Por medio de un video difundido en redes sociales, la senadora panista Lilly Téllez puso en la mesa de discusión las diferencias entre lo que ella denomina la “izquierda populista”, representada por Morena, y la “derecha moderna”, que ella busca abanderar rumbo a las elecciones de 2024.
Este encuadre ideológico que la senadora le ha puesto a la contienda electoral del próximo año es interesante por varias razones.
Una de ellas es que rompe una racha de asimetrías en el uso que los actores políticos le han dado a esas categorías de identidad ideológica. La izquierda se ha identificado con orgullo como “izquierda”, pero el término “derecha” suele estar ausente en la retórica de derecha.
Los actores políticos de izquierda no sólo se han identificado como izquierda sino que han empleado categorías diferenciadoras entre ellos como “nueva izquierda”, “izquierda progresista”, “izquierda cardenista” y hasta “izquierda marxista”, por mencionar algunas.
La asimetría consiste en que los actores políticos de izquierda portan esa etiqueta con naturalidad, mientras que los de derecha rara vez se presentan ante el electorado como opciones orgullosamente de derecha. La excepción hoy parece ser Lilly Téllez.
Un segundo aspecto interesante del encuadre es la adjetivización. La diferencia entre izquierda y derecha no basta. Para la senadora, el grupo que hoy gobierna es una “izquierda populista”, que usa a los pobres para obtener votos pero sin mejorar sus condiciones (o algo así dijo); mientras que la opción que ella plantea es una “derecha moderna”, que busca la seguridad y la prosperidad (o algo así).
Los adjetivos pueden evocar significados negativos, como es el caso de una “izquierda autoritaria”, término que ya comienza a escucharse en radio pasillo; pero también tonos positivos para ciertos electores, como el término “izquierda democrática”, que hoy comienza a asociarse con segmentos izquierdistas críticos de la 4T, a quienes, por cierto, la senadora Téllez dejó de lado en su video.
Presiento que, de continuar el encuadre ideológico rumbo a 2024, podríamos ver una cadena de adjetivos sumados a izquierda y derecha; sobre todo adjetivos identitarios que reflejen nuestros tiempos políticos polarizados.
Un tercer aspecto por el cual me parece interesante la discusión es que las encuestas sustentan muy bien el uso retórico de las identidades ideológicas en el país.
Hace unas semanas, en este espacio se publicó un gráfico basado en la encuesta nacional de marzo de El Financiero que mostraba al votante promedio de las figuras presidenciables en dos ejes de competencia: la orientación izquierda-derecha, y la actitud favorable o desfavorable hacia la 4T (Presidenciables, 14 abril). En los extremos de ambos ejes se ubican los seguidores de las punteras en las encuestas, Claudia Sheinbaum, con un electorado de centro-izquierda muy favorable a la 4T, y Lilly Téllez, con un electorado de centro-derecha muy adverso a la 4T.
Para abonar a esos datos, la misma encuesta revela que Sheinbaum goza de una opinión mayoritariamente favorable entre los entrevistados de izquierda y de centro-izquierda, entre quienes alcanza una popularidad de 75 y 56 por ciento, respectivamente; muy por arriba de lo que Marcelo Ebrard obtiene entre esos segmentos.
Por su parte, Lilly Téllez registra un porcentaje mayoritario de opinión favorable entre electores de derecha (55 por ciento), superando por mucho a Santiago Creel, a quien también le gana en el espacio de centro-derecha.
La encuesta indica que Sheinbaum es más popular en la izquierda que Téllez en la derecha, pero cada una domina en su respectivo espacio del espectro político.
Estos datos apoyan la noción de la senadora de que el uso de identidades ideológicas hace sentido. Lo que está por verse es si su encuadre ideológico logra activar razones y corazones entre el electorado, así como entre los actores y grupos políticos.