Está por iniciar uno de los eventos deportivos más esperados y más vistos a nivel global: el Mundial de Futbol. Una encuesta realizada en la Ciudad de México en este mes de noviembre nos da una idea de qué tanto interesa entre la población capitalina.
El 25 por ciento dijo que el Mundial le interesa “mucho” y a 23 por ciento le interesa “algo”, sumando 48 por ciento. En contraste, a 52 por ciento el Mundial le interesa poco o no le interesa nada.
A pesar de no generar un interés mayoritario, el Mundial es de lo que más interesa si se le compara con otros eventos deportivos de gran calibre. La Liga MX de futbol también suma 48 por ciento de interés, mientras que la Fórmula 1, que se acaba de correr recientemente en CDMX, suma 27 por ciento.
El interés en el futbol americano de la NFL alcanza 31 por ciento y la Serie Mundial de beisbol, recientemente jugada, 21 por ciento.
Por lo general, todas esas actividades deportivas les interesan más a los hombres que a las mujeres, de acuerdo con la encuesta, pero el futbol y, particularmente, la Copa del Mundo, son los que que abren la mayor brecha de género.
El interés en el Mundial alcanza 69 por ciento entre los hombres y 26 por ciento entre las mujeres. Es un evento global, pero principalmente de interés masculino.
Las diferencias entre grupos de edad son menores: si acaso, los jóvenes son los más interesados. El principal mercado para las transmisiones y la parafernalia mundialista parece ser la población masculina joven, por lo menos en la Ciudad de México.
Al decir “principal mercado” se entiende la parte comercial, aunque, como sostiene el politólogo Andrei Markovits, los eventos deportivos globales pueden tener un impacto político y social, además del económico.
En su libro Gaming the World: How Sports are Reshaping Global Politics and Culture (2010), Markovits, en coautoría con el también politólogo Lars Rensman, argumenta que “los deportes moldean y estabilizan las identidades sociales y políticas alrededor del mundo”, así como también “movilizan las emociones colectivas y, por lo general, canalizan conflictos sociales”. En otras palabras, los deportes tienen efectos sociales y políticos.
Markovits y Larsen señalan que los deportes mueven capital financiero, pero también tienen un valor simbólico inmenso y un uso como “capital cultural”. Los deportes, y en particular eventos como el Mundial o la Champions, manejan un lenguaje global a la vez que movilizan identidades tanto locales como cosmopolitas. “Aunque quisiera, ningún líder político se salva del poder cultural y simbólico de los deportes”, afirman los autores.
En nuestra encuesta capitalina, morenistas y oposicionistas pueden estar peleados en muchas cosas, pero el Mundial les interesa por igual. Estar a favor o en contra de la 4T significa tener visiones distintas de país; pero a unos y a otros les interesa igualmente lo que suceda en Qatar. No se sorprenda si las figuras presidenciables de cualquier partido político se dejan ver con la camiseta de México en estos días, o haciendo alguna ocurrencia mundialista de sus asesores.
Y no sólo pesa lo relativo a la Selección Mexicana, sino lo relativo a las figuras globales y el “capital cultural” que conllevan. Los autores hablan de un “cosmopolitanismo deportivo” que el juego de México-Argentina ilustra bien: la mayoría de mexicanos interesados quizá muestre una carga emocional hacia el lado nacional; pero el mundo interesado en su conjunto, la aldea global, estará atenta a lo que hagan el otro equipo y su figura central. Es México contra Messi & Co.
Según Markovits y Rensman, los deportes no sólo tienen que ver con la cultura popular, sino que hablan de una “cultura deportiva hegemónica”, la cual entiendo como la práctica global de ver, discutir, vivir, sufrir, revisar, polemizar lo que suceda en esos rectángulos de pasto y sus órbitas adyacentes.
Según la FIFA, el Mundial 2018 lo vieron más de 3 mil 500 millones de personas, y mil 120 millones vieron la final.
En CDMX, la mitad de la población adulta no tiene interés en el Mundial, y seguramente hay desinteresados en todas partes; pero habrá que estar pendiente del “capital cultural” del evento, así como de su uso político y de sus posibles efectos en el estado de ánimo social.