Nada más llega el día 1 de diciembre y parece que un termostato en el alma nos pusiera en automático en un modo nostálgico, meditativo, tristón. Ya llegó otro diciembre, decimos, y con él las posadas, la Navidad, la necesidad de poner buena cara a todos y a todo, la sonrisa forzada que se repite tanto que duele la quijada, ¿cómo vamos a sobrevivir a las Christmas?
Por si fuera poco, al país lo tienen de cabeza y destrozado los políticos mediocres que hoy nos gobiernan. Cuando nos asomamos a la vida pública, el panorama es deprimente al extremo: cambiaron las siglas del partido en el poder, pero los políticos son los mismos de siempre, hay cosas que nunca cambian: el influyentismo, la corrupción, el abuso de poder, las decisiones irracionales, la soberbia del empoderamiento y la vanidad que los consume.
Si sumamos las circunstancias anteriores, la personal y la pública, pues entendemos bien por qué a mucha gente navegar por el mes de diciembre le parece una tarea insoportable.
Si usted me lo pregunta, yo me ubico en el algún punto entre el extremo pesimista irredento y el optimista desbordado, más cargado quizá en este año a la nostalgia y los recuerdos. Lo que trato de evitar a toda costa es que lo público domine a mi vida privada, es decir, trato que no afecten las opiniones y preferencias políticas a la selección de amistades y querencias personales.
El 2021 que ya casi concluye, fue un año que me sorprendió en un tema que ya había atisbado anteriormente, pero que nunca pensé que creciera tanto: la polarización de la vida privada debido a la semilla de división y odio sembrada desde la clase gobernante.
No es difícil constatar en nuestros ámbitos privados cómo se han perdido o deteriorado las amistades, los compadrazgos, las relaciones con familiares, amigos y vecinos a lo largo de este año, el segundo de la pandemia, en la vida pública mexicana.
Me consta en lo personal lo que observo en Monterrey, la ciudad en donde vivo, pero me parece que ese fenómeno se está dando en todo México. Las charlas en el café ya no son las mismas ni los compañeros de mesa nos caen tan bien como antes cuando se ponen a perorar a favor o en contra de un político u otro.
Las carnes asadas regiomontanas, ni se diga. Lo que antes eran discusiones sabrosas sobre equipos de futbol, por ejemplo Tigres y Rayados, ahora son intercambios verbales agresivos sobre losChairos" y Fifís". Hay compadres que se dejan de hablar, hermanos que ya no se reúnen, primos a los que ya nadie invita a comer los domingos en casa y en familia porque sabemos que las cosas pueden acabar mal en el ánimo de todos.
No nos hemos dado cuenta, pero esa invasión de nuestra vida privada por parte de los políticos y las ideologías se fue metiendo, como la canción, despacito, muy despacito en los corazones. La captura de nuestras opiniones y de las percepciones que tenemos sobre los demás es un método de control político muy bien probado en otras latitudes: nos hacen creer que somos nosotros quienes seleccionamos a nuestras amistades y filiaciones, pero no es así: nos han robado la vida privada.
Será por eso que este diciembre del 2021 se siente particularmente pesado, se lo digo yo que soy un optimista incurable. Si me preguntan cómo sobrevivir a otro diciembre, les contestaría que defendiendo a ultranza, de ahora en adelante, mi vida privada y recuperando por completo el libre albedrío: soy yo quien decide a quien amar y a quien no, a quien tener de amigo, con quien tomar un buen café. Soy yo y nadie más, mucho menos políticos oportunistas buenos para el rollo, pero malos, muy malos, para dar buenos resultados.
Atesoremos lo mejor de todos aquellos a quienes estimamos y queremos y respetemos lo que opinen y crean. Demos también lo mejor de nosotros mismos y esperemos respeto, eso nos dejará un grato sabor de boca cuando en enero del año que viene nos acordemos de este diciembre, ¡no lo arruinemos con discusiones banales sobre la política!