“La política no tiene relación con la moral”, Nicolás Maquiavelo.
Tengo leído en prensa que ayer, con las elecciones USA, era el día más importante de la historia reciente. Es pronto para decirlo, y todo se verá cuando empecemos a medir los hechos por sus consecuencias. Pero sí parece necesario hacer un primer análisis de lo sucedido con la victoria de Trump, que, como ya avisa el título, va a ser a contracorriente de la opinión general, tanto de un “bando” como de otro. No creo en el maniqueísmo y hoy no voy a hacer una excepción. Ya dije que en mi opinión los gringos estaban abocados a elegir entre lo malo y lo peor. Lo cierto es que el triunfo republicano ha resultado total, incluidas las cámaras, lo que le da al presidente electo un poder que no tuvo en su mandato anterior.
Primera acotación: las encuestas han vuelto a demostrar ser inútiles como elemento de previsión, y esta vez también como instrumento de propaganda. Los demócratas han dispuesto de más dinero, de mucho más control sobre los medios de comunicación y específicamente (no neguemos evidencias en pro del buenismo) de los recursos del Estado. El fracaso ha sido estrepitoso. Cierto que gobernar supone siempre desgaste, pero para mí es claro que es la hora de una profunda autocrítica en el partido demócrata, que debe revisar de arriba abajo todas sus estrategias, sus estructuras y sin duda las convicciones que transmite. Y por supuesto un análisis sincero de muchas decisiones durante la administración saliente, entre ellas el empeño por mantener a Biden al frente, a pesar de su evidente senilidad, que finalmente hubo de asumirse en plena campaña. El atronador silencio de Harris después de la derrota es verdaderamente paradigmático. Creo que el partido demócrata se había creído su propia propaganda interna y se ha dado de bruces con esta incómoda realidad.
Las consecuencias geopolíticas son enormes, aunque tampoco pienso que estemos ante un apocalipsis. Trump ya gobernó y el mundo siguió andando. Cierto que con menos poder, pero este análisis a vuelapluma más que respuestas va a arrojar preguntas, que ya se irán respondiendo. Por ejemplo, por qué la izquierda acepta alegremente su propio populismo y demoniza el de derechas, y viceversa. ¿Estamos asistiendo a una redefinición de las orientaciones ideológicas nacidas en la Segunda Guerra? ¿Se está pergeñando ya una nueva estructura de las políticas para el siglo XXI? Si, como queda dicho, Kamala disponía de más medios, ¿por qué ha ganado Trump? Eatwell y Goodwin, en su magnífica obra “Nacionalpopulismo”, ya nos adelantaban algunas respuesta, entre ellas una que es fundamental: el desprecio de ciertas élites acomodadas en la cúspide de los partidos tradicionales hacia las demandas de gran parte de la población, mediante el fácil expediente de tildar a minorías (que ya se van haciendo mayorías) como extremistas, xenófobos, marginales u otras lindezas. Con colores contrarios, pero también populistas, pasa eso mismo con AMLO, Claudia y la 4T: si la oposición quiere basar sus progresos en descalificar a los seguidores de Morena, va de cráneo y va a seguir así. Hay que buscar explicaciones y ofrecer alternativas, no descalificar a los empobrecidos y a los que padecen el hartazgo
La ausencia de respuestas hacia problemas muy reales para quienes así los percibían denota un alejamiento total de la realidad por parte de partidos como el demócrata (o la oposición mexicana). Y lo siento muy sinceramente por todos aquellos que, repletos de capacidad y también de buena intención, han querido ver en los demócratas una opción “moderada” frente al extremismo populista. Sin embargo, no se pueden ignorar convicciones populares, muchas de ellas legítimas, y menos despreciarlas en favor de una especie de ingeniería social. Por ejemplo, todo parece indicar que el voto latino, para mí no tan sorprendentemente, ha resultado decisivo para este vuelco, lo que significa que no una mayoría, pero sí una gran parte de esta población no se siente representada por el absurdo empeño demócrata en ignorar problemas y demandas muy reales con la simple excusa de decir que no existen o son fabricaciones populistas. Muy al contrario, los populistas no fabrican esas preocupaciones, sino que sacan hábil partido de ellas.
Trump, en efecto, genera muchos odios por su incontinencia verbal y sus formas a menudo chocantes. Pero una verdad que debemos aceptar es que también tiene una enorme capacidad de movilización entre sus bases y una extraordinaria aptitud para encontrar votos en caladeros tradicionalmente no republicanos. Los primeros datos nos dicen que Trump ha mejorado sus resultados en prácticamente todos los sectores, sea como sea que los estratifiquemos (por raza, por sexo, por capacidad económica, rural o urbano, centro o suburbios…). Abusa, por supuesto, de la demagogia, como cuando atribuye a Dios protegerlo de los atentados. Pero, al fin y al cabo, Dios está explícitamente mencionado en los billetes de dólar, para muchos estadounidenses no supone un elemento disonante. La realidad es que las cifras de aprobación durante la administración Biden han sido pobres, y los demócratas en cierto modo se han hecho trampas al solitario. Por otra parte, el desempeño de Kamala Harris como candidata ha resultado decepcionante, y queda la sensación de que quizá con un candidato menos explícitamente izquierdista (dentro de lo que puede caber en los dos grandes partidos de USA) los demócratas hubieran sufrido menos rechazo.
Con Trump, ha triunfado la polarización. Pero por una vez, sin que sirva de precedente, me muestro plenamente de acuerdo con el politólogo José Daniel Borrego, que cuando se pone serio le suele atinar. Lo que importa a una mayoría de estadounidenses se compone de problemas muy reales y legítimos, como seguridad, fronteras, narcotráfico, economía o empleo. Las construcciones que la ingeniería “woke” pretende imponer no sólo están alejadas de las preocupaciones de muchos, sino que son incluso agresivas con sus convicciones. Eso se debe a que las proposiciones de la élite en ese sentido han pasado de ser muy necesariamente inclusivas, a grotescamente sustitutivas, generando incomodidad y rechazo en una gran parte de la población. Gentes que, paradójicamente, nunca se habían expresado así. El resultado ha sido querer apagar un fuego controlable con grandes cantidades de gasolina.
A ese respecto, voy a poner dos ejemplos. El caso de los latinos, que va a dar mucho que hablar a partir de hoy, es significativo, porque nadie ha parecido reparar en que es un colectivo más religioso y conservador social que el votante medio estadounidense. Su tradicional orientación demócrata por cuestiones económicas y sobre todo de migración (en el supuesto no siempre cierto de que con los demócratas habría más facilidades para los recién llegados), parece haber cambiado mucho y muy rápido. Y aunque es cuestión que merece análisis profundo, parece claro que los apriorismos han fallado estrepitosamente y que Kamala ha dado muchas cosas por sentado, en lugar de escuchar las demandas reales. Otro ejemplo, en este caso sobre una falacia frecuente. Las dos victorias de Trump han sido contra dos mujeres. ¿Significa eso que sus votantes son una caterva de fascistas, intolerantes o machistas? Evidentemente no, pues esos triunfos hubieran sido imposibles sin una gran parte de las propias mujeres, lo cual deja en evidencia las fallas de un discurso, el de la élite woke, que pretende ser unívoco pero que hace muchas aguas. Principal y contradictoriamente, por despreciar y no escuchar a quienes tienen otros ángulos de opinión. Tiempo habrá, y se gastará mucha tinta en ello, de analizar las consecuencias geopolíticas y económicas de lo ocurrido ayer. De momento, solo pretendo abrir debate. Al fin y al cabo, Ramón de Campoamor nos lo dejó dicho hace 180 años: “Y es que en el mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.