“No crean que tiene mucha ciencia gobernar”, le dijo el presidente López Obrador a la opinión pública mexicana en un evento en el Estado de México, en junio de 2019, a la mitad de su primer año de gobierno. La política tiene más que ver con el sentido común y con servir al prójimo, agregaba el primer mandatario en su discurso. Tan sólo unos meses después, la pandemia del coronavirus ha puesto a la ciencia en el centro de las decisiones de gobierno.
Los expertos son los que han sentado las bases de la credibilidad de la gestión pública en medio de la epidemia, y, bien que mal, ha sido el expertise, el conocimiento especializado, más que el sentido común, lo que ha servido de guía para las difíciles decisiones gubernamentales en estos tiempos de crisis. Para muchos mexicanos, el confinamiento, quedarse en casa, interrumpir la vida cotidiana y, sobre todo, la actividad económica, chocaba en un principio con el sentido común. Fue necesario que los especialistas sonaran las alarmas de emergencia para que comenzara a caer el veinte, tanto en la sociedad como en el gobierno mismo.
“Trabajamos con perseverancia bajo la asesoría de científicos que guían la toma de decisiones #COVID19”, decía un tuit el día de ayer en la cuenta del Presidente. Las decisiones y la información que ofrecen los especialistas del sector salud tendrán que ser revisadas con lupa, con microscopio de ser posible, bajo la óptica de la rendición de cuentas. No esperaríamos menos de las tareas de monitoreo y vigilancia democráticos. Probablemente se encontrarán errores y aspectos mejorables, pero el punto que quiero hacer notar es que así, repentinamente, el sentimiento público acerca de los expertos y de los científicos parece haber cambiado.
Hasta hace poco, una buena parte del discurso político, sobre todo el que suele etiquetarse como populista, situaba a los expertos en el bote del desprestigio, los señalaba como élites privilegiadas fuera de contacto con toda realidad social, como insensibles, como parte de un orden establecido corrupto que había que cambiar. El atractivo electoral de los populistas, advierte Jan-Werner Müller en ¿Qué es el populismo?, reflejó la movilización de ese resentimiento antielitista.
En la coyuntura de la pandemia, el retorno de los expertos y los científicos al centro de la vida pública es evidente. Y no me refiero sólo al protagonismo del doctor López-Gatell, subsecretario de Salud, quien hoy cuenta con un alto nivel de popularidad y ya algunos comienzan a verle como presidenciable. (Quizás no quiera ni le interese, pero la popularidad puede ser como el canto de las sirenas). Me refiero más bien a la imagen de los expertos, en general, al peso de los científicos en el imaginario colectivo bajo el contexto de la pandemia. Me remito a lo que nos dicen las encuestas para ilustrar el punto.
En la encuesta nacional de El Financiero que se realizó el 17 y 18 de abril se incluyó una pregunta sobre qué tipo de liderazgo prefieren actualmente los mexicanos. El 20 por ciento opina que lo mejor para el país en la actualidad es tener líderes cercanos y sensibles al pueblo; en contraste, 76 por ciento cree que es mejor tener líderes preparados y con conocimientos para resolver los problemas. Contundente: La preferencia por el conocimiento y la preparación es hoy casi cuatro veces mayor que la preferencia por un líder cercano al pueblo.
Estos resultados sugieren que la epidemia sí podría tener efectos en el razonamiento electoral de los mexicanos. El Covid-19 parece haber provocado un giro, una revaloración del expertise. Será interesante ver si este sentimiento permanece hasta las elecciones del próximo año o si el entusiasmo procientífico se aplana conforme la curva de la epidemia también se aplana. Será igualmente interesante ver si los políticos ajustan sus estrategias, ponderando más una imagen de conocimiento que una de cercanía al pueblo.