El ensayo

Adolfo González

EL SEXTANTE
Mientras se acerca la crisis económica, el Presidente se limita a ensayar el guión vacío de lo que el cree será su obra magna.
25/05/2020

“Desde el momento en que cogí su libro me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo”, Groucho Marx.
 
Los datos de SABA Consultores sobre la opinión pública correspondientes al 21 de mayo incorporan, como novedad, un indicio de deterioro en la popularidad del Presidente López Obrador. Que nadie se alarme. Es un indicio leve, si consideramos el resto de indicadores con respecto a su persona. Es un síntoma todavía eventual pero no excepcional. Ya la pasada semana surgieron en el “Top of mind”, que es lo que refleja en qué centran su pensamiento los mexicanos, un par de detalles poco amables para con su gestión: las mentiras del Gobierno y los muertos por el Covid19. Pero, sin que sirva de precedente, no nos detendremos hoy en las cifras de Gatell y la pandemia, sobre lo que a buen seguro habremos de volver en próximos días.
 
El nuevo signo de desgaste para AMLO aparece en un indicador más certero y más rico que la mera aprobación: la calificación media, donde recibe advertencia negativa, fruto tanto de un aumento de las calificaciones bajas como de un descenso de las altas. Es, ciertamente, un síntoma aislado, pero que no hay que obviar, en la medida en que no es el primero que se presenta, y también en cuanto al delicado castillo de naipes que construye Andrés Manuel, que no parece la estructura más sólida ante la tormenta perfecta que se avecina. La peligrosa combinación de pandemia, crisis económica e inseguridad no es un contexto que haga prever un camino de rosas para el Presidente. Anticipándome a aquellos que, sin saber en absoluto cuáles son mis deseos, me dirán que los confundo con la realidad, les diré que también sigue habiendo datos que apuntalan la fortaleza de López Obrador. Su porcentaje de aprobación permanece intacto, aunque haya un leve repunte de quienes no lo aprueban. Su núcleo duro, la militancia de Morena, se significa y hace notar, sobre todo en esas redes sociales que, a ratos, detesta, pero a ratos adora el Presidente. Es clara una movilización activa de los más fieles a AMLO, que le será muy útil en el caso de darse un desgaste más acusado.
 
Don Andrés se siente fuerte y no aparenta preocupación por lo que sucede ni por lo que va a suceder. Le gusta el contexto. Recuerden, porque yo no me cansaré de recordarlo, que esto le viene “como anillo al dedo”. Prueba de su energía es que ha obsequiado a la Nación y al mundo entero con un ensayo: “La nueva política económica en los tiempos del coronavirus”. Después de leerlo, y para dimensionar de forma adecuada lo que había llegado a mis manos y a mi conocimiento, no tuve más remedio que acudir al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, para que me orientara con más precisión acerca de lo que había pretendido el Presidente al redactar tan magna obra. Y les confieso que, entonces sí, pude apreciar en toda su dimensión la multiplicidad del valor del regalo que nos ha hecho AMLO.
 
“Ensayo”, según la RAE, es en su primera acepción la “acción y efecto de ensayar”. Y “ensayar”, a su vez, se define como “probar, reconocer algo antes de usarlo”. También “hacer la prueba de cualquier tipo de actuación, antes de realizarla”, “intentar”, o “probar a hacer algo para ejecutarlo después más perfectamente o para no extrañarlo”. Por ahí, pensé entonces, debió ir Andrés Manuel. Esto es una prueba. De lo contrario, no habría incluido un gráfico que desmiente por completo uno de sus argumentos centrales: que la política neoliberal que se implementó en México desde el año 1988, con la llegada de Salinas, resultó un fracaso, porque aumentó la desigualdad. El gráfico en cuestión se basa en el índice GINI. Y lo que demuestra es que con el crecimiento económico, que reconoce fue el mayor desde 1983 hasta la fecha, la desigualdad se redujo ostensiblemente. Como los datos, afirma, proceden del INEGI, tal vez sea esa la explicación de la nueva ocurrencia, que es otorgar a esa institución la capacidad de allanar la propiedad privada sin mandamiento legal alguno para comprobar dónde está la riqueza y quién la tiene. Porque eso del índice GINI no puede estar bien, la política neoliberal fue un fracaso, y el INEGI tiene que entrar en los domicilios para hacer que los datos se ciñan a la realidad. Por las buenas o a la fuerza. Así, en el próximo ensayo, no habrá error posible.
 
Aunque no me pasó como a Groucho Marx, entre otras cosas porque sí he leído la obra de AMLO y no me caí al suelo de la risa, lo cierto es que vale más reír que llorar ante la colección de generalidades y descubrimientos del hilo negro que integran el escrito del conductor de la Nación. Obvia claramente que el Estado debe generar las condiciones para la creación de riqueza, a pesar de que cita el artículo constitucional correspondiente, y de que insiste en que se debe enfrentar la pobreza y el desempleo. Y lo obvia, porque en ningún momento menciona a la iniciativa privada, y porque también afirma, y aquí está el gran descubrimiento del agua tibia, que el PIB terminó su vida como indicador válido de la situación económica. Qué diferente este López Obrador del que aseguraba tasas de crecimiento superiores al 5 por ciento. Si la realidad de tu incapacidad rebaja tus expectativas, una buena estrategia es negarlas.
 
Lo que sucede es que ya existen indicadores que se manejan hace décadas para precisar con mayor exactitud el bienestar de las naciones. Por no hacer el cuento largo, citaremos sólo el Índice de Desarrollo Humano, que incluye, además, por supuesto, del PIB, el índice de esperanza de vida (que no es ni más ni menos que la calidad de los servicios sanitarios) y el acceso a la educación. De esa combinación, cuyos tres pilares pone a diario en peligro López Obrador, México consigue el puesto 76 a nivel mundial, y si se ajusta por desigualdad alcanza el 70. Ciertamente, en el índice de GINI, que mide estrictamente la desigualdad, México se encuentra en el puesto 119. Pero todo dato aislado tiende a sesgar el conjunto: EE.UU está en el 108. Algunos de los países con menos desigualdad están en la Europa del este, como Ucrania o Bielorrusia, pero si no tenemos en cuenta la riqueza total de su producción entraríamos de lleno en la teoría del par de zapatos único de don Andrés, ya que perfectamente pueden padecer la plena igualdad en la miseria. Les diré, a modo de orientación, varios países donde la desigualdad es menor que en México: Mongolia, El Salvador, Gambia, Madagascar. Si sus asesores económicos no le hacen notar tal obviedad tenemos un problema serio.
 
Si tan sólo se tratara de ser felices, el trabajo del gobierno estaría hecho: hace años que SABA Consultores comprueba, y en esta medición lo vemos igualmente, que la inmensa mayoría de los mexicanos se perciben a sí mismos como personas felices, incluso los que no han votado a Andrés Manuel. La mala noticia para él es que su labor también consiste en garantizar el derecho a vivir en paz, y los niveles de inseguridad siguen creciendo de forma alarmante. En el ensayo nada dice, pero parece que la solución ha sido aquello a lo que nunca se atrevieron Calderón y Peña: entregar al ejército el orden público. También es su obligación garantizar el empleo, y nada aporta en su ensayo al respecto. El “ensayo” resultó ser una especie de prolongación a su solitario discurso de hace unas semanas en Palacio Nacional: un sinfín de generalidades vacías sin aportaciones concretas.
 
Pensé, desde luego, en la posibilidad de otra acepción : “Escrito en prosa en el cual un autor desarrolla sus ideas sobre un tema determinado con carácter y estilo personales”. Caray con el estilo, eso es innegable. Pero no me quedé conforme, seguí avanzándole al diccionario y encontré algo más satisfactorio: ensayar significa  “amaestrar” o “adiestrar”, y “preparar el montaje y ejecución de un espectáculo”. Entonces comprendí. Siempre pensé que el Presidente incluía en su formación el pensamiento marxista, pero el del filósofo alemán, no el de los hermanos Marx. Lo malo es que sus dotes para la farándula tienen bastante menos ingenio y poca o ninguna gracia.
 
Lo más sorprendente de todo es la pasividad pasmosa de los partidos rivales y de la oposición, que guardan un silencio vergonzoso, distraídos en cuitas internas para ver quién puede agarrar algo del pastel de la elección intermedia. En la vida democrática son imprescindibles los contrapesos, y los liderazgos políticos que aglutinen y den cauce a los movimientos civiles y a los estados de opinión. Sin liderazgo, todo acaba en vía muerta, y uno de los secretos del éxito popular de AMLO es que carece por completo de oponente. Hay errores sobrados donde elegir en su modo de proceder, por lo que las causas de este incipiente desgaste son difíciles de precisar. Pero desde luego no se deben a la actividad de la oposición, que brilla bochornosamente por su ausencia. Mientras se acerca la crisis económica, el Presidente se limita a ensayar el guión vacío de lo que el cree será su obra magna, pero no es más que, en el mejor de los casos, la triste invención de lo que ya está inventado, y en el peor, una huida hacia delante de consecuencias imprevisibles. Quien permanezca pasivo no podrá ser después calificado más que como cómplice.

adolcafe@yahoo.es



ADOLFO GONZÁLEZ reside en España, y es analista político especializado en la interpretación de la metodología de Saba Consultores de medición de la opinión pública.

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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