“Es difícil imaginar una forma más estúpida o más peligrosa de tomar decisiones que ponerlas en manos de personas que no pagan ningún precio por equivocarse”, Thomas Sowell.
Ayer se celebró la asamblea de socios del Real Madrid, en la que su presidente, Florentino Pérez, logró la aprobación de cuentas y presupuesto con 1790 votos a favor contra 7 en contra. Se preguntarán ustedes qué tiene esto que ver con México o con los monitoreos de SABA Consultores. Les explico. Durante todo el sexenio pasado, SABA demostró que el respaldo a AMLO fue sólido y creciente, salvo algún bache circunstancial. De hecho, a la finalización de su mandato, grosso modo, 3 de cada 4 mexicanos le daban su aprobación, lo cual no es la apabullante unanimidad que logró Florentino Pérez, pero se acerca. La diferencia está en que el Real Madrid, durante el mismo sexenio, ha ganado 3 Champions, 3 Ligas y 2 copas mundiales. México, mientras tanto, ha sufrido un aumento grave de la inseguridad, una gestión calamitosa de la pandemia, además de ser notorio que muchos que aprueban a López Obrador han manifestado reiteradamente estar en desacuerdo con sus decisiones, como hemos visto semanas atrás.
¿Cuál es, entonces, la “champions” de Andrés Manuel que lo acerca tanto a esa utopía de unanimidad? La respuesta está entre los datos que analizamos hoy. Al cierre de su mandato, los programas sociales alcanzaron un valor récord rozando el 80 por ciento el número de ciudadanos que han afirmado ser (ellos o sus familias) beneficiarios de los mismos. La relación entre ambas variables ha sido evidente y persistente, no hay que insistir en ello. Este poder atesorado por AMLO, en forma de una teórica redistribución de recursos con cargo al erario, es un gigante con pies de barro. Su falla principal es que pone en riesgo la solvencia del estado, porque el crecimiento del empleo informal no permite el muy necesario ensanche de la base fiscal. En román paladino: la lana que engrasa ese sistema se acaba. Por eso se ha echado mano progresivamente de distintos fideicomisos y por eso la deuda pública no para de crecer. Que este modelo asistencial que alimenta el poder político no es sostenible parece una evidencia. Se asemeja más a una estafa piramidal que puede caer con estrépito en cualquier momento.
Esta visión cortoplacista que ha hecho suya gran parte de la población, abocada en su día a día a la dependencia de las dádivas ante la ausencia de otras perspectivas, tiene cumplido reflejo en otro de los indicadores que nos muestra SABA: bastante más de la mitad de los mexicanos se limitarían, si pudieran platicar con AMLO, a felicitarlo, agradecerle, desearle lo mejor y otros términos parecidos. Las recriminaciones apenas alcanzan un 10 %, aunque algunas de ellas son muy explícitamente negativas. En caso de platicar con Claudia Sheinbaum, los ciudadanos adoptan mayoritariamente recomendaciones genéricas o esperanzadoras, y en porcentajes moderadamente relevantes le piden una línea continuista. Por ejemplo, un nada despreciable 12,6 % le diría que siga los consejos de AMLO. En general, la plática con Claudia tendría más tintes de petición y esperanza, mientras que con Andrés Manuel se divide desigualmente entre el agradecimiento y un sector, quizá una cuarta parte, que muestra enfado e incluso ira ante un hecho para ellos negativo y ya consumado.
La popularidad cosechada y mantenida por López Obrador, y heredada por Claudia, supone un capital político que bien podría resultar un capital social en los términos descritos por Robert Putnam. Sin ánimo de entrar en detalle, el politólogo de Harvard describe que una sociedad pacífica se basa en vínculos como la raza o la religión, y en el caso de las sociedades multiétnicas mediante lo que llama capital puente, que se basa en otro tipo de vinculaciones. El ejemplo clásico de Putnam es el de los seguidores de un equipo de fútbol, cuyo entusiasmo común tiende lazos entre gentes distintas. México es una sociedad racial y religiosamente bastante homogénea, en comparación por ejemplo con EEUU, y la 4T se ha mostrado como un elemento de pertenencia que debería, teóricamente, haber reforzado las afinidades sociales.
Sin embargo, y seguro que muchos de ustedes lo han comprobado en sus carnes, no es ni de lejos así. Vivimos una polarización social y política galopante, porque así lo ha querido y potenciado constantemente el líder del partido en el gobierno. Fomentar esa división tiene sentido, aunque no lo parezca. La vinculación entre la 4T y sus seguidores se debe exclusivamente a los programas sociales, como demuestra que están en desacuerdo con el resto de políticas. Por lo tanto, hay que fomentar esa dependencia señalando a todos los demás como enemigos (aspiracionistas, corruptos, adversarios…) que le querrían negar el pan a los pobres. El deseo autoritario de homogeneidad no se basa en la concordia, sino que necesita esa visión maniquea, porque, a diferencia del Real Madrid, la 4T no ha ganado ninguna “champions”, pero aun así quiere perpetuarse en el poder. Su unanimidad utópica, tal vez, sería generar el mayor número de dependientes posibles. Aunque ello suponga despreciar el nacimiento de un rico capital social únicamente por intereses políticos.
El peligro es que, como ya he señalado, el sistema tiene serias fallas. En las minas de carbón había antiguamente un sistema de detección de escapes del letal gas grisú sumamente efectivo: un pajarito, generalmente un canario, se colocaba en el interior. Si el animal, más sensible a los gases, se desmayaba, era el aviso para abandonar la mina de inmediato. El canario del grisú de la 4T son las arcas del estado. Sin reformas fiscales ni laborales profundas y racionales, antes o después quedarán desmayadas y habrá desbandada general. El gran reto de Claudia Sheinbaum es la cuadratura del círculo de las cuentas públicas. Afortunadamente, en pocos días tendremos datos nuevos de SABA, y sabremos con qué pie ha entrado en la presidencia. Además, podremos ajustarnos a la actualidad de problemas de la envergadura de la política exterior o la inseguridad. En general, sabremos más. Qué ganas de medir.