“El desengaño camina sonriendo detrás del entusiasmo”, Germaine de Stäel.
Amaneció mal la relación de AMLO con sus seguidores, precisamente hoy, en el día del amor y la amistad. Los datos de SABA Consultores recabados ayer registran una serie de avisos negativos generales para el Presidente, en todos sus indicadores. Con especial intensidad en el rubro más duro, esto es, el de las calificaciones, donde tanto en el promedio como en la calificación alta aparecen alertas negativas. Los hipocentros nos hablan claro: propician el desgaste los de más estudios, quienes no perciben apoyos sociales, y en alguna ocasión quienes viven en el Estado de México. Lo amortiguan quienes se autodefinen de izquierdas, los que sí reciben apoyos, y los de ingresos entre 2400 y 5000 pesos, estos dos últimos sectores en gran medida coincidentes. Se produce, pues, un movimiento recesivo, un desánimo. ¿Se nos rompió el amor de tanto usarlo? La verdad es que no lo creo, y me inclino más por un hartazgo momentáneo, pero cíclico y cada vez más frecuente. Cualquiera de estos picos puede iniciar un deterioro más profundo. ¿O no?
Para interpretar con lógica los datos, es obligado acudir al “Top of mind”, a fin de indagar qué fue lo que obtuvo la atención ciudadana. Y ahí nos encontramos con que el único evento, fuera de lo habitual, que captó ese interés fue el juicio a García Luna. Mucho ruido ha hecho la condecoración a Díaz-Canel, pero ni se menciona, y además, no nos echemos las manos a la cabeza. Basta con revisar la lista de condecorados para comprobar que, de poder juntarlos a todos en un evento, la reunión sería digna de verse: Fidel Castro, Juan Carlos I, Fujimori, Isabel II de Inglaterra, el yugoslavo Tito o Leónidas Trujillo; el último, Díaz-Canel, y el primero, Eisenhower. Siempre influyó más cómo soplaba el viento que otra cosa. Lo difícil es interpretar para dónde le dio el aire a la 4T al decidir sumar al cubano a la lista, pero doctores tendrá la Iglesia. La cuestión es que todo indica que no afectó en ningún sentido a la opinión pública.
Así que si el hecho central que captó la mirada de los mexicanos fue el juicio al ex secretario de Seguridad Pública, sería lícito pensar que, por comparación, AMLO debió beneficiarse, pero no fue así. El Presidente metió su cuchara pidiendo una investigación contra Calderón. No veo problema en tal indagatoria, nadie debe ser intocable en un Estado de Derecho. Otra cosa es su instrumentalización política, porque de lejos se ve que pocos, o ninguno, están libres de pecado como para tirar la primera piedra. Paradójicamente, lo que está evidenciando el juicio a García Luna son grandes verdades que están a la vista y que de repente traen al paladar de los ciudadanos un gusto amargo y desabrido. El de la inmensa cochambre en la que se ha sumido por décadas el sistema político, en el que, en el mejor de los casos, López Obrador no es más que un tuerto en un país de ciegos, que necesita periódicamente engrasar su clientela con dádivas, lo cual cada vez le funciona menos. La degradación del ambiente político se acompaña hoy con la polarización, el blanco o el negro, y de cuando en cuando, tics autoritarios: Norma Piña está ahí por él. México es víctima de la sacralización de un sistema de oligarquías que, cuando muestra sus vergüenzas, genera un más o menos involuntario rechazo general. Su finalidad fue siempre reducir la participación ciudadana al voto pasivo y desmotivado, he ahí la quintaesencia de un sistema que coloca al ejecutivo por encima del resto de instituciones. ¡Al diablo con ellas! No debe extrañar que, de vez en cuando, los mexicanos dibujen una mueca de asco. Me gustaría pensar que este hartazgo repentino es el resultado de un despertar del espíritu crítico. Pero me temo que pronto volveremos a oír cantar, como lo hacía Nino Bravo, “de por qué te estoy queriendo, no me pidas la razón”.