El apoyo popular al presidente López Obrador ha sufrido un desgaste particularmente notable entre el segmento de mujeres jóvenes, quienes, en su mayoría, desaprueban la labor que está haciendo el mandatario.
De acuerdo con la encuesta nacional de EL FINANCIERO, realizada a mil 500 personas adultas en febrero, las mujeres de 18 a 29 años expresaron un nivel de aprobación al Presidente de 43 por ciento y una desaprobación mayoritaria de 52 por ciento. Se trata del segmento poblacional más crítico al Presidente.
Este registro de la popularidad o impopularidad de AMLO entre las mujeres jóvenes del país es previo a las marchas del 8 de marzo y también previo a las "advertencias" del gobierno y del propio Presidente de que las marchas podrían tornarse violentas, o al señalamiento de que detrás de las marchas había intereses conservadores moviendo los hilos.
Esos amagues retóricos no desmovilizaron el deseo de marchar, aunque sí es muy probable que hayan generado un toque adicional de descontento con el Presidente.
En las marchas predominaron las mujeres jóvenes. Esto se vio en las imágenes que compartieron en las redes sociales por medio de sus teléfonos, pero también se registró en la encuesta nacional que hicimos en febrero, y que indicaba que quienes estaban más dispuestas a unirse a marchas, actos o manifestaciones durante el Día Internacional de la Mujer eran mujeres de 18 a 29 años de edad. Eso no quiere decir que no hubiese mujeres de otras edades en las marchas, pero la gran mayoría eran mujeres jóvenes.
Efectivamente, el 8 de marzo marcharon quienes más desaprueban al Presidente, pero sería un error pensar que las marchas de ese día son meramente una manifestación de descontento con el gobierno en turno. Las razones para marchar trascienden ese mero descontento.
Las razones para unirse a las marchas de mujeres incluyen sus exigencias por una mayor seguridad y no violencia, sus demandas por una mayor igualdad y mayores oportunidades, su lucha por ampliar y garantizar sus derechos y libertades, y su deseo de romper ese patriarcado que les ha sido limitativo en el pasado y hasta nuestros días, contribuyendo a que caiga y no sea más para las generaciones futuras.
Las razones también incluyen aspiraciones legítimas de reconocimiento a su condición de mujeres, a su trabajo y a los roles que desempeñan día a día. Las razones incluyen el sentido de que, conscientes de sus propias diferencias entre ellas, las une una lucha en común. En las marchas se manifiesta, se grita, el orgullo de ser mujer.
Así marcha la desaprobación, pensé, con temas de fondo que como sociedad estamos obligados a entender mejor. Sí, hay un descontento con el Presidente y su gobierno entre la mayoría de las mujeres que marcharon, acaso un descontento no sólo por la retórica que las ha minimizado, sino también por decisiones específicas de política pública. Pero las marchas de mujeres trascienden ese descontento. Las razones de marchar van mucho más allá.
El martes 8 de marzo, cuando entré al salón de clases, una alumna me avisó amablemente que se saldría a media clase porque se iba a unir a las marchas. Su tono no fue solicitando permiso, sino de cortesía, de responsabilidad, informándome por qué se iba a media clase. No fue la única en salirse. Otras alumnas también lo hicieron. Esa tarde se unieron a contingentes, marcharon, gritaron, experimentaron la sororidad y tomaron la oportunidad para ejercer la auto-expresión, en lo individual y en lo colectivo.
Así marcha la desaprobación, pensé de nuevo, imaginando la línea descendente en una gráfica en la que la popularidad presidencial va cayendo entre las mujeres jóvenes, pero, sobre todo, reconociendo el papel concientizador y las maneras en que las marchas nos están cambiando.
En unos cuantos años, las jóvenes que hoy marchan serán quienes gobiernen, quienes nos representen, quienes tomen las decisiones, quienes dirijan las instituciones, tanto del Estado como de la sociedad en su conjunto. Hoy, así marchan.