“Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida que medís os medirán”, Mateo, 7:2.
Hoy, mis estimados lectores, llegamos al análisis de los penúltimos datos que SABA Consultores hizo públicos, sabiendo que cada vez estamos más lejos del momento en que se recabaron. Por esa razón, hemos de ser conscientes de que nos alejamos de la realidad actual y nos vemos obligados, también cada vez más, a navegar a estima, es decir, a buscar lo que los marinos llaman “punto de fantasía”. Recuerden, esa posición teórica que, al carecer de referencias, el navegante intenta que coincida en la mayor medida posible con la sustantividad práctica. La ríspida vecindad de Trump, que hace estos momentos cruciales, agrava la situación y obliga a afinar diagnósticos. Se hará lo que se pueda, como se pueda y con lo que se tenga, como mi buen amigo el Dr. Alfredo Cuéllar me aconsejó en su día con su habitual lucidez. La cosa es que los datos que hoy toca analizar, por azares del destino, tocarán un vector muy en relación con el momento geopolítico que vivimos: la migración.
Antes, sepamos que un 53,9 % otorga credibilidad al gobierno de Claudia Sheinbaum, lo cual es llamativo, por pobre, en comparación con su respaldo electoral. No todos sus seguidores le tienen confianza ciega. En cuanto a su combate contra la carestía de la vida, el porcentaje de quienes la aprueban es similar, aunque algo inferior. Y en términos muy parecidos está el número de quienes piensan que el trato a migrantes es correcto: un 49,6 %. Conviene resaltar que estamos hablando de cómo México trata a quienes llegan, y también que un 37,4 % opina que no se les acoge bien. En estos días en que la actualidad del problema migratorio es candente, es difícil desligar ese dato del malestar por la ofensiva de Trump contra quienes están en situación ilegal en Estados Unidos. Voy a tratar de escribir huyendo de demagogias y de lo políticamente correcto. Para empezar, como he visto en algunos medios, enfocar la actitud del presidente gringo como un movimiento racista es no ver, o no querer ver, el fondo de la cuestión. Es, en el mejor de los casos, ingenuo, y en el peor, directamente falaz.
El tema del trato a los migrantes que llegan a México es interesante porque, como dice San Mateo, con la vara que midáis, seréis medidos. Lo cierto es que, como dijo la propia Claudia hace apenas diez días, la política tanto con la llegada a través de la frontera sur como con los posibles deportados de otros países es la de retornarlos a sus países de origen. Es lo lógico, partiendo por supuesto de que el trato sea acorde con los derechos humanos. ¿Por qué, entonces, el gobierno de México no es el primer interesado en que los términos migratorios, cuando se trata de sus nacionales en Estados Unidos, estén en el marco de la legalidad? No tengo la respuesta a esa pregunta, pero invito a un análisis desapasionado de lo dicho por Trump. Porque, retóricas aparte, no ha habido administración estadounidense alguna que no haya luchado contra la inmigración ilegal, ejerciendo su derecho a proteger su territorio, derecho que también ejerce México. Pero conviene prestar atención a otro vector: una frase, casi textual, dicha por Donald fue que los cárteles tienen una alianza con el Gobierno de México y ponen en peligro la seguridad nacional y salud pública de Estados Unidos. Casi nada.
No me cabe duda de que, antes de la llegada de AMLO, otras administraciones alumbraron pactos con el narco o hubo funcionarios coludidos con el crimen organizado. Pero nunca, hasta la 4T, hubo tal desfachatez en hacerlo visible. Eso, además de la popularidad, también es herencia que recibe Claudia. Las mafias coyoteras forman parte del crimen organizado, y si este está, como mínimo, infiltrado en el gobierno, la conclusión no parece complicada. No perdamos de vista, no obstante, a los términos en que Trump planteó el problema, relacionando deportaciones, aranceles y narcotráfico. Este último, identificado con terrorismo. La justificación de los aranceles la basa en el déficit comercial, y la inclusión de Canadá también debe llamar a la reflexión: no hay ni racismo ni ninguna obsesión con México. La estrategia de Trump no es nada personal, sólo negocios. Verlo de otra manera es un error.
Enfocar la respuesta sólo en términos internos o propagandísticos es soslayar deliberadamente la realidad de una relación bilateral extremadamente compleja. Invocar constantemente a la soberanía y a un nacionalismo pasional no será la solución. Dicho de otro modo, ignorar el tablero y las reglas del juego no parece ser el mejor modo de ganar una partida, o al menos de dejarla en tablas. “No creemos que vaya a ocurrir”, dijo Claudia sólo tres días antes de que Trump firmara la orden ejecutiva arancelaria. Se le puede llamar “diplomacia del chantaje”, o diplomacia transaccional, y si así fuera, cuidado, porque quien cede una vez a un chantajista ha cedido para siempre. Lo cierto es que tras una conversación telefónica obtuvo el “plazo de gracia” de un mes. A cambio, el compromiso de Sheinbaum fue enviar 10000 efectivos de la Guardia Nacional a la frontera para controlar la migración y el tráfico de fentanilo, lo que evidencia que las razones de fondo para los aranceles no eran sólo económicas y que se ha captado el mensaje. Lean entre líneas: México suma más de diez mil detenciones y 90 toneladas de drogas incautadas en los últimos cuatro meses. La pregunta es por qué ha habido que esperar a las presiones de Trump para aplicar esa estrategia de seguridad.
Por eso he de insistir en que aranceles, narcotráfico y migración forman un todo. En cuanto a lo último, por más impopular que sea lo que voy a decir, lo natural es que la resolución del problema se aborde en origen, y de hecho así lo hace México con quienes llegan a su territorio. La política agresiva de Trump requiere sabiduría y tacto. Dijo Claudia Sheinbaum que tenían preparados plan A, plan B, y plan C. Puede que se necesite completar el abecedario hasta el plan Z y empezar otra vez por la A. Y que se aplique ese abecedario, más que en ningún sitio, en casa. Leí casi con indignación a Viri Ríos decir que “un México pobre es un México más peligroso para Estados Unidos. Desestabilizar al país causará más pobreza, más migración y hará aún más atractivo el mercado de las drogas ilegales”. La excusa antigua y artera según la cual México no es responsable de su propia pobreza, de su delincuencia, o de la triste necesidad de millones de compatriotas de tener que migrar al norte a como de lugar. He dejado para el final un último dato de SABA: el de los peores políticos. Les informo que empatan en cabeza, con tendencia de los tres a la baja, EPN, AMLO y Salinas. Pero les comunico también que ninguno de ellos es gringo ni se llama Donald Trump. Si queremos medir a los de fuera con una vara, apliquémosla primero, y con más rigor, a los de dentro.
adolcafe@yahoo.es
a pregunta es por qué la 4T ha habido que esperar a las presiones de Trump para aplicar esa estrategia de seguridad.
04/02/2025