Pues se terminó el año 2023. Hace dos días, la mayoría de los habitantes de Nuevo León celebra la noche buena y la navidad. Y digo a la mayoría, porque estoy convencido de que aquí vivimos algunos “Grinch”, que tenemos alguna razón para no sentir mucha alegría y disfrutar estas fiestas.
Por alguna razón u otra, de repente, a esos “Grinch”, nos parece todo tan superficial. Se mira cómo se hace un gran esfuerzo de mercadotecnia para lograr la venta del año.
A mí, a veces me parece, que nos entra como una ansiedad por gastar, por comprar. Si nos asomamos al recuerdo de estos últimos días veremos los centros comerciales, los caros, los no tan caros e incluso los “puesteros” barateros, todos repletos de personas comprando.
Había lugares intransitables, como la avenida Lázaro Cárdenas, la que da acceso a Plaza Fiesta, San Agustín y Valle Oriente. O la Avenida Insurgentes, que le da acceso a Galerías Monterrey, o la Avenida Leones, que permite llegar hasta Plaza Cumbres, por mencionar algunas.
En general, en esos días, el tráfico se hizo imposible en toda la ciudad y en la carretera nacional.
Todas estas personas estaban como sufriendo un ataque de ansiedad, buscando hasta la última oferta para comprar.
Como si comprar algo o regalar algo en esta fecha, nos compensará un poco ese sentimiento de vacío y tristeza que se nos echa encima cuando miramos lo que ocurrió en nuestra vida en los últimos doce meses.
No se diga la avalancha emocional en todas aquellas personas que tienen a algún pariente, o amigo cercano, hospitalizado en alguno de los hospitales de la ciudad, sin importar si es público o privado. Sobre todo, si esa persona ha sido desahuciada por los médicos y no hay, literalmente, respuesta a los esfuerzos de las enfermeras y familiares. Uno está esperando, cada mañana, cuál será la noticia que alivie o agrave nuestra espera.
En una situación como esa, quien se va a sentir con ánimo para brincar de gusto al recibir un regalo. También hay casos en los que estas fechas nos traen al presente los recuerdos de navidades trágicas, dolorosas. O usted cree que no sufren las madres cuyos hijos fueron asesinados en esas fechas en esta ciudad. Todos los días fallecen en esta ciudad de 2 a 8 personas, por la violencia del crimen organizado y por la impunidad que priva en todo el país.
Entonces, el hecho de que la gran mayoría esté festejando las fiestas decembrinas no significa que esa alegría sea compartida por todos.
Incluso los que están festejando saben que, adentro de sí, hay un resquicio de culpa que limpiar, un dejo de vergüenza que se está viviendo.
Uno sabe de momentos, recuerdos de hechos, donde se dio cuenta de que no hizo lo mejor por el hermano, la hermana, los padres, los hijos, o la pareja.
No fue totalmente honesto, no fue leal, uno sabe que la verdad se torció un poco, únicamente para salvar la dignidad, el orgullo o la necesidad de tener la razón.
Porque uno no puede vivir en paz, si tiene que reconocer que se equivocó en su pensamiento o en su idea. No puede aceptar que es falible, que se puede equivocar, que sus miserias son mayores que él.
Vivimos entre dos aguas. Vivimos ambivalentes entre la alegría y la tristeza. Entre la culpa y la arrogancia. Entre la furia y el desánimo.
Cómo sobrevivir, cómo reconocer la verdad, cómo estar seguro de que lo que veo, lo que percibo es la verdad, es cierto, es real.
Cómo ver a los demás si en tu interior solo hay espacio para uno, cómo hacer espacio para acoger a la persona amada. Para incorporar a tu realidad la necesidad de tu pareja. Su necesidad de apoyo, reconocimiento, aprecio, tolerancia y amor.
Cómo…
Y al mismo tiempo correr a llenar las bolsas de regalos y elaborar festejos, mientras en tu interior te agobia el vacío y la tristeza.
Lo miro y veo como si hubiera hecho un corte transversal en las falencias emocionales de un segmento muy pequeño de la sociedad.
Pero, ¿y qué me dice de las personas que viven en la calle, que ven todos los días como otras personas, en carros deslumbrantes, corren a gastar su dinero, a comprar artículos suntuarios, viajes, ropas? O ejercen su poder para despojar a los demás de sus recursos, porque ellos son el gobierno, ellos mandan, ellos deciden.
Mientras eso sucede, ellos carecen hasta de lo más indispensable.
No sé qué es más doloroso, si el sufrimiento que provoca el carecer de alimentos y techo. O el sufrimiento callado, oculto, ignorado, de los que carecen de emociones, de compasión, de amor. Y que solo ven en los demás el signo de pesos, y que solo en razón de eso, califican a su prójimo.
Como decía Facundo Cabral, “pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”.
No perdamos la esperanza, ni la fe, hasta la próxima.