Con su narrativa, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha activado una serie de identidades sociopolíticas entre la sociedad mexicana que vale la pena ir documentando y analizando. Una es la distinción entre pueblo y ciudadanos.
El término pueblo es central en el vocabulario del lopezobradorismo: el “pueblo bueno”, la “voluntad del pueblo”, que “decida el pueblo”. El término ciudadanos, tan de moda en los años noventa, lo usa menos el mandatario.
Hace poco más de tres años comenté en este espacio una pregunta de encuesta nacional en la que 61 por ciento de entrevistados se describía a sí mismo como pueblo (¿Quién es el pueblo?, 2 agosto 2019). Identificarse como pueblo era más notable entre personas de mayor edad, de menor escolaridad y de menor nivel socioeconómico, y más común en la región sur del país.
En una encuesta nacional, realizada este mes de octubre, preguntamos a las personas si se identifican más como pueblo o como ciudadanos. En esta ocasión había que elegir. El 40 por ciento dijo identificarse principalmente como pueblo, y 58 por ciento, como ciudadano.
El perfil de quienes dijeron pueblo se mantiene: una identidad más común entre personas de mayor edad, menor escolaridad y en el sur del país. Por otra parte, la identidad de ciudadano es más común entre jóvenes, entre personas con mayor escolaridad y entre quienes se consideran de clase media.
Además de diferenciarse en sus perfiles sociodemográficos, identificarse como pueblo o como ciudadano también marca diferencias importantes en las opiniones y preferencias políticas. Ahí radica el efecto de activación.
Por ejemplo, quienes se identifican como pueblo aprueban más la labor del Presidente (72%) que quienes se identifican como ciudadanos (45%, una diferencia de 27 puntos porcentuales). De igual forma, el apoyo a la 4T es más alto entre el grupo identificado como pueblo que entre los ciudadanos.
Además, entre el grupo identificado como pueblo, Morena capta 59 por ciento de la intención de voto, mientras que PAN, PRI y PRD suman 15 por ciento. En contraste, entre el grupo de ciudadanos Morena atrae 30 por ciento, y esos tres opositores, 35 por ciento: Mucho más competido.
La diferenciación entre pueblo y ciudadanos captura buena parte de los conflictos partidario (Morena-oposición) e ideológico (pro y anti-4T/AMLO), relevantes en la actualidad. Y cada una de esas categorías tiene algún tipo de anclaje social, como muestra su relación con la edad, la escolaridad, la clase y la región.
Habrá que seguir identificando en las encuestas esos factores de identidad que mueven hoy a la política electoral. Sólo para el registro: una opinión que no se diferencia entre pueblo y ciudadanos es la aprobación al INE, que es alta y pareja en ambos grupos. Buena señal para las reglas y procedimientos de la democracia mexicana, pero…
LA ENCUESTA DEL INE
Vaya que la encuesta interna del INE sobre la reforma electoral estuvo de cuetero, con mucho ruido y una que otra quemadita.
Y no tanto porque los resultados apoyan, en lo general, la propuesta del Ejecutivo, lo cual es de esperarse cuando las encuestas miden temas planteados como fines que gozan de acuerdo general (valence issues), en vez de diferencias en los medios para lograr dichos fines (positional issues).
Más bien, la quemadita vino por la respuesta que algunos consejeros del instituto le dieron al asunto: 1) que la encuesta es de septiembre y la opinión ya cambió, argumento que no sustenta con una encuesta de seguimiento propia, y 2) que sólo una minoría de 27 por ciento estaba enterada de la propuesta de reforma electoral.
Esos argumentos resultaron una fácil pichada al Presidente para pegar de jonrón en su mañanera de ayer: 1) pues que vuelvan a hacer la encuesta para ver si efectivamente ya cambió la cosa (seguramente él sabe muy bien que no), y 2) si esa minoría informada es la élite y aun así está mayoritariamente a favor de la propuesta, ¿qué sucederá entre el pueblo menos informado? La respuesta, por supuesto, la obvió el mandatario.
Si la reforma electoral se jugara entre el INE y la 4T, a 4 de 7 juegos como la Serie Mundial, el primer juego lo ganó el INE con el reporte de la Comisión de Venecia, pero el segundo lo ganó el Ejecutivo, por blanqueada, con el asunto de la encuesta interna. Hagan sus apuestas para el siguiente encontronazo. Eso sí, sin olvidarse de que el INE es árbitro o, en este caso, umpire.