“Vale más un toma que muchos te daré”, Don Quijote de la Mancha
Tenemos una nueva medición de SABA Consultores, correspondiente al 22 de agosto. Podríamos decir que no hay novedades, pero el hecho de no haber apenas variaciones es, en sí, la novedad. Y eso que no sólo seguimos, una semana más, a vueltas con el “caso Lozoya”, con las presuntas revelaciones, los posibles implicados, los documentos filtrados, y el largo etcétera de exhibiciones de aquello que todos sabían y al parecer nadie señalaba. A la vergüenza que supone ver a los achichincles de ciertos políticos de todo pelaje recibiendo bolsas de billetes, se ha añadido hace pocos días una suplementaria: el video del hermano del Presidente recibiendo también abultados sobres con lana. Esos son los bochornos principales, pero me van a permitir que hable, aun antes de entrar en consideraciones sobre los números que arrojan los datos de SABA, de otro sonrojo ajeno que sucede a diario: un Presidente que dirige el circo de los rumores, sin freno ni tasa alguna. Y que, en su obsesión por orientarlo todo hacia la corrupción, insiste en condicionar al poder judicial haciendo uso de su posición para participar en el enjuiciamiento público de no se sabe aún quienes y no se sabe aún por qué. De repente, se le ha volteado el panorama, y puede salir trasquilado de su viaje a por lana, al añadirse al guisote podrido del panorama político mexicano las serias dudas que arrojan las imágenes de Pío López Obrador sobre el financiamiento de Morena. Y aún hay algo más, no menos desalentador: la costumbre se ha hecho ley y la actitud pasiva por parte de la opinión pública es todo un síntoma.
Es esencial darse cuenta de que esta ausencia de reacción, prácticamente neutra salvo ciertas excepciones, no se debe a que los mexicanos hayan pasado por alto los intercambios de golpes en lo que parece una loca competencia por ver quien exhibe más la desvergüenza del de enfrente. Muy al contrario, el “Top of mind” demuestra que, al margen de la presencia en primer término del Covid19, que por ser problema de fondo se puede obviar, los principales acontecimientos en los que los ciudadanos centraron su atención son precisamente los escándalos propagados por Lozoya y los videos de Pío López Obrador. Se menciona expresamente el feo asunto del exdirector de Pemex, las imágenes del “hermanísimo”, la corrupción en general y las “mentiras de los políticos”, dejando en un segundo plano total la inseguridad y los hechos con ella relacionados. Esto es una realidad innegable y contundente. Pero también lo es que, como si los mexicanos estuvieran curados de espantos, no reaccionan de una manera en que se haga visible ni desgaste ni avance para ninguno de los contendientes de esta “guerra”.
Vayamos por partes. Debería ser una obviedad decirlo, pero en un Estado de Derecho se presume un poder judicial independiente, y esa es una de las claves, desde hace más de dos siglos, de que sea considerado como tal. Señalaba hace pocos días “El País”, no sé si ahora le parecerá a AMLO un medio solvente o no, que Lozoya “ponía en marcha el ventilador”. El ventilador que, con perdón, esparce la mierda, y de la cual pocos parecen estar libres, en todas las opciones políticas. Todos forman parte de ese circo que, sin duda, tiene muchos más artistas, pero del que sólo veíamos los atisbos y los pequeños numeritos a los que AMLO, con toda la intención, dirigía el foco mediático. Pinceladas escogidas por la mano que seleccionaba y dosificaba las raciones en sus pesadísimas, desesperantes y soporíferas diatribas de cada mañana. Vaya por delante que me parece extraordinariamente bien perseguir a los corruptos. Pero no puedo decir lo mismo de que, cada día, y con esa excusa, se levanten cortinas de humo sobre lo que, quiera el Presidente o no, es la actualidad: el coronavirus, que acaba de entrar en el escenario que el propio Gatell definió hace unos meses como catastrófico; la inseguridad; los asesinatos; la crisis económica; la falta de abasto de medicamentos.
Y hete aquí que, en plena función del prestidigitador, al circo le crecieron los enanos y quedó exhibida la corrupción propia. Ese tesoro literario y filosófico que es “El Quijote” nos dejó citas como la que antecede este texto. En este caso, Andrés Manuel se la pasó insistiendo en los “te daré”, pero a él le ha llegado de lleno el primer “toma”. Don Andrés no me parece un “ingenioso hidalgo”, como lo fuera el inmortal personaje de Cervantes. Etimológicamente, “hidalgo” significa “hijo de algo”. No lo tomen por las malas, AMLO es, a lo sumo, hijo del cansancio de un pueblo harto de engaños y saqueos. Y parece que es tal el hartazgo que ya todo parece normal: el que da el dinero, el que lo toma, el que lo graba, el que lo cuenta, y el que utiliza todo lo anterior en busca de beneficio propio.
Estuvimos esperando un par de semanas para ver los efectos de las presuntas acusaciones de Lozoya, que no olvidemos que no pasan de filtraciones. Hoy no cabe otra cosa que concluir que las consecuencias han sido mínimas o nulas. El producto más visible fue una simple, y pasajera, mejoría en la aprobación al Presidente. Nada sucedió al margen de ello, es decir, nada fuera de los intereses personales de AMLO, que están empezando a no cubrir más allá de su figura, sin tan siquiera beneficiar a su formación política. Los resultados en cuanto a deterioro de la oposición o afectación de los partidos señalados por Lozoya son inexistentes. Es más, el PRI tiene tendencia clara a la mejoría en militancia, indicador en el que recibe advertencia positiva. Los demás partidos se mantienen, más o menos, estables. Y en intención de voto, tan sólo se observa cierta pérdida de fuerza por parte del PAN. Pero esto no se puede achacar exclusivamente a estos acontecimientos, por cuanto se inicia hace ya cinco semanas, y además, le ocurre lo mismo a Morena. Además del aumento de fidelidad al tricolor, resulta que Peña Nieto lleva dos semanas rebajando ostensiblemente sus porcentajes en el indicador de peores políticos. Es decir, se redujeron sus detractores. Y además, ningún exmandatario de los señalados por Lozoya presenta señales de haber empeorado en la percepción ciudadana de su figura. Para ese viaje, evidentemente, no hacían falta tan ostentosas alforjas.
Pero, ¿qué hay del contraataque? Pues tampoco nada. AMLO, que podría haberse visto golpeado por el debut cinematográfico de su hermano, tan sólo presenta un descenso leve en aprobación, sin mayores consecuencias. El contexto parece indicar que, tal vez en un efecto no deseado por quien inició la dinámica de la polarización, que fue el propio López, las posturas de ambos bandos se han endurecido tanto que se han hecho inasequibles al desaliento, al punto de justificar los errores propios y magnificar los del adversario, neutralizando los unos el efecto de los otros. Lo que se está generando es tan sólo la confirmación de una verdad asumida: que la clase política en general es corrupta sin remedio y que se buscan, sin encontrarlas, alternativas al latrocinio. Pero, y esto es muy de lamentar, ni siquiera se observa una reacción mayoritaria en ese sentido.
Hace tiempo que Andrés Manuel demostró que su marxismo se parece más al de los famosos cómicos protagonistas de tantas comedias cinematográficas que al del pensador alemán. Al ejercer de cocinero y elaborar esta vergonzosa y maloliente “sopa de ganso” recuerda los absurdos de Groucho y sus hermanos, pero con bastante menos gracia e inteligencia, por más que de momento la jugada lo sostenga. Lo que desde luego no emula es a ningún prohombre de la patria, y mucho menos se acerca a la figura mítica que acabaría con la endémica corrupción en México. Todo lo que le rodea son inconsistencias. La independencia judicial es conculcada a diario por las “sugerencias” presidenciales, incluyendo las consultas populares sobre lo que deberían ser decisiones de los jueces. El “caso Lozoya”, de momento, ha proporcionado mucho ruido y muy poquitas nueces, y estas han resultado arrojar tantas o más sospechas sobre la financiación del propio chef que preparó el guiso, en triste remembranza del último “combate del siglo” entre el Bronco y Medina, que acabó en menos que nada. Aunque la corrupción aumentó como preocupación de los mexicanos, sigue siendo aventajada sobradamente por la pandemia y la inseguridad. Y es muy triste constatar que la opinión pública apenas se inmuta y no parece presentar ni enojo ni perplejidad, más allá de cierta curiosidad morbosa. Están tan arraigadas entre los ciudadanos las creencias de que política y corrupción son consustanciales, y de que no hay justicia independiente posible, que se da por sentado que todos están igual de tiznados. Tanto, que se acepta que se manejen los hilos desde el ejecutivo y no parece producir ni sorpresa ni vergüenza que este problema estructural se exhiba a diario. Ni que todo se asemeje a una partida entre tahúres en la que todos ocultan cartas en la manga. Y, lo que es peor, el balance por ahora de tan sucias maniobras es extremadamente pobre. AMLO obtiene el exiguo rédito de desviar la atención de la crisis sanitaria y económica, pírrica victoria para quien decía encabezar una transformación nacional. Pero el estupor y la vergüenza que deberían causar las revelaciones de corrupción de prácticamente todos los actores políticos se están viendo superadas por el sentido de pertenencia y la polarización, y todo se queda en el “y tú más”. Me canso, ganso, de esta fétida sopa que estás guisando y que llamas transformación.