“No tengo amigos ni enemigos, sólo competidores”, Aristóteles Onassis.
A pesar de que aún hay muchas incógnitas sobre el sistema de definición del candidato de Morena, y yo en particular abrigo muchas dudas sobre la metodología a emplear, ya se dio el banderazo de salida. Lo dio, claro está, Andrés Manuel, aunque Marcelo quiso adelantarse por aquello de que quien da primero, da dos veces. Alguno, o alguna, de sus rivales, a buen seguro piensa que quien ríe el último ríe mejor. Tengo leído en prensa que se dice seria que López Obrador ha “resuelto” la sucesión, en el sentido de que, gane quien gane de los dos aspirantes principales (a día de hoy Sheinbaum y Ebrard), el que pierda le será muy útil como operador político en el devenir posterior. ¿Nos asomamos a un nuevo “maximato”? Pudiera ser, por más que el presidente insista en que el próximo año se irá a La Chingada, con mayúsculas por ser nombre de un paraje. Quizá desde la chingada misma don Andrés siga dirigiendo, de un modo otro, los destinos de México. Pero ahora lo que toca es la sucesión, y las mil elucubraciones al respecto, aunque parece claro que la batuta del proceso la va a llevar AMLO. Como antaño, nadie discute que el candidato de Morena será presidente in pectore. La oposición, desde luego, está maniatada y dividida, y en muy clara desventaja, como se desprende, y ahora veremos, de los datos recabados el lunes por SABA Consultores.
Esos datos nos revelan que los números de López Obrador moderan sus avances de semanas previas, una vez terminada borrachera electoral y cruda posterior. Como era de esperar, los recursos temporalmente destinados al festejo regresan a los programas sociales, cuyo alcance vuelve a aumentar. Dentro de la estabilidad de AMLO, lo más relevante es el descenso de las malas opiniones sobre él, aunque también se produce una minoración de las buenas. El resultado es más o menos un equilibrio en el promedio de sus calificaciones, y en cuanto a aprobación, un muy satisfactorio para él 68,7 %. Se siente, por tanto, con el derecho y casi la obligación de definir la naturaleza del próximo sexenio. Esperemos, no obstante, que no juegue demasiado a aprendiz de brujo. El empate técnico entre Marcelo y Claudia persiste, pero, aunque esto no ha hecho más que empezar, podría deshacerse a favor de esta si atendemos la tendencia que aparece en respuesta espontánea, donde la hasta ahora jefa de gobierno de Ciudad de México registra alerta positiva. Esta la propician quienes apoyan a AMLO, y ahí está su fortaleza y su debilidad. Lo primero, por ser aquellos numerosos, lo segundo, por el carácter pasivo de la nueva configuración del respaldo al presidente. El “Top of mind” de acontecimientos nos informa de que los ciudadanos percibieron el encuentro de los aspirantes como “diálogo”. Otros comentaron la baja calidad de los candidatos, pero esto es lo que tenemos y con esos bueyes hemos de arar.
La incógnita sigue siendo qué pasará con AMLO después de AMLO. Si habrá, dentro de la hegemonía del partido en el poder, un giro en las políticas, o una continuidad. Los que pretendan un cambio, deben cuidarse de los beneficiarios de la actual política. Y estos no son los perceptores de programas sociales, que siempre los hubo, ya saben que más vale un toma que dos te daré. Tampoco la intelectualidad, aún sin recuperarse del fracaso de su apuesta de 2018. Hablo de los integrantes de una élite que vigila sus intereses. En cuanto a quienes pretendan una continuidad, también deben guardarse de un exceso de confianza y/o contumacia. El poder, una vez que se disfruta, tiene servidumbres, y las circunstancias lo hacen muy distinto a como se imagina desde fuera. Sólo los pendejos, una vez que llegan al final de una vereda, insisten en seguir caminando por ella. Esto va por quien se va y por quien llegue.
