Octavio Paz es una marca que dejará dinero a los más necesitados

17/03/2020

Nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914; era un niño rojizo y de ojos azules. Sus padres, Josefina Lozano y Octavio Paz Solórzano, celaban sus noches. Después, el papá amargaría su infancia.

Ante las amarguras, las personas se vuelven blandas o tenaces. Al niño Octavio Paz lo fortalecieron. Esto fue providencial ya que le esperaban múltiples luchas.

Y comenzó a tenerlas a los 5 años. Habiéndose trasladado a Los Ángeles, California, donde su papá era representante del dirigente campesino Emiliano Zapata, el pequeño Octavio no entendía una palabra de lo que decían sus compañeros de colegio. Queriendo pedir una cuchara (ha contado él), la apuntaba con el dedo, la decía en español y todos reían. “¡Spoon!” “¡Spoon!”, le gritaban. Para callarlos, se peleó con ellos y luego aprendió inglés.

Así, padre, madre e hijo regresaron a México en 1919. Pasarían escasez y preocupaciones económicas. Por deudas, se perdió la casa familiar, en Mixcoac.

Hacinados en un lugar pequeño, el niño Paz vivió rodeado de su mamá, doña Josefina; su tía, Amalia Paz, y su abuelo, Irineo. Todos menos uno: su progenitor; éste era un abogado, periodista y hombre brillante, muy sociable, con un estilo de vida casi de soltero.

Como los chismes los dispersa el viento, el joven Octavio y su familia debieron tragarse los cuentos que circulaban del papá sobre sus corridas de madrugada, sus conquistas amorosas y sus borracheras heréticas. Aquello no podía seguir así.

En efecto, terminó en 1935, de forma trágica: un tren descuartizó al célebre abogado, cuyos restos quedaron esparcidos en las vías. Octavio hijo y doña Amalia, su mamá, recogieron los despojos. Se pensó que había tropezado a causa de la embriaguez; también, en un asesinato. Pero nunca se aclaró.

Por los antecedentes y las relaciones del difunto padre, la familia apoyó a su heredero para cursar la carrera de derecho; al propio muchacho le habrá parecido congruente. Al entrar a la UNAM en 1932, nadie sospechaba lo que el estudiante escondía.

En lo profundo de su corazón, el universitario amaba la literatura, leer novelas, poesías, ensayos, lo menos útil que pueda darse en el Tercer Mundo. En tanto, sus parientes hacían ovillos para pagar las cuentas.

El virus de las letras superó los esfuerzos del sentido común y Octavio comenzó a escribir poemas, a fundar pequeñas revistas y a frecuentar escritores. Como tenía talento, y pronto se lo reconocieron, descuidó sus estudios.

Publicó a los 19 años Luna Silvestre, y después escribió ¡No Pasarán!, Raíz de Hombre y Bajo tu Sombra Clara y Otros Poemas. En ese momento, se volvió Octavio Paz. En su casa, nadie sabía de su actividad literaria, pues lo imaginaban en el salón de clases.

En realidad, el hijo de doña Amalia Lozano nunca terminó la licenciatura.

En 1937, orillado por la necesidad, el escritor aceptó un trabajo como maestro de secundaria en Yucatán. En una carta a su novia, Elena Garro, calificaba su salario como “una miseria”. Ahí contempló, estupefacto, la pobreza de los indígenas y los trabajadores del henequén. Quizás también pensó en la suya o, al menos, en su propia fragilidad. Luego, al recordar aquellos tiempos, escribiría “el dinero es la araña y el hombre, la mosca”.

En 1937, también, se casó con la señorita Garro. Ese mismo año, asistió con ella al II Congreso Internacional de Intelectuales para la Defensa de la Cultura en Valencia, España. Por primera vez, se mezcló con lo más granado de la literatura mundial y unió su voz en contra del golpe a la República Española. Desde ahí, su fama comenzaría a ascender.

El problema, sin embargo, no era escribir bien sino ganar plata. Trabajó sucesivamente como redactor, maestro y ayudante de administración; todos resultaban insuficientes. Al fin, en 1938, consiguió un empleo estable y con prestaciones en la Comisión Nacional Bancaria; le pagaban 250 pesos mensuales. Una de sus funciones era incinerar billetes viejos o verificar que eso ocurriera.

En 1939 nació Helena, su única hija, y se mudó varias veces con su familia a diferentes domicilios para ajustar su presupuesto. Octavio Paz ya era un escritor respetado en ese momento pero infeliz en la vida privada. Sentía cómo lo secaban por dentro los apuros y la rutina.

Pero era duro, persistente; estaba decidido a cambiar su suerte y eso aconteció en 1943. Tras presentar una solicitud, obtuvo la beca Guggenheim para cursar estudios en Estados Unidos. Así, dejó el empleo bancario y se mudó a San Francisco, California. Allá,  descubrió que no le alcanzaba con el subsidio de 165 dólares mensuales. Entonces, consiguió un puesto de tercer nivel, apenas mecanógrafo, en el consulado mexicano. La suma de ambos le concedió un respiro.

Sin imaginarlo, comenzaba la etapa de estabilidad tanto tiempo buscada. En los años siguientes, pudo ascender y ocupar mejores plazas en diferentes consulados mexicanos en Estados Unidos. De ahí lo comisionaron a Japón, Berna y París; en algunas cartas volvía a quejarse de la austeridad. Pero, en 1962, le llegó el nombramiento de embajador en la India, y nunca más sufrió de escasez.

Octavio Paz se divorció de Elena Garro en 1959. Después, en 1964, se casaría con la francesa Marie-Jose Tramini. Ya no tuvo más hijos.

En la India, disfrutó de la tranquilidad para ensayar un lenguaje más depurado, claro y estricto en sus libros. Su gran influencia le abrió las puertas de Europa y Norteamérica. Hasta los hombres más ricos de México procuraban su trato, como Juan Sánchez Navarro, Emilio Azcárraga Milmo y Carlos Slim.

Los mejores premios y honores cayeron en sus manos: Miguel de Cervantes (1982); Nobel de Literatura (1990) y Príncipe de Asturias (1993).  Por el primero recibió diez millones de pesetas; por el segundo, 700 mil dólares; por el tercero, cinco millones de pesetas.

“En la semana del Cervantes las ventas pueden aumentar un 200 y hasta un 300 por ciento”, han dicho los editores. Esta presea, se entiende, es la consagración en Hispanoamérica. Otorga “mucho prestigio, bastante dinero y unos cuántos lectores”, según Pilar Reyes, de editorial Alfaguara.

Atacado por el cáncer, Octavio Paz murió en abril 1998. Cuatro meses después fallecería Elena Garro, su primera esposa. Helena, la hija de ambos, partió en 2014. Ninguna de ellas fue su heredera.

Dos propiedades (una en Polanco y otra en la delegación Cuauhtémoc), cuentas bancarias, derechos de autor, pinturas, obras de arte, el caudal de su vida paró en Marie-Jose Tramini o Marie Joe, su segunda esposa. Con rigidez de celador, no permitía a nadie tocar las cartas o manuscritos del poeta. Cualquier reedición se renegociaba con ella, y citar al Nobel, así fuera atribuido correctamente, requería su consentimiento.

Asilada, sola, Marie Joe murió en 2018 sin precaver un testamento. De ese modo, los bienes adquiridos en vida por Octavio Paz quedaron en nadie.

BUSCANDO AL HEREDERO UNIVERSAL

Hay retratos suyos de joven, adulto y viejo.

Posa de distintas maneras: la mirada al cielo, ligeramente a la izquierda; la mano en el mentón, pensativo. También clava los ojos al frente, vivos y perentorios. Sólo le falta hablar.

Hábil modelo, se deja retratar bajo un árbol frondoso, en una habitación cubierta de libros o sentado en un parque. Si esto fuera poco, una gran colección de dibujos lo vuelve identificable con facilidad. Destacan sus cejas hirsutas y sus grandes mejillas.

Vemos, por aquí y por allá, su firma autógrafo, más dibujada que escrita.

Cada una de estas imágenes fue elegida y pensada por Octavio Paz para dejar una huella duradera en los espectadores. A todas las acompaña un significado preciso: el escritor, el poeta, el pensador. Este mensaje lo reforzó con apariciones frecuentes en prensa y televisión. Puede decirse que Albert Camus y Jean Paul Sartre, en Francia, hicieron lo propio.

Aunque haya sido una estrategia o una acción deliberada, Paz verdaderamente encarnó la cultura mexicana en el mundo; fue un ícono nacional a lo largo de 50 años por obras como El Laberinto de la Soledad, La Estación Violenta o Ladera Este, y un eminente editor de revistas (Plural, Vuelta). 

Consciente de eso, el escritor Fabrizio Mejía propuso una declaración de patrimonio nacional sobre las propiedades y el archivo del poeta. Se atendió la solicitud y el 1 de octubre 2019, el Juzgado 19 de lo Familiar, finalmente, nombró un heredero universal: el sistema DIF de la Ciudad de México.

Lo que diré a continuación tiene poco de intelectual: es necesario que toda la iconografía de Octavio Paz (fotos, videos, caricaturas, autógrafos) quede debidamente registrada en el Instituto Mexicano de Propiedad Industrial (IMPI). Incluso la voz debe ser protegida.

Hay una docena de escuelas privadas “Octavio Paz” que cobran por enseñar o validar  estudios. También, habrá que revisar algunos festivales ligados a su obra o su nombre. Recuérdese que lo usan como marca; es un anzuelo, un imán de entusiasmos.

Se deben incluir, además, las entrevistas y conferencias publicadas en Youtube. Es hora de monetizar esas reproducciones. En Zacatecas, al parecer, hay un fraccionamiento llamado “Octavio Paz”.

Queda, por supuesto, el copyright de casi 30 libros, con títulos traducidos a otros idiomas como El Laberinto de la Soledad. En otras palabras, hay recaudación a futuro.

En España, los herederos del poeta Antonio Machado pudieron recibir las regalías de su obra, nombre e imagen durante 80 años. Puede presumirse que rindieron grandes beneficios: Machado es, posiblemente, el escritor español más reconocido del siglo pasado. En 2020, justamente, vencieron los derechos de autor, y pasó al dominio público.

En el caso de Octavio Paz, la protección durará 100 años y finaliza en 2098. A diferencia del español, ningún familiar recibirá un céntimo. Irá a parar al gobierno de la Ciudad de México.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

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