En medio de un ambiente de polarización política, el arranque de las campañas electorales nos recuerda que también hay algo que solemos llamar campañas negativas.
Las campañas negativas son muy diversas y van desde los mensajes de descalificación a propuestas, acciones y resultados de gobierno, hasta los ataques personales, a veces despiadados, a candidatos y candidatas. Algunos les llaman campañas sucias, sobre todo cuando el ataque se basa en escándalos o filtraciones a la opinión pública.
El objetivo de las campañas negativas es dañar la imagen de una candidatura para restarle votos. Por eso es muy común que los ataques se dirijan a quienes aparecen como punteros en las encuestas. Las campañas negativas emplean mensajes que apelan a los miedos y emociones, y buscan un efecto en electorados que, como diría el politólogo William Riker, siendo adversos al riesgo, evitan votar por una opción que se percibe como 'indeseable'.
Las campañas negativas se popularizaron en México en las elecciones intermedias de 1997, luego de que la reforma electoral de 1996 ampliara los tiempos y los recursos de los partidos políticos para anunciarse en televisión, radio y otros medios masivos. En ese entonces surgieron campañas antiestablishment como "No votes por un político," del Partido Verde, y "Ya es tiempo de que salga el sol", del PRD que presidía López Obrador.
Ese mensaje del sol suena positivo, pero evoca un principio similar al de campaña de reelección de Reagan en 1984: "Ya está amaneciendo otra vez en Estados Unidos" (It's morning again, in America), que criticaba al gobierno anterior por haber sumido al país en la oscuridad y destacaba cómo en los últimos cuatro años eso se había logrado revertir. En México, la salida del sol (azteca) implicaba una larga noche oscura del viejo régimen y la promesa de una nueva luz y esperanza.
En 2000, Vicente Fox lanzó ataque tras ataque al PRI. Les llamó "víboras y tepocatas", además de, en pleno debate televisado, tundirle al candidato de ese partido un "a ustedes lo corrupto no se les va a quitar nunca". Los ataques de Fox provocaron que la campaña del PRI respondiera contraatacando al panista, pero el tiro les salió por la culata.
En 2006, la campaña negativa llegó a su cenit con la descripción de AMLO como "un peligro para el país", mensaje que le fue quitando la ventaja que traía en las encuestas y al cual su campaña nunca supo cómo responder o neutralizar. La reforma electoral que siguió a esa elección prohibió las descalificaciones (difamar o denigrar) entre candidatos, tratando de enmendar a costa de ciertas libertades.
Las campañas negativas tienen, paradójicamente, un aspecto positivo: ponen a prueba a las candidaturas, su temple, su capacidad de respuesta, su control de daños y, sobre todo, su integridad. En ese sentido dotan al electorado de información muy importante para decidir el voto. Incluso si se trata de información falsa, la capacidad de respuesta de la campaña atacada es un buen indicio de su potencial de respuesta en el gobierno.
Por otro lado, las campañas negativas también pueden generar desánimo entre el electorado, incluso abstencionismo, pero, además, en el ambiente de polarización en que estamos, pueden tener otro efecto negativo adicional: profundizar la polarización, disminuir el diálogo, ahondar la desconfianza e incentivar la desafección política. En vez de verse como el mecanismo de poder ciudadano por excelencia, de participación cívica, de responsabilidad, las elecciones terminan percibiéndose como un juego sucio para elegir entre una opción mala y una peor. El costo cívico de las campañas sucias puede, en ese sentido, ser brutal.
Las campañas negativas ya comenzaron a aflorar en este año. La contienda en Nuevo León nos confirma que en el catálogo de ataques están los nexos de personajes políticos con NXIVM. Tanto el presidente de Morena como la candidata de ese partido a la gubernatura han argumentado que fueron engañados. Veremos si la carta de víctima les funciona.
Pero en el catálogo de ataques también ha estado incluido el INE, a quien ya se acusa de tener un sesgo partidario. Esa crítica no parece sólo buscar votos; se mete de lleno en los terrenos de la desafección y la desconfianza ciudadanas.
Una cosa es la campaña negativa para obtener una ventaja electoral poniendo a prueba el temple de las opciones políticas y brindando al electorado elementos valiosos para su decisión; otra muy diferente es emplearla para minar a las instituciones, debilitar la confianza ciudadana, promover la intolerancia y, ultimadamente, debilitar a la democracia.