Me gusta mucho esa expresión del “cambio de aires”, como cuando hacemos mudanza de casa y todo adquiere un tono distinto, novedoso y excitante. Bueno, no encuentro mejor expresión que esa para definir el inminente cambio en la Presidencia de Estados Unidos.
El giro dramático de los conteos en Georgia y Pensilvania en la madrugada del jueves 4 al viernes 5 de noviembre colocó al candidato demócrata, Joseph Biden, al borde de ganar la elección. La tendencia estadística en el conteo de votos así lo indica, parece cuestión de tiempo para cubrir la formalidad del mínimo de 270 votos electorales para asegurar la Presidencia, y hay proyecciones de que gane más de 300 votos electorales.
Con 73 millones de votos a su favor y una ventaja de más de 4 millones en el voto popular frente al candidato republicano, Donald Trump, hasta el 5 de noviembre, es casi un hecho de que Biden será el Presidente número 46 de Estados Unidos.
Por lo pronto, destaco algunos puntos de este evento:
1) El voto popular, el cual, en lo personal, me parece que es el voto que debe prevalecer siempre en las elecciones, no será contradicho por el voto electoral, es decir, no se alterará en el Colegio Electoral la decisión de millones de votantes estadounidenses.
2) Los alegatos de “fraude” electoral del candidato presidencial republicano no han sido acompañados, ante la opinión pública, de pruebas o evidencia que sustenten la acusación. Algunos recursos legales ya han sido rechazados por jueces federales.
3) Al alinearse el sentido del voto electoral con el voto popular, el sistema electoral estadounidense empieza a recuperarse del desprestigió que la ocasionó en 2016 el triunfo de Trump en el Colegio Electoral, cuando había perdido en el voto popular por casi 3 millones de votos ante Hillary Clinton. Sería ésta una buena oportunidad para una reflexión profunda en Estados Unidos sobre el Colegio Electoral: ¿Conviene mantenerlo o desaparecerlo? ¿Qué sentido tiene hoy su existencia cuando termina alterando la voluntad de todo el electorado estadounidense manifestada en el voto popular?
4) El regreso de un político profesional a la Casa Blanca, con una carrera de casi 50 años en el servicio público, y que fungiera como Vicepresidente junto al Presidente Barack Obama, es la mejor señal de este “cambio de aires”: yo nunca olvidé que Donald Trump asumió la enorme responsabilidad de la Presidencia con nula experiencia como funcionario o gobernante, y fue evidente su torpeza y franca incapacidad de gobernar un país tan complejo y diverso.
5) Un problema adicional para Trump fue, evidentemente, que no se rodeó de gente capaz, profesional y con experiencia en la administración pública. Su criterio de selección fue la lealtad o, más bien, la sumisión incondicional que mostrara el funcionario a su servicio. Lo que en Washington se conoció como “la puerta giratoria”, la entrada y salida constante de funcionarios al servicio de Trump, fue una manera coloquial de nombrar la mala conformación de un equipo eficiente de trabajo, error muy costoso para Trump.
6) Se espera de Biden, por el contrario, que retome las riendas del manejo profesional del gobierno y que se reactiven las cadenas de mando y coordinación administrativas rotas durante la Administración. De hecho, tendrá que gastar buena parte de su gestión en la reconstrucción del aparato de gobierno federal.
7) Finalmente, el “trumpismo” no se acaba con la salida de Donald Trump de la Casa Blanca. La polarización social seguirá presente, la resistencia de grupos de extrema derecha, dentro y fuera del gobierno, un Senado posiblemente republicano y una Suprema Corte sembrada de conservadores, se encargarán de hacerle la vida imposible, tal como le sucedió al Presidente Obama.
Consideraciones aparte, es absolutamente bienvenido el cambio de aires en la Casa Blanca, así se percibe desde México y el resto del mundo, en donde casi podemos escuchar el “¡Ufff!”, la expresión de alivio de muchos gobernantes al terminar la pesadilla que significaba tratar con Donald Trump. Seguirán tiempos difíciles, sin embargo, para Biden y los demócratas por la pandemia de coronavirus y la economía deprimida: ahora ellos tomarán las riendas, no hay tiempo para celebraciones. El mundo los estará observando.