“No he de callar, por más con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo”, Francisco de Quevedo.
Conocida es la historia del mensajero que, allá por el 72 a. C., dio a Tigranes, rey de Armenia, la información de la llegada a sus dominios del general romano que, andando el tiempo, significaría el principio del fin de su reinado. Plutarco, en sus “Vidas paralelas”, lo relata así: “El primer mensajero que dio la noticia sobre la llegada de Lúculo estuvo tan lejos de complacer a Tigranes que este le cortó la cabeza por sus sufrimientos; y sin ningún hombre atreverse a llevar más información, y sin ninguna inteligencia del todo, Tigranes se sentó mientras la guerra crecía a su alrededor, dando oído sólo a aquellos que lo halagaran...”. Andrés Manuel López Obrador, y su coro de palmeros, así parecen comportarse, en un doble sentido. En sus círculos cercanos, donde todo es arrobo y ojitos de cordero degollado ante cada una de las decisiones y ocurrencias del Presidente, y en el grueso de sus seguidores, que siguen siendo mayoría, y que reiteradamente toman la actitud de Tigranes: afear a todo aquel que se atreve, que nos atrevemos, a señalar de un modo u otro los dislates de AMLO o de sus colaboradores. Que no son pocos, por cierto, ni los dislates ni los adláteres. No sólo eso, sino que ante tal panorama, por más que se señalen ciertos errores, redoblan su aplauso y aumentan su aprobación.
Así se desprende de los datos de SABA Consultores correspondientes al 28 de junio, donde el Presidente obtiene uno de los mejores porcentajes de aprobación de los últimos meses, rozando la advertencia favorable. Y no sólo eso, sino que recibe una vigorosa alerta positiva en la consideración como mejor político de México. Cabría preguntarse que algo tendrá el agua, cuando la bendicen, si ante la colección de majaderías del Presidente, sus continuos ataques a las instituciones que lo sustentan, y sus nulos resultados económicos y sociales (al margen de unas dádivas que algún día se agotarán), mantiene este colosal grado de aprobación por parte de sus fans. Por otra parte, cabe igualmente pensar si realmente los ciudadanos tienen otra opción distinta a agarrarse a este último clavo ardiendo de la esperanza que representa Andrés Manuel, ya que literalmente enfrente no tiene a nadie, y sigue siendo el rey de este país (en el sentido político) de ciegos. ¿Dónde está la oposición? ¿Existe, más allá de los brindis al sol y la lucha por las migajas que caen de la mesa del poder? Al parecer, ni está, ni se la espera.
Todo ello mientras la inseguridad golpea con tanta o más fuerza que nunca, azotando a la nación después de dos años de la creación de la Guardia Nacional y de la consiguiente militarización de la lucha contra la violencia. Respecto al desabasto de medicamentos, ese héroe de pacotilla en el que han convertido a López Gatell, sigue descendiendo a cotas desconocidas de la desvergüenza tildando de “golpistas” a los padres de los niños con cáncer. Peor aún que eso es lo que aparece en el “Top of mind”: se menciona a estos papás como un grupo ¡que está en contra del gobierno! Luego el mensaje ha calado: son un grupo organizado que ha tomado como excusa la enfermedad de sus hijos. Si no fuera tan ruin, movería a risa: que esto no haya provocado una ola de indignación habla igual de mal del doctor Muerte y de quienes le siguen bailando el agua. Mientras tanto, se recrudecen las agresiones a periodistas de un modo cotidiano, y aproximadamente la mitad de ellas, según publica “El País”, provienen de la fuerza pública. No es de extrañar, pues no hacen más que reproducir la actitud de AMLO y sus colaboradores, que no es otra que la misma de Tigranes: matar al mensajero, si las noticias no son de su agrado, y de paso cerrar los ojos a una realidad que queda enterrada por los aplausos y alabanzas de quienes les rodean, y por la aprobación ciega de sus seguidores más contumaces. Estos, además, no dudan en llegar al ataque dialéctico personal, a la continua falacia ad hominem, en redes sociales, en comentarios, en las mañaneras, o si tiene usted la desgracia de mantener una conversación con uno de ellos, en la calle o en un desayuno. Se comprueba una y otra vez que el resultado de la llegada al poder de su adorado Andrés Manuel no ha sido en absoluto un bálsamo de tranquilidad, sino que ha generado una ola de resentimiento en aquellos que deberían estar contentos y felices en el paraíso prometido. Si alguno de ustedes aún no lo ha comprobado, intente un debate, incluso humorístico, sobre tales cosas, y se encontrarán de inmediato el amargo exabrupto y la descalificación. Es el discurso del resentimiento elevado a categoría de movimiento político.
No confundan, por favor, a los periodistas agredidos o silenciados con los grandes medios de comunicación, inermes ante su pérdida de crédito a pasos agigantados, que se conforman con prepararle la elección a títeres ridículos, como hemos podido comprobar recientemente en Nuevo León, donde se ha logrado dejar atrás al ridículo Bronco para cambiarlo por una versión fosfo fosfo de lo mismo, pero en Calzada del Valle. Eso, también, ante la inoperancia absoluta del resto de aspirantes. Y tampoco confundan a quienes lealmente vieron en AMLO una esperanza para México, con los aplaudidores rencorosos cuya alegría procede no de haber mejorado ni su situación ni su nación, sino de ver cómo otros que no estaban jodidos van camino de estarlo también. A los muchos otros, a los de buena fe, les insto a que, ya que el Presidente prefiere actuar como Tigranes de Armenia, no lo hagan ellos, y en cambio los invito a una reflexión que nos dejó Mark Twain hace ya siglo y medio: “Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es momento de hacer una pausa y reflexionar”. Porque por algún sitio viene doblada, y el mal de muchos no es un consuelo deseable.