¿Por qué tengo que dedicarle tiempo, esfuerzo, desgaste emocional e intelectual a cuestiones que, por mucho, no son, en mi opinión, las más importantes en la agenda pública?
¿Por qué consume a la opinión pública mexicana en estos días la cuestión de la carta del Presidente López Obrador al Rey de España sobre sucesos de hace 500 años?
Se habla más de eso que de los problemas urgentes de hoy: las consecuencias negativas de la cancelación del Aeropuerto en Texcoco que padeceremos por mucho tiempo, la posible degradación de la deuda soberana mexicana, las amenazas y hostilidad abiertas del Presidente Trump hacia México, la revisión del T-MEC en el Congreso de Estados Unidos, la CNTE y su bloqueo al Congreso de la Unión, y un largo etcétera.
No me atribuyo, por supuesto, la capacidad de decidir por mi cuenta qué es o no lo importante para los demás. Lo que no acepto es que se me imponga una agenda pública en donde las prioridades de los gobernantes en turno y de sus “ideólogos” (de alguna manera hay que llamarlos) parecen enfocadas a cuestiones específicas que no son relevantes en el momento actual, aunque por sí mismas sean temas fascinantes para historiadores, literatos y personas en general, como lo son la Conquista y la época colonial (la Nueva España) en México.
Por eso no me había agregado a la discusión pública sobre ese tema, uno que me fascina y del cual aprecio su importancia, pero que planteado ahora y desde el Gobierno, además del manejo mediático y diplomático que ha tenido hasta el momento, es irrelevante para “el interés nacional”, por usar ese concepto tan preciado por muchos.
Filósofos y literatos, además de académicos y pensadores, nos ayudan a pensar con claridad, discernir entre los problemas y asuntos bajo nuestra atención y, sobre todo, a argumentar con elegancia y mantener una mente abierta a las opiniones de los demás y advertir los errores cometidos.
No sucede así cuando desde “la esfera del poder” (otra noción tan preciada) se elaboran conceptos y argumentaciones que derivan en decisiones que al gran público le parecen inexplicables: ¿Por qué una crisis diplomática con España en este momento y por esos motivos?
¿Con base en qué proceso racional o ideológico se tomó esa decisión? ¿Qué información, cuáles opiniones y trabajo académico de historiadores la nutrieron? ¿Qué universidades y centros de estudios mexicanos participaron con opiniones y documentación en su elaboración?
Bueno, casi caigo en mi propia trampa. Aquí estoy discutiendo sobre lo que no quiero discutir. Lo hago, sin embargo, porque me parece un buen ejemplo de como una idea convertida en política pública, cuando viene débilmente sustentada y extrañamente manejada, entra a la arena de la opinión pública y se convierte en una bola de nieve que nadie puede detener y que consume valiosos recursos humanos, intelectuales y físicos, que dejan de enfocarse a otras cosas de suma urgencia.
Mi intención no era provocar un enfrentamiento con España, expresó el propio Presidente López Obrador con toda sinceridad. No dudo de sus buenas intenciones e integridad, pero sus palabras me mueven a pensar que no supo medir esas consecuencias, no consultó con alguien más fuera de su círculo cercano o no hubo quien le diera una opinión diferente. Tal vez eso hubiera evitado lo que sucedió después y le causó tanto asombro.
La Madre Naturaleza nos dio un cerebro evolucionado y la capacidad de pensar y reflexionar, pero también nos puso algunas trampas para frenar el entusiasmo desmedido que nos podría llevar a la soberbia intelectual: las falacias, las confusiones mentales, las extrapolaciones sin sustento, la selección inadecuada de las palabras, la falta del sentido de oportunidad, el lenguaje teñido de ambigüedad.
Mucho cuidado debe tener el gobernante -mucho más cuidado que cualquier ciudadano en particular- en recibir la información adecuada para tomar la mejor decisión sobre cada asunto, luego de discernir entre el abanico de posibilidades cuál de ellos merece la atención prioritaria.
Puede ser que en los altos círculos de Gobierno (la Casa Blanca, el Palacio Nacional, el Rey de España, Vladimir Putin y Theresa May) se dé una paradoja similar: sus titulares, esos poderosos gobernantes, no son necesariamente los que toman las mejores decisiones. No por la cantidad de información de la que disponen, ni su calidad (cuentan con información altamente procesada y seleccionada), sino por las trampas del pensamiento: viven en círculos tan cerrados que sus opciones de pensamiento y reflexión son escasas y sorprendentemente alejadas del sentido común. No son discutidas, no son contrastadas contra la evidencia. Nada.
Así como abrimos las ventanas de nuestra casa para orearla de los olores y humedad que se encierran ella, así también podrían los gobernantes orear un poco sus propias ideas y la manera en que funcionan sus pensamientos: nadie, absolutamente nadie en este mundo es infalible. Es bueno tenerlo en cuenta.