Las protestas en Hong Kong no se hicieron esperar: el domingo 24 de mayo, cientos de miles de ciudadanos chinos salieron a sus calles a protestar en contra del intento de Beijing por disminuir drásticamente la autonomía hongkonesa.
La intención de China es manifiesta, no oculta: el 22 de mayo inició la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional y ahí se plantearon modificaciones a su ley de seguridad interna que implicarían la casi desaparición de la autonomía de Hong Kong.
Estados Unidos anunció que apoyará a los ciudadanos de Hong Kong. El Secretario de Estado, Mike Pompeo, consideró las medidas de Beijing como una “sentencia de muerte” para el estatus actual de esa región:
“Estados Unidos urge a Beijing a que reconsidere su desastrosa propuesta, cumpla con sus obligaciones internacionales y respete el alto grado de autonomía, las instituciones democráticas y las libertades civiles de Hong Kong que son clave para preservar su estatus especial bajo la ley estadounidense”, agregó.
Por si faltara algo en las tensas relaciones entre Washington y Beijing, quienes llevan enfrascados más de dos años en una guerra comercial onerosa y en otra batalla de acusaciones mutuas por la paternidad del coronavirus, ahora viene Hong Kong.
No es cosa menor lo de esa región, al contrario, es el tipo de problemas que podrían, en un caso extremo, desembocar en una guerra convencional entre ambas potencias.
En todo esto, para completar el triángulo que nada tiene de amoroso, ¿cómo queda parado México?
De entrada, contestaríamos que queda frágilmente posicionado por la vulnerabilidad que hoy vive mi querido país: pandemia de coronavirus, en el pico; recesión económica -que ya venía desde el año anterior- más aguda por el confinamiento; y una confrontación interna entre mexicanos por motivos políticos que no se había visto desde la época del Presidente Luis Echeverría (1970-1976).
Mêxico está actualmente a la espera de la entrada en vigor, el 1 de julio, del TMEC, el tratado comercial con sus socios comerciales Estados Unidos y Canadá, cuya negociación se convirtió en una de las banderas políticas del Presidente Lôpez Obrador y en el puntal para reconstruir la destruida economía mexicana.
Cualquier evento -ya no digamos interno, sino externo- que afecte el curso actual del TMEC, lo posponga o incluso lo ponga en riesgo, iría en contra de los intereses de política exterior mexicanos.
Bueno, pues la relación de México con China podría convertirse en un obstáculo para la buena marcha del TMEC.
Washington ejercerá la mayor presión entre sus socios comerciales y aliados para que se integren a su frente contra China Popular. Llegará el momento en que el Presidente López Obrador tendrá qué decidir qué postura tomar: ¿apoyar a Washington o a Beijing?
La decisión parece obvia, pero no lo es. El actual puente aéreo entre Shanghai y la Ciudad de México que transporta toneladas de suministros médicos indispensables para los hospitales mexicanos, y que el Secretario Marcelo Ebrard ha agradecido a Beijing públicamente, nos habla de una restauración en curso de las relaciones entre México y China.
Relaciones que, es justo decirlo, datan formalmente de 1972 con el restablecimiento de relaciones diplomáticas, pero que van desde más atrás: los barcos comerciales chinos (La Nao de China) ya arribaban a suelo mexicano desde siglos atrás, durante la época de la Nueva España.
Desde hace una década, China Popular ha desplegado una política exterior de incremento de su influencia en América Latina. Apoya con proyectos de infraestructura a varios países, con créditos y, sobre todo, con la compra de grandes volúmenes de materias primas latinoamericanas.
No será fácil para México decirle “no, gracias” a los chinos. En años recientes, los Gobiernos de México les han cancelado dos grandes proyectos (Un tren rápido México-Querétaro y un Dragon Market en Cancún) que llevaban avances y que implicaron la cancelación de contratos y el pago de indemnizaciones.
Por supuesto, le tendría que decir “Adiós, China”, el Secretario Ebrard al puente áereo de suministros médicos.
En vista de eso, ¿qué decisión tomará el Presidente López Obrador: Washington o Beijing? ¡Vaya triángulo!