Cuando termine el gobierno de Andrés Manuel López Obrador —Que algún día terminará— México estará tan golpeado que será preciso reconstruirlo o mejor, reinventarlo.
México tendrá que elevarse desde las cenizas de poderes y órganos de control autónomos que habrán sido convertidos heterónomos y minados en su estructura legal.
Sí en algo ha sido sobresaliente el gobierno del macuspano, es en demostrar que la incapacidad de 70 por ciento de mexicanos para entender lo que leen, se transfiera a la vida política.
También han demostrado que al mexicano promedio le puede más los sentimientos y su creencia en lo sagrado, que las privaciones y la ausencia de un futuro próspero para el país.
No mentiré si les digo que al menos ocho (Y no quiero ser excesivo) no tienen idea de como se compone la República y cuáles son las atribuciones de cada nivel o cuerpo de gobierno.
Es claro que la gran mayoría de los mexicanos no entienden, por ejemplo, la diferencia entre sistemas de salud y de educación centralizados y sistemas federalizados a cargo de cada entidad.
Tampoco entienden porque la violencia de la delincuencia organizada es atribuible al gobierno de AMLO, si el homicidio es un delito que deben investigar las autoridades estatales y no las federales.
Es claro que el plan de gobierno (el verdadero) de López, se basa en capitalizar esa ignorancia de un pueblo que sabe más de telenovelas y futbol que del derecho positivo de su país.
Por ello la gran mayoría de los mexicanos desaprueban la inseguridad, la inflación, la mala atención en salud, el desmadre que es ya la educación pública, pero aprueba al macuspano.
Si las encuestadoras en lugar de preguntar si aprueban la labor del presidente, preguntaran si le tiene afecto, lástima, aprecio o no lo quiere o le resulta repulsivo, las preferencias no variarían.
Así, López, sabe que el pueblo raso —como tiene la poca M de mencionarlo— lo van a seguir queriendo mientras se haga el maltratado por los mismos que la mayoría siente que los maltratan a ellos.
Si en algo han sido acuciosos los maestros del sistema público, incluidas las universidades, es en magnificar la pobreza del pueblo, el odio a Estados Unidos y la utopía del comunismo.
Aunque muchos pensamos que, quien a los 18 no sea socialista, es porque no tiene corazón y quien a los 25 lo siga siendo, es porque no tiene cabeza, para la mayoría, el Cielo y el socialismo son dos paraísos.
Si los mexicanos fueran tan severos para juzgar a sus gobernantes y representantes legislativos, como juzgan a los entrenadores de la Selección Nacional de Futbol, otro gallo nos cantaría.
La dictablanda priista delineó un sistema educativo que evitara que los educandos conocieran sus derechos políticos y, Manuel Bartlett, fue el secretario de Educación que quitó Civismo en la currícula de educación básica.
Así pues la mayor parte de los mexicanos no ven el daño que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador provoca a la estructura económica, política y social del país
Dentro del sinnúmero de desgracias que ha traído el macuspano, si ha demostrado que el sistema mexicano, con un jefe de Estado que también es jefe de gobierno, otorga demasiado poder a un presidente.
Así que cuando haya que comenzar a hacer el recuento de los platos rotos, será necesario dividir el Estado del Gobierno, y en ese sentido, la funcional democracia alemana, es buen ejemplo.
En Alemania hay una presidencia de Estado que es electa por voto directo y un primer ministro o jefatura de gobierno, que señala al líder de la mayoría en el Congreso.
También será necesario reponer a los órganos de control autónomos y modificar la manera de elegirlos para impedir que otro tramposo como López Obrador los pueda anular.
