“Quod placuit principi, habet vigorem legis (Lo que agrada al príncipe tiene fuerza de ley)”, Aforismo jurídico latino.
Hace unas semanas decía que más valía que interiorizáramos que la sucesión presidencial se iba a decidir adentro de Morena. Eso parece cosa segura, al menos a como están las cosas en este momento. Sin embargo, abrigaba la esperanza de que, entre las opciones disponibles, hubiera al menos una que representara un abandono de lo visceral a favor de la racionalidad. Un proyecto lógico que prescindiera de improvisaciones y dejara de lado ciertas pendejadas. Parecía que Marcelo Ebrard podría haber sido esa opción, pero a las primeras de cambio ha desactivado tal esperanza, con su propuesta al hijo de AMLO de dirigir una secretaría específica de la 4T. Si no les suena, les refresco la memoria: se trata de institucionalizar un movimiento, como hace ya muchos años se hizo, pero esta vez sin revolución alguna de por medio. Desde Chocolates Rocío (ya saben, el chocolate de la transformación), el primogénito declinó amablemente la oferta del excanciller, que debería pensar aquello de “ahora sí que quedé yo bien”. Porque, ¿qué tenía en mente Ebrard? Una propuesta de ese calado propagandístico, al inicio de la pelea de corcholatas, se supone al menos consensuado con el interfecto. ¿Qué podía perseguir Marcelo, si no era así?
El caso es que, por ahora, ni ese aparentemente grave error, ni los demás arranques de los precandidatos han afectado en casi ningún sentido al pensamiento ciudadano. Según los datos de SABA Consultores de esta semana, AMLO sigue estable en su aprobación, la interna continúa presentando empate técnico entre Claudia y Marcelo, y tan sólo se confirman los avances de Morena en identificación partidista y, sobre todo, en intención de voto. El protagonismo del nuevo partido hegemónico cosecha sus frutos sin mucho esfuerzo. Los seguidores de Morena son, naturalmente, una de las fortalezas de Andrés Manuel, junto con los jubilados, los de menos estudios, los de menos ingresos y, sobre todo, los perceptores de apoyos. A su vez, quienes aprueban a AMLO son los grandes impulsores de los avances de Morena, junto precisamente con los demás sectores mencionados. Así que AMLO es la referencia de Morena, y su criatura el vehículo de su perpetuación. Por cierto, que se produce un cada vez más frecuente descenso del índice de felicidad, impulsado curiosamente por los de menos estudios y más edad. Tienen al líder deseado, pero a veces no son felices. Ya saben cómo va, no debía de quererte, y sin embargo te quiero.
Todo esto me genera una duda, que le traslado al amable lector. A la inesperada propuesta de Ebrard hay que sumar la carta de Adán Augusto al presidente justificando sus humildes deseos, y la continua expresión, por parte de Sheinbaum, de una voluntad continuista. Todos ellos sin contenido ideológico, sin programa económico conocido, sin hoja de ruta política más allá de esa entelequia que llaman 4T y, por supuesto, de cantar alabanzas a Andrés Manuel. Así que, ¿a quien se están dirigiendo? Mucho me temo que no a los ciudadanos, que por otra parte, como muestra el “Top of mind”, prestan por ahora poca atención al proceso sucesorio. Más bien parecen buscar el favor del todopoderoso AMLO, el beneficio de sus poderes casi taumatúrgicos, la bendición del gran elector. Pueden suceder muchos imponderables de aquí a septiembre, pero me temo que la cosa va por ahí. La transformación resultó ser un dedazo que ya no es en lo oscurito, sino a la vista de todos. Y, como durante tantos años, una carrera en busca del beneplácito del poseedor del dedo que señalará al ungido. La actitud parece delatar a los implicados. Para este viaje, no hacían falta alforjas.
