"Hacer es la mejor manera de decir", José Martí.
Cuanto más reflexiono a nivel personal sobre el devenir y evolución de la política mexicana, más refuerzo la conclusión de que estamos asistiendo a la réplica, acorde a los tiempos, del largo régimen que padeció México durante los 70 años de hegemonía priísta. Y digo acorde a los tiempos en el peor sentido, en el que Marx parafraseó a Hegel: la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa. Es decir, lo que una vez tuvo ropajes augustos pasa a ataviarse con los disfraces más ajados y ridículos. Haga el lector su propia comparación y no le será difícil llegar a conclusiones similares. Los datos que nos ofrece SABA Consultores, semana tras semana, nos llevan a la misma deducción, a poco que hagamos un análisis crítico. Tenemos, de nuevo, un partido hegemónico, que copa las instituciones y pretende hacer imposible cualquier carrera política fuera de él. Ahí tienen los porcentajes de identificación con Morena, cada vez más predominantes, y los del resto de partidos, camino a lo testimonial. Tenemos una figura política de presencia omnímoda, con un respaldo arrollador, por más que, paradójicamente, en muchas ocasiones los mismos que le aplauden muestren el desacuerdo con sus decisiones. AMLO, esta semana, completa un ciclo por debajo de su media, pero el desgaste es tan leve que carece de relevancia. Quienes propiciaron ese exiguo deterioro, los de más estudios, las clases medias, se han visto privados también de influencia suficiente para cambiar el rumbo de las cosas. En tiempos del PRI más conspicuo, la intelectualidad colaboraba. La novedad de la 4T es que esto se ha hecho innecesario, pues los programas sociales bastan como sostén de un sistema que, por demás, va directo a la quiebra si no se reconduce. Por ejemplo, PEMEX sigue ensanchando el inmenso agujero de su deuda, que a día de hoy se reparte a razón de 33 mil 437 pesos por mexicano. Tristes utilidades de la demagogia, penosa justicia la que nos hace la Revolución.
Tampoco es invento nuevo sobredimensionar al ejecutivo, así como los groseros intentos de dominar al judicial. La omnipresencia de AMLO es causa y efecto a la vez de su popularidad y le lleva a superar el 70% de aprobación. Reducida la clase media a la mínima expresión, sus fortalezas son los de más edad, los de ingresos entre 2400 y 5000 pesos, y quienes perciben apoyos sociales, más o menos todos en el mismo conjunto. Esa magnificación del presidente fue característica principal del largo régimen que se llamó priísta, pero que solo utilizó al PRI como instrumento de pervivencia. El partido oficial fue una maquinaria electoral que sostenía una estructura, de la que también se valió el PAN en su momento, que poco o nada cambió, y a cuya lealtad se debe ahora Morena. Allí fue donde nacieron, crecieron y se multiplicaron la inmensa mayoría, por no decir todos, de los jerifaltes de la 4T. Nada hay más sintomático que la estúpida solemnidad del silencio cómplice, y por tanto, culpable, de una mayoría que, sin embargo, dice estar inquieta por la inseguridad. Un silencio de todos: ciudadanos, candidatos y clase política en general. Los primeros son presos de las dádivas, pero ¿qué lealtades mueven a los profesionales de la política? Esta especie de catafixia en la que México cambió un régimen corrupto por un régimen sorpresa no es más que un timo. Es el gatopardismo eterno, que cada seis años hace una representación teatral en la que dice cambiar todo para que no cambie nada. La evolución del respaldo a los aspirantes, y hasta la designación de la candidata oficial, es una réplica casi exacta de aquellos simulacros electorales de infausto recuerdo. O mucho me equivoco, o todo desembocará en un nuevo maximato, para servir a las mismas estructuras que siguen campando a sus anchas. Llevan siglos ganando las guerras que hacen los demás.