La respuesta a esta interrogante no es complicada: la política, es decir, el funcionamiento de las instituciones, la aplicación de las leyes y el desempeño de los gobernantes no capta realmente la atención del mexicano promedio en su vida diaria.
El hombre y la mujer de la calle, los jóvenes recién llegados a su ciudadanía, los más viejos que ya han visto ir y venir a muchos gobernantes, a ninguno de ellos le roba el alma -no por más de un momento, la respuesta a una encuesta o una plática de café- lo que llamamos vida pública y el mundo de lo político.
Digo esto porque mi observación de la vida cotidiana de las personas, a lo largo de los años, me ha llevado a darme cuenta de que nuestra “alimentación” de información sobre la política en México sigue siendo tan deficiente y distorsionada que inevitablemente orilla, en la mayoría de los casos, al rechazo de todo lo que huela a rollo político.
Abunda la información pública, incluso la de buena calidad hecha por periodistas de alto nivel, pero su consumo es incompleto y limitado porque las personas tienen cosas más importantes que hacer que perder tanto el tiempo con los políticos.
Al mexicano común le sigue llegando, es verdad, por todos los medios de comunicación disponibles, la lluvia de declaraciones y dichos de los políticos: presidentes municipales, diputados y senadores, gobernadores, Presidente de la República, funcionarios de cualquier nivel, etcétera, que constituyen lo que para nosotros es la vida pública.
Si la cobertura de los medios de información se enfocara no hacia lo que dicen los políticos, sino a los hechos cumplidos, a las obras realizadas y bien hechas, sus páginas y noticieros se quedarían vacíos.
Sin las palabras diarias de cada Tlatoani mexicano -desde el presidente municipal del pueblo más rascuache hasta el mismo Presidente- no habría nota periodística, los reporteros y editores caerían en pánico porque no tendrían con qué llenar sus páginas o su tiempo de transmisión al aire.
Mientras tanto, los más chavos no encuentran empleo o se meten a trabajar en lo que sea ganando cualquier cosa, sin prestaciones. El adulto mayor vive al pendiente de que no falle o se retrase el pago de su pensión, de tomar su medicina, de que sus hijos ya no lo visitan. La esposa maltratada vive la angustia de no poder quitarse de encima a su golpeador, al vecino le preocupa que no le tapen su cochera. La traición y la deslealtad campean libremente entre amigos, familiares y socios de negocios que acaban peleados a muerte y sus negocios en la ruina.
División y más división, pleitos interminables entre los mexicanos. Enfermedades y padecimientos temporales y crónicos que nos impiden dedicarnos a ser ciudadanos de tiempo completo y exigirles a los políticos que se dejen de tonterías y se pongan a trabajar.
Una montaña de obstáculos se interpone para emprender cualquier negocio, desde una taquería en la esquina de la calle hasta una planta manufacturera que daría empleo a mil personas, es lo mismo para la burocracia, la cual no interviene para ayudar, sino para que su tajada sea más grande.
El desencanto del mexicano con la política no es de hoy, de este gobierno nacional o del anterior o del anterior del anterior, ni de este gobierno estatal y municipal ni del anterior y el anterior del anterior.
La decepción profunda del mexicano con sus autoridades viene de siglos atrás: “Dios está muy alto, el Rey está muy lejos”, se decía en la Nueva España para justificar las transas. El incumplimiento de las leyes, sacar la vuelta a las normas establecidas es proverbial, tan antiguo como los antiguos mexicanos.
La construcción de un México diferente desde décadas atrás, la participación de grupos políticos y sociales para la creación de organismos autónomos, de una cultura de transparencia y rendición de cuentas, el crecimiento de la sociedad civil que es indispensable para la vida común de las personas, la libertad de expresión periodística, se ven amenazados hoy no nada más por los gobernantes en turno, sino por el desinterés tan hondo y abismal que los mexicanos siguen teniendo en la vida pública.
Dejar hacer y dejar pasar todo lo que hagan los políticos es una receta para el desastre. Si como ciudadanos no queremos o no podemos zafarnos por lo menos un poco de las cadenas de la vida cotidiana, de las deudas, el desempleo, las enfermedades y padecimientos, la manipulación de que somos víctimas por la propaganda gubernamental y la cobertura ineficaz de los medios de información que confunden más en lugar de aclarar, seguiremos condenados a jugar el papel secundario y subordinado que los mexicanos hemos tenido desde la creación de México como país independiente: las leyes como letra muerta, la palabra del gobernante como norma.
¿Qué hacer? De entrada, cuestionar todo lo que dicen los políticos, desconfiar de sus palabras y sus personas y solamente confiar en sus actos si estos se realizan conforme al bien común y en cumplimiento del interés público. Hacerles saber que gobernar no es cosa de ocurrencia, de cómo amaneció hoy el Tlatoani en turno, sino de una tarea profesional en la toma de decisiones y en cumplimiento de las leyes, de dar resultados, no declaraciones sin fin, ¿es mucho pedir a los políticos mexicanos?
Además, bien podríamos los ciudadanos ir colocando “la política” en otro lugar de nuestras vidas, en uno en donde la veamos no como problema, sino como solución. Después de cada elección, al ver el desempeño inicial de quienes elegimos para gobernantes, siempre nos cuestionamos: ¿en qué estaba yo pensando que voté por fulano o menganita? ¿No me di cuenta de cómo eran en realidad? (No se preocupe: eso mismo se preguntan los estadounidenses, los ingleses, los franceses, argentinos, etcétera).
No se trata, para los ciudadanos, de poner al país de cabeza, sino de hacerlo caminar por un camino ya trazado y conocido como exitoso en otros países: participar activamente para construir un estado de derecho, de rendición de cuentas de los gobernantes, de gobiernos responsables y gobernantes juiciosos y respetuosos de los principios democráticos, de anteponer el interés público al privado, de gobernar para todos, no solamente para los del mismo partido, entre otras cosas.
¿Es mucho pedir a mis compatriotas mexicanos? ¿Neta?