“Aquel hombre que pierde la honra por el negocio, termina perdiendo negocio y honra”, Francisco de Quevedo.
Esta semana se da una circunstancia ciertamente inusual en los tiempos que nos ha tocado padecer. Me refiero a un ejercicio de honradez profesional y metodológica por parte de SABA Consultores que pone en evidencia la distancia sideral a la que se encuentran el resto de quienes se hacen llamar “profesionales” de la opinión pública. Si alguno de ustedes no lo ha leído aún, los pongo al corriente: sucedió que, al interior de SABA, constataron que, por cuestiones de método, había en sus mediciones sectores de edad infrarrepresentados (los jóvenes, en concreto), y otros sobrerrepresentados (los de más edad). Esto suscitaba la duda de una posible distorsión, en especial al ser los más mayores una fortaleza muy clara de AMLO, de Morena y de Claudia Sheinbaum. Corregirlo no implicaba especiales dificultades técnicas. Lo llamativo es que tampoco supuso para Salvador Borrego ningún problema reconocerlo y hacerlo público a través de redes sociales, anunciando que sus resultados previos podían estar distorsionados, y que se aplicaría un sesgo corrector a partir del monitoreo que hoy nos ocupa, que es el del pasado lunes, 7 de mayo. Una conducta honesta que debemos celebrar, por ser una excepción que creo casi única. Si algún amable lector es capaz de ponerme un ejemplo similar en el gremio de las casas encuestadoras, le ruego nos lo haga saber a todos.
Los datos nos dicen que ningún acontecimiento público concreto tuvo especial incidencia en el pensamiento ciudadano, que estuvo dominado por la inseguridad y las campañas políticas, pero mediante conceptos genéricos. Creció, en todos los partidos, el porcentaje de identificación (voto duro), fruto sin duda del proceso electoral. AMLO sigue más o menos estable, aunque empeoraron sus calificaciones altas y subieron las bajas. En el apartado de fans, el voto duro de las dos punteras está en advertencia positiva, polarizado en torno a quienes aprueban a AMLO, a favor de Claudia, y quienes lo reprueban, a favor de Xóchitl. Esta, a su vez, registró advertencia positiva en intención de voto, donde su rival sigue estable. La cuestión es que, aplicado el sesgo corrector del que hablábamos, las distancias siguen siendo más o menos las mismas, porque los porcentajes de ambas descendieron levemente. Lo que aumenta es el número de indecisos, lo que podría indicar que los más jóvenes, que estaban, recordemos, infrarrepresentados, presentan menos fidelidad ideológica. No está claro, sin embargo, si afectará a la participación en la elección: su interés por la política es neutro, y los más desinteresados parecen ser los de mediana edad. Todo parece indicar que Sheinbaum depende más de que no haya abstencionismo, pero Xóchitl sigue lejos de recortar distancias.
Sabemos, por tanto, que la ventaja es grande para la candidata de Morena, y que es poco probable, por ahora, que la candidata del Frente la pueda alcanzar. Pero nadie sabe lo que va a pasar el 2 de junio. La gran virtud de las mediciones de SABA no está en predecir nada. Si esto fuera posible, no pasaría de la confirmación de una enfermedad que, llegado el momento, pasaría a un mero análisis post mortem. Su utilidad estriba en proporcionar la capacidad de anticiparse a los problemas y obstáculos, lo cual permite diseñar estrategias flexibles, y tomar o anular decisiones tácticas. Esto no lo han comprendido la mayoría de los políticos. Y lo niegan, como se niega lo que no se comprende, el resto de casas encuestadores, que aplican a sabiendas una metodología completamente superada e inútil. Pueden acertar igual que un reloj averiado da la hora buena dos veces al día.
Sin embargo, siguen facturando, en el mejor de los casos, por mercancía dañada. En el peor, por elaboradas mentiras, bien propagandísticas, bien para el gozo y disfrute onanista de una legión de asesores y “estrategas” cuyo objetivo principal es evitar que se evalúen los resultados de su trabajo. Ahí, como diría el gran Mario Moreno, está el detalle. Cuentan del filósofo griego Diógenes que, estando un día comiendo lentejas, se le acercó otro pensador y le dijo: “Si hubieras aprendido a adular al rey, no tendrías que comer lentejas”. La respuesta de Diógenes fue antológica: “Si hubieras aprendido tú a comer lentejas, no tendrías que adular al rey”. Por desgracia, son tiempos en los que la lógica del negocio, la del poderoso caballero que siempre fue Don Dinero, está por encima de la veracidad. Tal vez algún reputado encuestador comparta esa lógica más o menos en secreto. Así que, definitivamente, es cierto que la honradez no está de moda. Pero también que, como cantó Serrat, nunca es triste la verdad: lo que no tiene es remedio.