Observo los rostros de los niños asesinados en una escuela primaria en Uvalde, Texas, en la portada del New York Times, a la vez que me entero de que a Nagasaki Condado Escamilla, director del DIF en Acayucan, Veracruz, lo acribillaron a balazos en pleno desayuno de un evento en esa población de la asociación Súmate al Cáncer.
El segundo ataque terrorista en Estados Unidos de un tirador en contra de civiles (el primero hace apenas unos días en Buffalo, NY) en el mes de mayo, ocurre cuando en el sur de México no sólo mataron a Nagasaki, sino a un total de 293 personas en apenas tres días, los que corrieron del 22 al 24 de mayo, para un promedio de un asesinado cada 15 minutos en nuestro país: quizá deberíamos también poner sus rostros en las portadas de los periódicos cada día, sus nombres y apellidos, sus sonrisas o semblantes serios, su juventud y sus arrugas de viejo, todo lo que nos permita saber qué se siente ver este desfile de la muerte en que estamos inmersos, ¡293 personas!
La garganta se me hace un nudo al ver las notas. No hay periodista, por más curtido que esté, que no se quiebre cuando las víctimas son niños, ya sea en Estados Unidos o en México. Se me anuda más el ánimo cuando veo el cuerpo tirado de Nagasaki (¿por qué lo habrán nombrado así sus padres, tal como la ciudad mártir japonesa?) baleado sin posibilidad de defenderse.
La misma fatalidad que envuelve a los columnistas en Estados Unidos (“lo de Uvalde no va a cambiar nada sobre el control de armas”) se refleja en los líderes de opinión de México cuando se enteran de las cifras que indican que la marea de violencia sigue creciendo en México y las señales de cambio de estrategia desde la Presidencia de la República van en sentido contrario, además de seguir los abrazos, no balazos, se agrega "también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos".
El Congreso de la Unión y el Senado siguen ajenos al tema, perdidos en el éter, incapaces de llamar a cuentas al Poder Ejecutivo.
Francisco Rivas, director del Observatorio Nacional Ciudadano, dijo a la prensa que “en 41 meses de Gobierno tenemos 121 mil homicidios dolosos… Duplicamos las víctimas del sexenio de Calderón para el mismo periodo. Tenemos 60 por ciento más (homicidios) respecto del sexenio de Peña Nieto.”
No termina Rivas ahí, pues advierte que “es evidente que las cosas van a seguir empeorando. Este será el sexenio más violento en la historia de nuestro país con las autoridades más incompetentes”.
En Washington, el dramático mensaje del Presidente Joseph Biden sobre el asesinato de niños en Texas, al regreso de su viaje al Extremo Oriente (“¿qué estamos esperando para controlar las armas?”), no conmovió ni un milímetro a los duros senadores republicanos que defienden los intereses de la industria de las armas, ni al Gobernador de Texas Greg Abbott o al inefable Senador texano Ted Cruz, el cual declaró que “no se debe politizar el caso” por parte de los demócratas, es decir, no aprobarán ningún cambio legislativo.
Por cierto, el viernes 27 de mayo, la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), el todopoderosos lobby pro armas en Estados Unidos, llevará a cabo su reunión anual 151 en Houston, Texas, sí, en el mismo estado de la masacre de Uvalde. Asistirán invitados ilustres, faltaba más, como el expresidente Donald Trump, el Gobernador Abbott y el Senador Cruz. Me pregunto si estos notables vieron los rostros de los niños asesinados o solamente la cifra de muertos.
Aislados en el aire acondicionado de su centro de convenciones, lejos de los molestos cuestionamientos de los medios de comunicación, seguramente para los miembros de invitados de la NRA será “business as usual” en su incansable tarea de salvaguardar el derecho a tener armas para los estadounidenses: ya llevan 400 millones de armas en un país de 330 millones de habitantes.
El Presidente Biden y su esposa Jill viajarán el fin de semana a Uvalde, Texas, para acompañar a las familias de los niños víctimas.
Los niños de Uvalde y el señor Nagasaki fueron acribillados casi el mismo día. La muerte tiene permiso, relató en su inolvidable cuento el escritor Edmundo Valadés; yo agregaría que la muerte no tiene fronteras.
¿Hasta cuándo se detendrá esta locura?