De entre tantos elementos a considerar en torno a la detención del General Salvador Cienfuegos, ex Secretario de la Defensa Nacional en México (2012 a 2018), quiero detenerme en uno: ¿por qué la DEA (Drug Enforcement Administration por sus siglas en inglés) puso en ejecución un arresto sorpresivo de un alto militar mexicano, del cual el Presidente de México se enteró 10 minutos antes de realizado?
Con base en la informacion pública disponible, así parecen haber sucedido las cosas. Es decir, de una acusación formalmente presentada en agosto del 2019, se realiza la aprehensión en octubre del 2020, sin que hayan tomado debida nota en el gobierno o al interior del Ejército mexicano de la investigación en curso.
Con la dinámica de colaboración en materia de inteligencia que, en teoría, existe entre las agencias de inteligencia norteamericanas y el Gobierno de México, ¿por qué tomaría la DEA una ruta tan tortuosa para el arresto de un general mexicano acusado de colaboración con narcotraficantes? ¿Por qué no solicitó su detención y extradición a Estados Unidos por los canales habituales?
Hagamos un poco de historia. Tendríamos que remontarnos hasta 1930 para saber que en ese año se logró el primer acuerdo bilateral para el intercambio de información relacionada con el narcotráfico entre la policía antinarcóticos de Estados Unidos (entonces dependiente del Tesoro) y el Gobierno mexicano, para regular la presencia no autorizada de agentes antinarcóticos americanos.
El acuerdo, sin embargo, “no impidió que la policía del país vecino siguiera atravesando la frontera y realizando indagaciones sin autorización del gobierno mexicano, notificando sólo en ocasiones a la embajada o los consulados norteamericanos en México de sus actividades”, escribió en 1998 la investigadora Celia Toro de El Colegio de México.
Constituida formalmente como DEA desde 1973, la agencia dio varios pasos adelante en su nivel de cooperación con México al entrenar y capacitar a agentes de la entonces Policía Federal en el combate a las drogas.
Para mediados de esa década, México era el exportador principal de opio y mariguana a Estados Unidos. Al entrenamiento de policías mexicanos por agentes estadounidenses siguió la Operación Cóndor (1975), con un gran despliegue militar en Sinaloa.
Esos fueron los años dorados de la cooperación bilateral antidrogas con cientos de decomisos, arrestos de narcotraficantes y golpes espectaculares a ambos lados de la frontera. Pero no hay felicidad eterna y para 1985 quedó en evidencia que el poder de infiltración del narco había sido subestimado.
En ese año, el agente Enrique Camarena fue secuestrado y asesinado por gente del capo Rafael Caro Quintero, apoyado por policías mexicanos bajo su control. No hay mayor afrenta para las agencias de inteligencia de Estados Unidos que atacar la integridad física de sus agentes, por lo que la reacción del Gobierno estadounidense fue la de ejercer máxima presión ante las autoridades mexicanas.
Algo se rompió en la operación de la relación bilateral en el área de seguridad y, en particular, la relación de la DEA con el Ejército mexicano nunca sería la misma.
En conclusión, “los cuerpos de élite adiestrados por la DEA en México nunca acaban de constituirse como ‘socios confiables’. Tarde o temprano, la policía antinarcóticos termina cometiendo abusos policiales, involucrándose en el narcotráfico o siendo asesinada”, observa Toro para este periodo.
A este antecedente, se suma otro más reciente: en octubre de 2019, en Culiacán, Sinaloa, es detenido y liberado por militares Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, a quien se pretendía extraditar a Estados Unidos. A ese incidente se le conoce como el “Culiacanazo”.
Habrá pesado, seguramente, en el ánimo de los agentes de la DEA el recuerdo de los sucesos de Culiacán para no tomar la ruta habitual de detención y enjuiciamiento de un general mexicano.
Solamente el tiempo nos arrojará más luz sobre las motivaciones de la DEA en el caso Cienfuegos y, en general, para su accionar en territorio mexicano. La agencia federal norteamericana lleva ya una añeja relación con México, no siempre en las mejores condiciones, más bien, con verdaderos abismos como el “Culiacanazo” y el daño que dejó en el prestigio del Ejército mexicano.
Una cosa es segura: al General Cienfuegos, ya en sus manos, le sacarán el mayor valor posible. Que se preocupen en México.