquetas sí tienen alguna conexión con las identidades políticas: los morenistas son los que más se identifican como chairos, los priistas como Godínez, los perredistas como veganos, los panistas como minoría política, los de izquierda como feministas y los liberales como minoría sexual. Por lo visto, creo que valdrá la pena retomar el tema.