Las encuestas suelen ocupar una buena parte de la discusión pública en tiempos electorales. Sus resultados, sus metodologÃas, sus usos, sus abusos, son temas de conversa y controversia.
Pero aunque hoy las damos por sentado, y las consideramos parte de nuestros usos y costumbres polÃtico-electorales, las encuestas han cambiado; podrÃamos incluso decir que han evolucionado, reflejando en buena medida los patrones de cambio y continuidad de nuestro sistema polÃtico.
Al hablar de evolución de las encuestas, quizá lo primero que viene a la mente es un proceso de cambio y adaptación de las metodologÃas y las técnicas demoscópicas a los ambientes sociales, institucionales y tecnológicos nuevos.
En Estados Unidos, el proceso evolutivo metodológico pasó de los straw polls del siglo 19 a las encuestas con bases cientÃficas en el siglo 20, y en estas últimas, un proceso gradual de cambio de encuestas por correo a entrevistas en vivienda, del muestreo por cuotas al muestreo probabilÃstico, posteriormente al método telefónico, al método online, al uso de nuevas tecnologÃas digitales y, en las etapas más recientes, con una cierta involución a formas de muestreo no probabilÃstico.
Pero la evolución de las encuestas también refleja los usos polÃticos que se les dan.
En México, en los años 80 y 90, el aumento de la competitividad electoral hizo de las encuestas un instrumento fundamental de inteligencia polÃtica para los partidos y sus candidatos. Navegar por la creciente incertidumbre de la competencia polÃtica requerÃa una buena brújula y las encuestas tomaron esa función.
A su vez, las encuestas se volvieron un recurso noticioso de gran valor informativo para los medios de comunicación, no sólo atrayendo lectores o audiencias, sino también aportando datos para el comentario y el análisis polÃtico. La publicación de resultados de sondeos se volvió un aspecto central durante las campañas.
Y podrÃamos decir que junto con la publicación de encuestas periodÃsticas coevolucionaron los usos estratégico-propagandÃsticos de los sondeos. Si las encuestas periodÃsticas mostraban un escenario, un partido podÃa mostrar otro diferente con sus propias encuestas, bajo la idea de que la publicación de resultados puede influir en los electores, en las estructuras partidistas, y en los estados de ánimo de las campañas, entre otras posibles influencias.
Me parece que más recientemente, la evolución de las encuestas ha tomado otras formas en nuestro paÃs.
Una tiene que ver con el cambio tecnológico. La incorporación de las nuevas tecnologÃas digitales y robóticas al ejercicio demoscópico, todavÃa con ciertas limitaciones pero también con un enorme potencial, ha tomado por sorpresa a la vieja guardia, no sólo de encuestadores sino de usuarios y comentaristas de encuestas.
Me da la impresión de que el uso de nuevas tecnologÃas para encuestar ha dividido a la profesión en un campo representado por el viejo mainstream, que sigue teniendo legitimidad, pero que se resiste, reniega o ignora cómo adaptarse a las nuevas tecnologÃas, y los nuevos challengers que sà se están montando en ellas, pero que no cuentan aún con la entera legitimidad de lo que hacen. La respuesta natural ha sido la descalificación a las nuevas maneras de hacer encuestas.
Las adaptaciones tecnológicas han coincidido también con otro factor de cambio, uno de carácter más institucional: el uso de encuestas para la definición de candidaturas polÃticas. Los partidos polÃticos solÃan darles dos usos estratégicos centrales a las encuestas: el de inteligencia (de uso interno) y el de propaganda (de difusión de resultados). A ello se suma el papel de las encuestas para definir candidaturas. Morena especifica esa labor en sus estatutos, y los partidos de oposición también han adoptando la práctica de manera menos formal.
Ahora que las candidaturas se deciden por encuestas, y no sólo las presidenciales, sino para diversos cargos de elección popular a cualquier nivel, el fenómeno ha incidido en la evolución (o acaso involución) de la demoscopÃa.
Se ha generado una mayor demanda que parece, a su vez, estar generando su propia oferta, con una enorme varianza en la calidad de los estudios, de las metodologÃas, a la vez que con poca transparencia y mucha opacidad.
La evolución de las encuestas que se concebÃa a la par del desarrollo democrático significaba más espacios para los resultados públicos, con una función informativa, con calidad, rigor, transparencia y rendición de cuentas.
Por el contrario, la involución de las encuestas refleja un ambiente de mayor control polÃtico, de calidad cuestionable, de opacidad y de un potencial descrédito a la labor demoscópica.
Hay que esperar un poco para ver si es el caso, pero por lo pronto asà lo parece.