No es extraño encontrar políticos que tengan un ego muy desarrollado, que sientan que son “la última cheve en el estadio”, hay quien se cree que la historia debe elevarlo a prócer de la patria aunque no haya hecho nada para merecerlo y así como este nos encontramos a un montón de especímenes de este tipo. Son este tipo de políticos, la mayoría, que no pasarán a la historia como estadistas.
Quizá lo raro sería encontrar a un político a quien su ego no le jugara malas pasadas. Hace años Adolf Tobeña escribió un interesante libro en el cual analiza cuál es la relación entre el cerebro y el poder, en él concluye que en los políticos existen círculos virtuosos y círculos viciosos más o menos controlados por la dopamina, un neurotransmisor que actúa como una droga cuya presencia impulsa a querer más, mientras que su ausencia hace que el individuo se encuentre en estados depresivos. Espero no recordar mal pero me parece que concluye que gran parte de la relación es… de cojones.
En pocas palabras, parte del ego tiene que ver con cuestiones de carácter biológico que se ven reforzadas por “shots” de dopamina que se disparan con cada situación que el político ve como un éxito, sucediendo lo contrario, ausencia del neurotransmisor, cuando se presentan fracasos, formándose los círculos virtuosos o viciosos.
Todo esto viene a cuento por la actitud que han tomado Silvano Aureoles y Miguel Ángel Mancera, ambos aspirantes, hoy fallidos, a ser candidatos a la presidencia de la República por el Frente Amplio por México.
Al verse eliminados ambos se fueron por la puerta de la descalificación del proceso, como lo había hecho antes José Luis Preciado, un oscuro militante del PAN que por alguna razón, que no alcanzo a comprender, se sintió con los méritos para ser presidente.
Pero volvamos a Mancera y Aureoles, desde lejos, la imagen que por lo menos yo tenía del exjefe de gobierno de la hoy CDMX, era la de una persona moderada que en virtud de haber realizado un trabajo aceptable en la procuración de justicia durante el gobierno de Marcelo Ebrard, ganó la nominación y luego la jefatura de gobierno, como senador fue más o menos gris, moderado pues, pero sin gran proyección nacional. Eso visto desde afuera. Ebrard posiblemente tiene otra versión de la historia.
Desde la perspectiva del senador las cosas se ven de otra manera y ese no levantar olas, como lo hizo durante su paso por la Procuraduría capitalina, le parecieron suficientes para competir con el carisma de Xóchitl o la maquinaria partidista del PRI y PAN quizá sintió que su éxito se basaba en ser un moderado, en un momento en que esa postura no conecta con el tipo comunicacional predominante.
El caso de Aureoles es distinto, desde que era gobernador de Michoacán, con muy pocos logros visibles para el resto de la República, se sentía presidenciable o quizá buscaba una forma de negociar, quiso hacer un Xóchitl, fue a palacio y nadie se percató de ello, pero me parece que sus motivaciones son distintas.
Dado que Aureoles seguramente se siente vulnerable al haber perdido el estado frente a Morena y que la gestión del actual gobernador no ha sido buena, piensa que una forma de levantar el rating por parte de su sucesor consiste en ir contra él, puede ser la razón para dar el portazo que dio, ya que a partir de eso seguramente quiera negociar una posición en el Congreso, donde sea, que le garantice fuero, es decir, su actitud no es irracional, sino dictada por el cerebro.
Pero cheque usted a quienes aspiran a ocupar puestos de elección popular teniendo en mente lo que señalamos y verá cómo muchos políticos buscan reafirmar sus egos y no el bienestar de la comunidad, buscan consumir sus “shots” de dopamina que les garantice reforzar su ego.
Por eso es tan difícil encontrar estadistas, políticos que piensen más allá de su bienestar.