“El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”, Inscripción conmemorativa en la Plaza de las Tres Culturas, Ciudad de México.
Dos grandes temas han ocupado la atención de los medios en los días pasados: la aprobación, en lo general, por el Senado, de la ley que regula la revocación de mandato, y la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlán. Sin embargo, la medición de SABA Consultores del pasado día 16 nos informa sobre la escasa o nula trascendencia de ambas cuestiones en la opinión pública general. En el “Top of mind”, no hay ni rastro de atención a los fastos celebrados en el Zócalo. En cuanto a la revocación, un irrelevante 1.5 % lo consideró el acontecimiento que tuvo más presente. Como sucede con frecuencia, la atención de los medios y la de los ciudadanos caminan por sendas bien distintas.
Hay, en cambio, un asunto que crece de nuevo como la espuma, y que tras el abandono de la primera línea por parte del Dr. López Gatell, pareciera que se volvió un tema secundario: el coronavirus. Nada más lejos para la verdadera percepción de los mexicanos: no sólo aumenta como principal preocupación, al grado de una vigorosa alerta negativa, sino que casi una cuarta parte de los ciudadanos lo considera el acontecimiento central de su interés. Casi la misma cifra, sobre poco más o menos, que se declara identificada con Morena, lo cual evidentemente no quiere decir que sean los mismos. Ni qué decir tiene que la aprobación a la labor del Presidente sigue evolucionando en valores cercanos a la advertencia positiva, acercándose a lo que sería un extraordinario 70 por ciento.
Mientras las campanas de la Historia tocaban a rebato en Kabul, con unas consecuencias geopolíticas que van mucho más allá del triste panorama que se dibuja para el pueblo afgano, López ha andado muy atareado precisamente con las dos cuestiones que, curiosamente, han acaparado la atención de los medios. Se dice que la consulta sobre la revocación de su mandato tiene como objetivo relanzar su gobierno, pero los datos lo que proclaman es que no lo necesita en absoluto. ¿Para qué diantres necesita revitalizar su popularidad un gobernante que goza de la aprobación estable de dos terceras partes de su pueblo? Cosa que, además, no duden que sabe perfectamente, aunque sólo fuera por los datos de SABA, a los que gusta de acceder, no sólo ahora que son públicos, sino cuando no lo han sido y no ha tenido empacho para sustraerlos sin permiso ni pago previo.
Esto nos debe llevar a una reflexión sobre la condición psicológica del Presidente criollo. No lo defino como tal por gusto, sino ajustándome a la definición del término: “hijo o descendiente de europeos, nacido en los antiguos territorios españoles de América”. Es decir, la característica que ha definido a prácticamente todos los gobernantes de México desde que accedió a su independencia, y por supuesto a toda la clase dominante desde el punto de vista económico que controla los resortes del país desde hace doscientos años, y que no tiene visos de dejar de hacerlo. En el caso de AMLO, no hay que remontarse siglos para encontrar su ascendencia en el viejo mundo: su abuelo era español. Busquen, si lo desean, las reacciones de los pueblos originarios actuales a la nueva pantomima que Andrés Manuel organizó en el Zócalo. Verán lo desagradable que les ha resultado el burdo engaño a su costa. Más desagradable aún debería ser para todos la renuncia a la orgullosa condición mestiza que se proclama, del modo que antecede a este texto, en la emblemática Plaza de las Tres Culturas.
AMLO, como buen criollo, maneja una representación maniquea de la historia de México, mientras con los indígenas se sigue la misma política de palo y zanahoria que los lleva marginando y empobreciendo siglos. Si esta es la liberación que trajo la independencia, y luego la Revolución, me parece que aún quedan muchos esperando su justicia. La gran Tenochtitlán vuelve a caer cada día en manos de los estafadores de la historia que la siguen aprovechando para perpetuarse en el poder. El representante actual de esta casta es AMLO, y no por ser el último el menos destacado. En lugar de gastar en un Huey-Teocalli de madera, más hubiera valido invertir en el verdadero templo mayor, cuyo techo se hundió no hace mucho por falta de inversión y mantenimiento. Difícil encontrar una metáfora mejor que esta realidad.
Como decía, el perfil psicológico del criollo Andrés Manuel debería ser de sumo interés para los profesionales de la rama. Alguien que busca el reconocimiento permanente a pesar de tenerlo de manera sobrada no puede manifestar más que una inseguridad patológica. Hacerlo, además, a través de la continua confrontación con enemigos más o menos imaginarios, sean actuales o de hace 500 años, es también digno de análisis. Para seguir retroalimentando su necesidad insiste en un nuevo plebiscito con un rasgo dictatorial evidente: no hay líder totalitario que no haya basado su permanencia en una consulta popular de este cariz. México camina de nuevo, si es que alguna vez lo abandonó, hacia un régimen de partido único, donde sólo cabrán disputas internas y acaso discrepancias entre sectores, pero nunca se pondrá en duda el núcleo duro de su liderazgo. ¿Les suena de algo? Efectivamente: son las delicias criollas del viejo PRI, solo que guisadas por otro cocinero. Un sistema con un bonito policromado artificial, mientras el verdadero templo se hunde por el granizo.
AMLO, como buen criollo, maneja una representación maniquea de la historia de México, mientras con los indígenas se sigue la misma política de palo y zanahoria que los lleva marginando y empobreciendo siglos.
18/08/2021