“En muchas empresas el silencio no es oro, el silencio es un sobre”, Jaume Perich.
Cuenta la mitología griega que todos los males del mundo fueron dispersados cuando Pandora abrió la caja que Zeus le regaló con ocasión de su boda con Epimeteo. Según relata la Ilíada, el padre de los dioses, sabedor de que la recién casada no podría superar su curiosidad, dio a ésta la instrucción de no abrirla bajo ningún concepto. El objetivo del dios supremo era vengarse de la osadía de Prometeo, cuñado de la desposada, el cual había robado el fuego del Olimpo para entregárselo a los hombres. Desde entonces, los males campan libres por la tierra, y en nuestro tiempo “abrir la caja de Pandora” es una expresión equivalente a la amenaza de desatar las consecuencias de aquello que, por una razón u otra, permanece oculto.
La noticia de la extradición de Emilio Lozoya se produjo el pasado día 15 de manera prácticamente simultánea al trabajo de campo del nuevo Monitoreo Nacional de SABA Consultores. Los efectos del acontecimiento serán sin duda notables, a corto y medio plazo, pero ya en estos datos aparecen los primeros indicios de un suceso que puede ser de máxima trascendencia… o no. Ello será en función de que lo que parece una clara amenaza del interfecto, como es solicitar voluntariamente ser extraditado, todo parece indicar que a cambio de revelaciones que podrían ser un terremoto para la clase política. En especial para el PRI. En especial para la administración de EPN. Pues vaya por delante que quien tenga que caer, que caiga. Ojalá y sea verdad. Ojalá que, por una vez, en la larga historia de impunidad que pesa como una losa sobre la justicia mexicana, particularmente estructurada por la prolongada dictadura de partido único que pasó por “democracia” durante siete décadas, los responsables de un expolio paguen por ello. Esa, y no otra, es la formulación de un principio, cuyos corolarios veremos después.
Veamos primero los datos. Nuevamente la estabilidad es el rasgo básico de esta medición. Lo es prácticamente en todos los aspectos, pero en especial en cuanto a la solidez de los números de López Obrador, que mantiene los valores de sus indicadores principales prácticamente en una constante en torno al 60 por ciento de aprobación. De hecho, sus datos del día 15 son una réplica casi exacta de los de las tres semanas inmediatamente anteriores. No sólo eso, sino que en otros rubros presenta indicios de una próxima mejoría.
El “Top of mind” de acontecimientos más presentes continúa presidido por el Covid19, pero a ello hay que añadir matices importantes. De un lado, un aumento de los distintos conceptos relacionados con la violencia, al hilo de un incremento paralelo de la inseguridad como principal preocupación de los mexicanos, que se veía mitigada desde la aparición de la pandemia. Esto, claro está, ya no guarda relación directa con el impactante atentado de Ciudad de México, sino con un regreso general de la atención de los ciudadanos hacia los acontecimientos violentos. Las gentes parecen haber entrado en una especie de asunción pasiva del problema del Covid19 justo en el momento en que ha revelado mayor virulencia.
Pero lo más importante, y lo que puede marcar el inicio de una etapa crucial en el mandato de AMLO, es la extradición de Emilio Lozoya. El hecho irrumpió de inmediato en el “Top of mind”, y es más que probable que sea un acontecimiento estrella en los medios en las próximas semanas. Esto va a generar dos consecuencias. La primera, que en el rápido devenir de las noticias pase a segundo plano la polémica visita de AMLO a Estados Unidos, y con ello sus efectos, lo que aliviará a Andrés Manuel de críticas y cuestionamientos en ese sentido, aunque, todo sea dicho, en un inicio no recibió ni un rasguño. Pero más decisivo aún es que se colocará en el foco de la atención nacional aquello que AMLO siempre planteó como el problema primordial de México: la corrupción. Puede que, desde un punto de vista objetivo, sea efectivamente la mayor lacra de la nación. Mas también sabemos que según la percepción ciudadana lo más preocupante siempre fue la inseguridad. Esto permitirá a López Obrador centrar la evaluación de su labor en el combate a la corrupción, y en mi opinión también apantallar las serias dificultades económicas, los errores en la gestión de la pandemia, e incluso el lacerante fracaso en la lucha contra el crimen organizado, empezando por los pobres resultados de la Guardia Nacional. Muestra triste y clara de ello es el fracaso de esta hace pocos días en la nueva masacre en Guanajuato.
Ahora bien. La carta de la corrupción puede y debe ir ligada a un éxito visible, y a ser posible, de confirmarse los amplios indicios de delito y pillaje, ejemplarizante. Que se demuestre la implicación de la cúpula de la administración de EPN, con él a la cabeza, tal vez represente una novedad, en cuanto al paso decisivo de las sospechas a las certezas con respecto a tantos gobiernos anteriores. Pero lo que realmente no tendría precedente es que, además de comprobarse el delito, el peso de la ley caiga sobre los responsables. Lo que se supone una súbita locuacidad de Lozoya, que habría dado lugar a su solicitud voluntaria de ser extraditado, parece evidentemente ligado a una colaboración con la justicia mexicana. La apertura de la particular caja de Pandora del PRI. Del viejo, del nuevo, y del novísimo. ¿Cabe pensar acaso que, de ser ciertas las especulaciones, con tanto viso de serlo, los grandes dinosaurios priístas, avezados en mil batallas de mordidas ilegales y de pagos de favores, no estuvieron al tanto ni agarraron su trozo de pastel? Puedo creerme que estuvieran molestos por haber sido apartados, temporalmente, de los resortes del poder, pero no se me pasa por la cabeza que vieran circular los sobres apestando a dinero sucio y sus experimentados olfatos lo pasaran por alto. Como dice la cita que antecede este texto, el silencio en la empresa priísta venía empaquetado en sobres. Lozoya viene dispuesto a romper la omertà, a ser el Tommaso Buscetta de los años locos del priísmo: se agotó el contenido del sobre del exdirector de Pemex, y con él su cuota de silencio cómplice.
Así que la ocasión lo merece por los de antes, por los de después, y por los de ahora, los que estuvieron en el PRI, y también los que ahora forman parte de esta administración ejerciendo su oficio de chapulín para pasar a lucir un nuevo collar siendo, cómo no, los mismos perros. De la administración de Peña, y del PRI de Peña, todos sabemos los nombres, y en especial aquellos muy ligados a la Secretaría de Energía. Y a la de Hacienda. El todopoderoso Videgaray. Manlio Fabio, que ha sobrevivido a tantas guerras, y las ha visto de todos los colores, también estuvo ahí. Coldwell. Ochoa Reza, antes de ser defenestrado del CEN del PRI, fue nada menos que Subsecretario de Hidrocarburos, y su papel fue decisivo en la reforma energética, origen, al parecer, de la tormenta que desatarán las revelaciones de Lozoya. Hablar de defenestración de Ochoa es, por otra parte, una metáfora rimbombante pero con poca correspondencia con la realidad. Como tantos otros goza tranquilamente de su curul como diputado federal. Qué decir de quien ocupa ahora su puesto en el CEN, Alejandro Moreno Cárdenas. Su silencio ha sido atronador desde su acceso al trono que ocuparan Colosio o Martínez Domínguez. Me refiero en cuanto a la actividad que le sería propia, que es la de oposición leal, honrada y activa, no la de agencia de colocación y comisionistas. Pero se ha apresurado a romper su mutismo para afirmar la perogrullada de que Lozoya nunca, nunca, tres veces nunca, fue afiliado del PRI. Excusatio non petita, accusatio manifesta.
Pues bien, todos ellos deberían desfilar, al menos como testigos, si las revelaciones de Lozoya apuntan hacia donde todo el mundo supone. Y eso debe alcanzar, insisto, a las administraciones pasadas, y a cuantos forman parte de la actual que puedan guardar la más mínima relación con el saqueo de Odebrecht. Porque, si finalmente todo queda en agua de borrajas, el fracaso será generalizado y monumental, y AMLO tendrá poco a dónde agarrarse para justificar su desempeño. Todo esto con unas elecciones intermedias en el plazo de un año escaso. Este contexto llega en una coyuntura ideal para Andrés Manuel, que presenta hoy dos signos más, puede que ya consecuencia del tema Lozoya: sendos y vigorosos repuntes en el “Top of mind” para la Presidencia y en el rubro de mejores políticos. Está ante su gran oportunidad de hacer realidad su gran promesa, el combate sin tregua a la corrupción. Y, al mismo tiempo, de convencer a quienes también ponemos en la balanza de su gestión los claros fracasos, locuras e incompetencias de que, después de todo, valdrá la pena y hará verdaderamente historia.
Es, ciertamente, el turno del poder judicial. No obstante, no nos engañemos: si el ejecutivo se escuda ahora en la independencia de aquél, no será más que una muestra de su propia corrupción. Si hay alguna ocasión en la que el poder político debe hacer valer, dentro de lo lícito, sus presiones, es esta. Dicen que lo único que quedó dentro de la caja de Pandora, al liberarse los males, fue la esperanza. El otro castigo a Prometeo fue condenarlo a que su hígado fuera picoteado por un águila, regenerándose día tras día para hacer su sufrimiento eterno. El hígado de los ciudadanos está tan picoteado por el expolio de los gobernantes que ha metabolizado el dolor como algo consustancial a la existencia. No veo en AMLO un Heracles que libere a Prometeo, pero quiero creer que si Lozoya abre realmente la caja de los males, esta vez, además de los pecados originales del PRI y de los nombres de los priístas que lo prostituyeron, sea liberada también la esperanza. Si la justicia actúa con rapidez y se obtienen resultados, el éxito no sólo será de AMLO, sino de todo México. Si todo resulta ser un “bluff” o desemboca en impunidad, la decepción será extrema. Se avecina un período extraordinariamente interesante.
Con la extradición de Emilio Lozoya y sus inminentes revelaciones, se colocará en el foco de la atención nacional aquello que AMLO siempre planteó como el problema primordial de México: la corrupción.
20/07/2020