¿Quién mató a Luis Donaldo Colosio?, es una pregunta que nos hacemos los mexicanos cada 23 de marzo al recordar esa fecha de 1994 en la que el candidato del PRI a la Presidencia de la República cayó abatido por al menos dos disparos durante un evento electoral en Tijuana, en la frontera entre México y California.
Al caer, junto con él se fueron su proyecto reformista del PRI y de la economía, de los programas sociales y la administración de justicia en México. Nunca sabremos los mexicanos qué tan lejos hubieran llegado sus reformas, las cuales superaban a las que hoy pregona la Cuarta Transformación si consideramos que Colosio las planteaba dentro del marco de la Constitución y las leyes, es decir, sin destruir el sistema actual.
Antes que él, veinte años atrás, el gobernador tabasqueño Carlos Alberto Madrazo (el “Ciclón del Sureste”) intentó reformar al PRI desde adentro, planteó la selección de candidatos de manera abierta y propuso la transformación del partido hacia uno más democrático en sus procesos internos de selección y en la gestión de los gobernantes emanados del mismo.
Madrazo murió en un trágico accidente de aviación en 1969 en Monterrey, el cual nunca quedó libre de sospecha de haber sido un evento maquinado por quienes se oponían a la reforma del PRI.
De similar manera, pero a una escala mucho mayor, la sospecha sobre el asesinato de Luis Donaldo Colosio recayó dentro del PRI o del Gobierno de Salinas de Gortari o posiblemente sobre los poderosos políticos y caciques que resultarían afectados por las reformas colosistas. Suposiciones, nada más.
Al igual que los estadounidenses no han podido saber con certeza quién mató a John F. Kennedy, los mexicanos nunca sabremos bien a bien quién mató a Colosio. Los dos son mitos ahora y los mitos son inescrutables.
Colosio luchaba contra la excesiva concentración del poder en manos del Presidente de la República. Siendo él mismo beneficiario del “dedazo” (la práctica mexicana de selección personal del sucesor en la Presidencia como atributo del poder), no quería que se repitiera en el siguiente ciclo aunque él mismo fuera el primer afectado por ello.
Muy lejos está en la actualidad de hacer eso el Presidente López Obrador, quien, al contrario, retomó (en lo cual refleja su formación en el priismo añejo) lo que el historiador Krauze llamó la “Presidencia Imperial” que concentra todo el poder posible en sus manos, decide en todos los ámbitos y no admite crítica alguna.
Por su cercanía y manejo del programa Solidaridad (fue titular de la Secretaría de Desarrollo Social), el cual en su momento fue objeto de estudio y atención a nivel internacional, Colosio sabía que sus reformas políticas no funcionarían con los estómagos vacíos y con gente sin empleo, así que planteaba un ajuste al programa de liberalismo económico (o neoliberalismo, si usted prefiere) en el cual estaba embarcado México desde los 80s para no descuidar a los mexicanos más vulnerables.
La pasión por su partido fue la perdición del político sonorense. Encarnaba a una nueva generación de políticos estudiados, universitarios, provenientes de lo que él llamaba “la cultura del esfuerzo” que se oponía a la cultura del privilegio de los hijos de la clase política mexicana que nacieron con pañales de seda.
En Monterrey, Colosio cursó sus estudios de Economía en el Tecnológico de Monterrey con el apoyo de una beca, pues su familia no hubiera podido pagarle probablemente los estudios por su cuenta en esa prestigiada institución privada.
Se le recuerda en esta ciudad por quienes fueron sus compañeros de estudios (se graduó en 1972). Como candidato pudo hacer acercamientos con la siempre difícil clase empresarial regiomontana, no sólo con los grandes sino con los medianos y pequeño empresarios.
No dudo que hubiera sido una propuesta de gobierno interesante la de Colosio, haciendo a un lado militancias partidistas. Me parece que él representaba un punto intermedio, un equilibrio entre el liberalismo económico exacerbado de Salinas de Gortari (que deja a los marginados muy atrás en aras del crecimiento económico) y el nacionalismo proteccionista y estadista de Echeverría (que sacrifica el crecimiento económico y cierra la economía en aras de sus programas clientelares hacia los marginados), estaríamos hablando quizá de una tercera vía mexicana: la de un gobierno responsable, como proponía Colosio, ajustado a las leyes, que rindiera cuentas, mantuviera la economía abierta y atendiera su compromiso social con los marginados.
Contra lo que nos ha ofrecido hasta ahora el Gobierno de López Obrador y su Cuarta Transformación ubicada en el extremo nacionalista y estadista mencionado, se pone en contexto que en Tijuana, aquella tarde del 23 de marzo de 1994, los mexicanos perdimos mucho más que a un candidato: perdimos un proyecto de reforma de México.
¿Quién mató a Luis Donaldo Colosio? ¿Fue el sistema mismo? No lo sabemos hasta ahora; probablemente no lo sabremos nunca.