Con esa metáforica expresión, “soles apagadosâ€, se refirió Rosario Ibarra de Piedra a las madres de los desaparecidos que en México la acompañan en su incansable búsqueda por su hijo Jesús, quien desde 1975 desapareció en Monterrey, México, a manos de agentes gubernamentales y nunca se supo más de él.
Sin juicio, sin acusaciones formales (las autoridades creÃan que era guerrillero) sin registro de su detención, Jesús, en ese entonces estudiante de Medicina en la Universidad Autónoma de Nuevo León, simplemente desapareció.
A partir de ese evento, Rosario Ibarra pasó de ser una tìpica madre y esposa de clase media encargada del cuidado del hogar y de sus hijos a convertirse en una activista social y defensora de la causa de los desaparecidos en México.
En un artÃculo escrito por ella, Rosario cita una frase que leyó en un periódico colombiano, pensada y escrita por algún desaparecido imaginando su libertad: “saldrás de cualquier lugar en cualquier parte, a recibirme y abrazarme y recuperaré en ese abrazo todos los soles que me han robadoâ€.
Más de cuatro décadas después de la desaparición de su hijo, la brega de Rosario será reconocida por el Senado de la República al galardonarla con la Medalla Belisario DomÃnguez 2019, el próximo 23 de octubre en la sede senatorial en la CDMX.
La Senadora Sasil Dora Luz de Leòn, integrante de la Comisión encargada de otorgar la alta distinción, expresó que “con su activismo, Doña Rosario hizo una gran aportación a la construcción de un México más democrático y defensor de los derechos humanosâ€.
Agregó que Rosario “ha dedicado su vida a luchar para dar voz a los que no tienen y exigir justicia por quienes ya no pueden hacerloâ€.
Doña Rosario formó en los años 70 el Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados PolÃticos que diera lugar, en 1977 a la formación del Comité Eureka, el cual se ha dedicado a exigir al Estado mexicano que presente con vida a los militantes de movimientos polÃticos armados y sociales que sufrieron desaparición forzada en la década de los 60s y 70s en México, conocida como la época de la Guerra Sucia.
Fue ella la que tuvo la fuerza y el coraje necesario para liderar una causa que, en sus orÃgenes, muchos consideraban inútil y que desdeñaban diciendo que “se trata de madres de guerrillerosâ€, como si eso liberara al Estado de sus responsabilidades.
“Hago repaso y veo a cada una con la efigie de su hijo en el pecho o apretando con sus manos una manta, o alzando una pancarta o afanosas repartiendo volantes y siempre lanzando al viento, todas ellas a coro, el grito lleno de esperanza, sonoro, fuerte, rotundo: ¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!â€.
“Lo primero que me comentó mi madreâ€, dijo Rosario Piedra Ibarra, (hija de Doña Rosario), “es que le agrada el galardón, pero que ella quisiera saber de su hijo y que por eso espera seguir luchando, aun a su avanzada edadâ€.
“Mi madre piensa que hubiera preferido no tener que ser reconocida por su lucha incansable por los desaparecidos, que hubiera preferido que estuviera con ella mi hermano Jesúsâ€, agregó.
Qué herida tan profunda en el alma la de un desaparecido. No se acaba nunca la esperanza para quien los busca y espera de regreso. No hay dÃa sin un recuerdo, pero los años pasan y la espera no concluye, no se cierra el cìrculo tan dolorosamente abierto.
Desde esos términos debemos pensar sobre Doña Rosario, su lucha, su tenacidad, y con ella la de miles de madres mexicanas que han formado un grupo unido y fuerte que no desaparecerá si faltara alguna de ellas.
“Vivos los llevaron, vivos los queremos…â€