¿Y si la gente es mala por naturaleza?

Las voces de familiares de Fatima y activistas, con razón, claman justicia. Es aquí donde el presidente ha dejado atónitos a muchos con su respuesta.
02/03/2020

En tiempos como éste, el discurso yerra y se contradice tratando de dar una explicación. La balanza de la vida normal está rota: la venció el peso del asesinato, del sacrificio de niños, esposas, mujeres, de los indefensos.

Después de conocer la cifra de homicidios de 2019 (35 mil 588, la peor de los últimos años), uno se pregunta si vivimos en un país de gente civilizada o de criminales. Se han vuelto tan comunes que es válido pensar que los ciudadanos próximos a nosotros en la calle, la fila del cine o en los parques, apacibles en apariencia, son más bien delincuentes anónimos.

También, si no más, espanta la violencia gastada en esos estragos. La era de la comunicación facilita la conexión emocional con millones de personas; la ira y la tristeza de pocos se convierten en asunto de todos. Sin requerir parentesco, sin conocerlos siquiera, son también nuestros muertos la niña de siete años abusada y tirada a un basurero, la madre desollada y cosida a puñaladas, la estudiante violada y extinta. Así, como una sola familia, la sociedad cae en duelo.

“El amor es un caos de luz y de tinieblas… el hombre, un abismo de grandeza y pequeñez”. Cuando escribió esto, no sabíamos en qué pensaba Gustavo A. Bécquer. Pero, desde nuestras circunstancias, podemos creer que se refiere a ese estado de contradicción, volátil, inseguro, del comportamiento humano.

Los últimos homicidios demuestran que convivimos con temperamentos atroces e inicuos. En algunos casos la justicia logra capturarlos y someterlos a sanción, pero muchos siguen prófugos y sin visos de remordimiento. Unos y otros despiertan la preocupación general. ¿Qué debemos hacer con los individuos antisociales? ¿Qué podemos esperar de los enemigos públicos que no reconocen el derecho de sus semejantes y, todavía más, lo destruyen? 

No vamos a presentar aquí un estudio de derecho penal o sociológico para hallar una respuesta. Tomaremos, mejor, algunos apuntes sobre el significado de las medidas aplicadas en otros lugares para contener la delincuencia, las ideas de fondo que las movieron. Porque detrás de cada castigo, multa o persecución hay un mensaje del Estado a sus ciudadanos, una amenaza de rudeza legítima contra los infractores. También, desde luego, su visión del mundo.

En el pasado, la flagelación, la horca y la prisión eran mensajes de la autoridad: no toleraré la ruptura del orden y la buena convivencia; el Estado ejercía la coacción para asegurar la paz. Aquello de adoctrinar o reeducar a la gente no parecía interesarle. Con el tiempo, la autoridad ablandó el rigor de los castigos pero siguió determinada en defender la seguridad. Si renunciara a hacerlo, la presionarían.

EL HOMBRE ES EL LOBO DEL HOMBRE

Fue Rudolph Giuliani el alcalde que rescató las calles de Nueva York de carteristas y delincuentes. Antes de su administración, la gran ciudad se pudría en el crimen: paredes mal rayadas, ejércitos de pandilleros, barrios de asalto. De noche, era preferible encerrarse.

El jefe municipal impuso el programa “Ventanas rotas” y, sobre todo, el de “Tolerancia cero”. Con el primero, el ayuntamiento promovía la reparación de edificios dañados, los pintaba, les devolvía el brillo, les cambiaba cristales. Con el segundo, arrestaba a los individuos de la calle por la menor infracción, como orinar en público, beber o escandalizar.

Con “Ventanas rotas”, la gente entendía el beneficio de vivir en un ambiente placentero. Arruinarlo era perjudicarse a sí mismo. Con “Tolerancia cero”, Giuliani fue, en cambio, lapidario: “Si odias el encierro, pórtate bien”.

En una Nueva York decadente, la política del alcalde incrementó las detenciones hasta 70 por ciento. Se esperaba una carrera ad infinitum entre crímenes y arrestos. Algunos teóricos sostenían que “Tolerancia cero” no atacaba la raíz de la inseguridad. Pero sus predicciones fallaron: después de los correctivos, los robos disminuyeron entre 2.7 y 3.2 por ciento; los asaltos, 5.9 por ciento. También bajaron los homicidios, 4 por ciento, y el robo de vehículos, 5.1.

Para equilibrar la influencia de las ideas de Giuliani, algunos investigadores afirmaron que la reducción de los delitos era también resultado de una disminución del desempleo en la ciudad, de 39 por ciento. Otro tanto se atribuyó a los aumentos al salario en términos reales; se calculó una quita de 2.2 por ciento en el número de asaltos por cada punto porcentual al poder adquisitivo.

Al final, la pacificación de la gran manzana se consiguió por la combinación de medidas sociales, económicas y, sobre todo, políticas. Una sociedad golpeada por la violencia vuelve los ojos a la autoridad. A ésta le toca revelar su intención, su voluntad, de vencer a los delincuentes, como hizo Giuliani.

¿Creía el alcalde de Nueva York en la redención del criminal, en el arrepentimiento de los asesinos? Si se lo plantearon, ignoramos su respuesta. Se entrevé, mirando en la historia, en la actitud de Giuliani, una vieja idea que recorre el pensamiento inglés: el hombre es malo por naturaleza.

Creadora de grandes inventos, de ideas fundamentales para la humanidad, Gran Bretaña parece caracterizarse por su escepticismo y su desconfianza a los idealismos. En Thomas Hobbes se halla una suerte de síntesis del carácter insular. Éste pensaba que la paz sólo podía provenir de un estado nacional, centralista y de amplios poderes. Siendo creyente, no dejó en Dios ni en la providencia tan preciosa necesidad.

La seguridad, entonces, era un asunto de Estado, no un problema moral. La razón para construir un orden fuerte, según Hobbes, era que el hombre, en estado natural (o sin ley) se rige por el miedo y el egoísmo; esto deviene en “la guerra de todos contra todos”.

En ausencia de ley, de juez y de castigo, el hombre es un depredador. De aquí la frase “el hombre es el lobo del hombre” (homo homini lupus). En cierta medida, 300 años más tarde, las ideas de Hobbes salvaron a Nueva York.

ABRAZOS, NO BALAZOS

México atraviesa ahora por una etapa de horror criminal que parte, al menos, del año 2000. Violaciones, asesinatos, secuestros, para nuestro azoro, se presentan en la vida cotidiana con normalidad.

Cansados de esta violencia, los mexicanos eligieron en 2018 un gobierno de izquierda. Buscaban también castigar la corrupción y la desigualdad. Se votó bajo una lógica correcta: si pierden el PRI y al PAN, se acaban estos problemas. 

Pero las intenciones fallaron.

Aunque es pronto para hablar de fracaso, el primer año del presidente Andrés Manuel López Obrador entregó pésimas cuentas en economía y seguridad. El PIB cayó a –0.1 por ciento; la tasa de homicidios de 2019 fue seis veces mayor a la tasa mundial.

Con la violación y muerte de Fátima, una niña de 7 años, 2020 se encamina a ser el año de la lucha contra el feminicidio en México. El catálogo de ataques a mujeres va de arrojarles ácido en la cara a desollarlas, no se sabe si vivas.

Las voces de familiares y activistas, con razón, claman justicia. Es aquí donde el presidente ha dejado atónitos a muchos con su respuesta.

“En la medida en que tengamos una sociedad más justa, más igualitaria, más fraterna, con valores, en la que el individualismo no sea lo que prevalezca sino el amor al prójimo, que haya mucho cariño, que no haya odios, así vamos a ir enfrentando todos los desafíos”.

Congruente con otros momentos, López Obrador ha renunciado al uso de la fuerza para mejorar la seguridad. Pero sus postulados son, por completo, cuestionables; ya lo eran los de Giuliani (y más atrás, los de Hobbes), salvo que éstos llevan años de prueba y han dado algunos frutos. ¿Detendrá, por fin, la mano asesina el amor al prójimo o “mucho cariño”? ¿Cuánto tiempo se necesita para disminuir la violencia con la enseñanza de valores? ¿Cómo se crea una sociedad más fraterna o, de plano, dónde la ha habido?

Sin decirse, parece que el Presidente cree en la bondad innata de las personas, en la idea del amor universal. Ciertamente, son bellas; mas, ¿serán realizables?

Quizás es el primer gobernante laico que busca resolver la inseguridad con la doctrina del amor al prójimo. Nadie, de los 20 miembros de su gabinete, la ha defendido aún.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

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