“La lealtad, políticamente hablando, tiene que ser del gobierno hacia el pueblo. Cuando la lealtad sin condiciones es del pueblo hacia el gobierno, se convierte en fanatismo”, William Ortiz Rosario.
El título de este comentario viene como anillo al dedo. Dígase con la salvedad de que no pretendo plagiar con esta primera frase palabras de AMLO o de López Gatell, ahora que tanto este último como los plagios andan así como de moda. El presidente siempre lo está, y cuando cree que pudiera dejar de estarlo, el futuro jefe máximo inyecta grasa en la maquinaria en forma de ayudas sociales. Así lo demuestran los datos recabados ayer por SABA Consultores, en los que, una vez más, se registra un potente aumento de dichos apoyos, que guardan correlación directa con un aviso positivo para López Obrador. Andrés Manuel exhibe a veces poderes casi taumatúrgicos, sus palabras ensalzan o condenan. Que se lo digan a Peña Nieto: cuando hace unas semanas le otorgó magnánimamente la categoría de demócrata, se rebajó el número de quienes lo consideran el peor político de México. Ahora, que el líder de la 4T lo llamó encubridor, se disparó de nuevo hasta la alerta negativa dicha consideración. Como dice la ranchera de José Alfredo, su palabra es la ley. También los nuevos creyentes de la religión 4T podrían cantar como en la iglesia: tu palabra me da vida, confío en ti señor, tu palabra es eterna, en ella esperaré. Entiéndase que esperando la dádiva, que es de lo que se trata.
La inseguridad vuelve a repuntar como principal inquietud, en detrimento de la corrupción. Aquí hay que detenerse. En una semana en que las acusaciones sobre los plagios de las tesis doctorales de las aspirantes a la presidencia coparon los medios, lo cierto es que los ciudadanos han ignorado el asunto. Me parece normal. A estas alturas, ¿de qué habían de sorprenderse? ¿De que nuestros políticos no tengan la formación académica y técnica que les sería requerida? ¿De que no tengan ética? ¿De que mientan? Puntualicemos, no obstante, que la respuesta de Claudia Sheinbaum a la acusación ha sido coherente y razonable. No así la de Xóchitl. “Gaudeamus igitur”, nombre del más famoso himno académico, significa alegrémonos, pues. Y hagámoslo si el debate no se detiene en esas minucias, sino en la inseguridad y la delincuencia, desde la acción del gobierno al respecto hasta el seno de la familia, pasando por el sistema penal y su aplicación coercitiva. Es lo que más preocupa a los mexicanos, y no me cansaré de insistir: es evidente que se necesita un giro copernicano. La violencia, lamentablemente, parece consustancial al ser humano, y lo acompaña, como está documentado, desde hace al menos 14000 años. Pero mucho cuidado con la ecuación que relaciona violencia y pobreza. Es una falacia. Se puede ser pobre y honrado, lo mismo que todos sabemos que infinidad de veces el que ordena disparar no es precisamente un desheredado. Otra cosa es que se ensalce, con advertencia positiva en aprobación, a AMLO, quien debiera combatir el problema. Lamentablemente, vuelve a suceder.
Pero hoy quiero ser optimista, y pensar que de la elección saldrá alguien capaz de acometer ese combate. Tal como están las cosas, lo más probable es que el poder llegue a manos de Claudia, que se dispara hasta una alerta favorable en la respuesta espontánea sobre aspirantes. El pueblo mexicano se declara insistentemente feliz, y ojalá tenga motivos para ello y para alegrarse hasta la saciedad, porque quien venga tenga éxito en esa lucha y no porque su tesis haya sido o no original. Los abrazos, que los dé AMLO el amoroso. Esperemos que quien acceda a la presidencia lo haga con la suficiente independencia que se requiere para ello, y no porque se le aplauda todo a cambio de un plato de frijoles. ¿Será mucho pedir?