“La resignación es un suicidio cotidiano”, Honoré de Balzac.
Llena las portadas estos días la declaración del Mayo Zambada, en la que presenta a los cárteles dominantes como moderadores, si no como árbitros finales, de las pugnas políticas en Sinaloa. En ausencia de las cada vez más necesarias mediciones de SABA Consultores, sólo podemos movernos en el terreno de la conjetura, en lo referente al impacto de estas noticias en la opinión pública. Al analizar un acontecimiento siempre hemos de tener en cuenta, para separar dudas y certezas, el quién, el cómo, el dónde y el cuándo. Y una vez precisadas, en la medida de lo posible, las anteriores cuestiones, la pregunta capital siempre es el por qué de cada una de esas premisas. En el caso de la captura de Zambada, es imprescindible esa última reflexión, que arroja más dudas que certezas sobre las cuestiones previas. Por ejemplo, por qué precisamente ahora.
Esas mismas dudas es probable que también asalten a muchos mexicanos. Porque no es importante sólo el impacto del acontecimiento, que es de suponer debe ser alto, sino en qué medida cambia la percepción de los ciudadanos acerca de la situación de la nación en general, y en concreto de los políticos que la protagonizan. Tanto de los que han logrado acomodarse en el nuevo partido oficial como de los que pugnan por sobrevivir en el simulacro de oposición. Esa es justamente la aportación crucial de la metodología de SABA: la posibilidad de relacionar con mucha precisión los hechos con sus efectos, los acontecimientos con sus consecuencias políticas en la opinión pública, que es el verdadero termómetro de la situación. Y por eso echamos tanto en falta las mediciones que hemos disfrutado estos pasados años, y seguimos navegando a ciegas por aguas, que además, están lejos de la calma.
Dejemos, de momento, a los políticos, con una precisión sobre la oposición: a día de hoy, sólo unos pocos alzan la voz en lo que podemos ya llamar sin reparos disidencia, que es el nombre que se da a los discrepantes en una dictadura o en un Estado fallido, o quizá en la combinación de las dos cosas. Pero si fijamos la atención en la ciudadanía, a pocos observadores se les debe escapar que hay una suerte de resignación generalizada que podría explicar, en buena medida, la solidez del respaldo a AMLO a lo largo de todo su sexenio. Hemos venido señalando la indudable relación entre los apoyos sociales y la contumacia de los seguidores de Andrés Manuel. Pero, a mi juicio, no sería suficiente. Quizá haya que añadir cierta fascinación por el propio vencedor e incluso por contarse entre los vencedores, una especie de sentido de pertenencia que es ampliamente descrito por los especialistas en sociología. También un querer engañarse creyendo que la 4T representa a quienes no ganaron nunca, con la consiguiente resistencia a salir de ese engaño que cada vez queda más en evidencia. Por otra parte, como señala con acierto el Dr. Alfredo Cuéllar, hay una tendencia en la minoría perdedora a aceptar la situación y a acomodarse en la medida que se pueda, tal y como sucedió durante los años del PRI.
Todo lo anterior viene al caso porque, a continuación de la declaración del Mayo, sale a la luz una entrevista con el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, cuyas supuestas palabras son, en realidad, las que una mayoría de mexicanos piensan y callan: “todo el mundo sabe cómo está la cosa”. El ilustrativo corolario sobre lo “a toda madre” que estaba la transición con Quirino Ordaz se completa, si uno no es un ciego de los que no quieren ver, con el nombramiento del saliente como embajador en España, apenas tres meses después. Sin duda, Quirino anda en Madrid muy “a toda madre”, en justo premio a la “leal colaboración”. La cosa es que quien se rasgue las vestiduras ante estas supuestas revelaciones se engaña a sí mismo, porque para pocos o para nadie la colusión entre narcos y gobernantes puede representar, a estas alturas, ninguna sorpresa.
México lleva muchas décadas, quizá siglos, siendo un país de secretos a voces. No nos echemos las manos a la cabeza por algo que estaba a la vista de todos. Las supuestas reuniones y mediaciones son lo de menos. Hace años que sabemos las componendas de García Luna con quienes se supone que debía perseguir. Lo mismo pasa con la intervención de los gringos, que también en época de Calderón metieron armas a saco en México con el conocimiento de la DEA, aunque “san” Barack Obama se lavara las manos como Pilatos. Los problemas políticos de primer orden que afectan a México no son más que síntomas de la verdadera enfermedad: el auténtico poder está en manos de los nuevos caudillos que, dramáticamente, son los capos del narcotráfico, en clara connivencia con las autoridades. No hay más cera que la que arde.
Esto es lo que todos vemos y muchos callan. Las consecuencias son variadas: desde la ausencia de democracia efectiva hasta el lacerante dominio del terror y la violencia. Pero atentos a esto: lo pavoroso no es que el narco opere con la anuencia del gobierno, sino que el gobierno parece estar alcanzando sus objetivos bajo el paraguas protector del narco. En esta nueva “dictadura perfecta” que, sin demasiado rubor y con bastante éxito, está pretendiendo reconstruir la 4T, hay cosas tan evidentes que, como dijo Juan Gabriel, lo que se ve no sé pregunta. ¿Cómo no caer de rodillas ante el altar de la certeza?, se cuestionaba Umberto Eco. Y yo digo que el gran interrogante es hasta qué punto el pueblo mexicano acepta resignado la situación. Por eso necesitamos respuestas, y las necesitamos ya.