Algunos amigos míos se desconciertan cuando les digo que los problemas legales de Donald Trump son el espejo de lo que le espera al presidente López Obrador después del 30 de septiembre, cuando concluya su mandato de gobierno y vuelva a ser un ciudadano más.
¿Qué te pasa?, me dicen. ¿Por qué la comparación? Mi respuesta es que, en esencia, el impulso político de Trump lo llevó a ejercer el poder de una manera arbitraria y desdeñosa de los contrapesos institucionales y los límites legales. No por nada acumula más de 90 causas judiciales de varios tipos.
El primer juicio penal a un expresidente estadounidense lo enfrentará Trump el 25 de marzo. El asunto es embarazoso para él: un soborno disfrazado de pago por asesoría legal que hizo en 2016 a través de su abogado, Michael Cohen, a Stormy Daniels, actriz de cine para adultos, en compensación por los encuentros sexuales que tuvo con ella (que Trump niega) y para asegurar su silencio antes de las elecciones presidenciales de ese año.
El juicio penal a Trump podrá o no concluir en su condenación y sentencia; por lo pronto, él tiene la presunción de inocencia.
Lo que no tiene, ni tendrá jamás, es la posibilidad de sacudirse el desprestigio de que se ventile públicamente su presunta infidelidad matrimonial.
Aquí entra AMLO en escena. De forma similar a Trump, el impulso político de López Obrador se ha manifestado en un estilo arbitrario y desdeñoso de los contrapesos institucionales y los límites legales (uso deliberadamente la misma oración que apliqué a Trump).
Una y otra vez, el presidente mexicano ha tomado decisiones irracionales cuyas consecuencias han dañado al tesoro público, a las instituciones de gobierno y han lastimado a la sociedad mexicana.
No sé hoy qué tipo de procesos legales y en cuál tribunal (nacional o foráneo) se le fincarán las acusaciones a las que tendrá que responder. Lo que sí sé es que ha sido tan grande su desprecio a las leyes, a la Constitución y a las instituciones políticas que no podrá evadir la tormenta judicial que se le avecina.
A lo mejor, y ante las circunstancias, le pedirá consejo y compartir abogados a su amigo Trump, si AMLO fuera requerido legalmente en Estados Unidos.
¿Será López Obrador el primer expresidente mexicano en ser juzgado en un proceso penal? ¿Se romperá esa ley no escrita de la política mexicana de que los expresidentes son intocables en aras de no romper la frágil estabilidad política?
La materia de esas interrogantes está a debate en Estados Unidos en torno a Trump. No es un asunto de fácil y sencilla resolución y su desenlace puede, en efecto, sacudir desde sus cimientos a la política estadounidense.
Como allá en la Unión Americana van más avanzados los procesos legales a un expresidente, desde México es obligatorio darles seguimiento para ver cómo proceden los juicios contra Trump y cómo se derrumba no sólo su persona, sino el estilo populista de ejercer el poder.
De ser así, al desenmascararse la demagogia, la mentira y la manipulación de gobernantes populistas como Trump y López Obrador, sus casos podrían ser los primeros en marcar la fase de la declinación del populismo en México y Estados Unidos.
Al llegar a este punto, mis amigos se quedan pensativos. No tengo la respuesta mágica ni mucho menos una bola de cristal, les digo, pero me concentro en encontrar similitudes y atar cabos en situaciones aparentemente desconectadas como Trump y López Obrador o México y Estados Unidos.
Quién lo diría, el hilo se rompió para Trump por lo más delgado: Stormy Daniels, justicia poética.