Al fin, el Presidente Joseph Biden dio el paso necesario en su presidencia: denunció abierta y claramente a Donald Trump, al movimiento MAGA (“Make America Great Again”), a los insurrectos del 6 de enero y los seguidores de “The Big Lie” (“La Gran Mentira”, la teoría de que a Trump le robaron la victoria electoral mediante un gran fraude) como lo que son: una amenaza grave a la democracia de Estados Unidos.
Desde el Independence Hall en la ciudad de Filadelfia, el 1 de septiembre, la cuna de la Constitución Americana, el Presidente Biden dio un extenso y directo mensaje, sin rodeos ni florituras verbales, en defensa de lo que llamó “el alma de la nación”.
Su pieza oratoria es la mejor que le he escuchado (https://youtu.be/wygovCnX8Uw): un mensaje franco y crudo, pero a la vez conciliatorio y abierto al entendimiento político y social. Fustigó, es verdad, a los republicanos extremistas y alertó que son ellos, los pro Trump, los que tienen secuestrado al Partido Republicano.
No dejó Biden de recordar, sin embargo, que a lo largo de su carrera política ha podido trabajar de cerca con los otros republicanos, los más centristas y moderados, los que no son incondicionales de Trump. A ellos dirigió el líder demócrata palabras de apertura y buena disposición a recobrar la senda del entendimiento bipartidista largamente perdida en Washington.
“Somos un país grande y complicado”, reconoció Biden. Su comentario lo veo como un reconocimiento realista de la situación actual de descontento y encono entre los norteamericanos a lo largo de líneas políticas, sociales, económicas , raciales y religiosas. “Podemos seguir siendo un faro para el mundo, una fuente de inspiración” de los ideales democráticos, agregó.
Por supuesto, el mensaje político hecho desde uno de los recintos sagrados de la democracia americana, se encuadra en el contexto de las próximas elecciones legislativas en noviembre, pero va más allá de un llamado a las urnas.
Al llegar diversos tipos de investigaciones, desde criminales hasta civiles, a fincarse seriamente en torno al ex presidente Donald Trump, era necesario que Biden saliera al frente a atajar una idea absurda que está sembrada por la derecha ultraconservadora en la opinión pública norteamericana: el costo político de procesar judicialmente a Trump es muy elevado, por lo tanto, es mejor dejarlo en paz para evitar mayor inestabilidad.
Digo que Biden salió a combatir esa noción absurda y dañina a la civilidad política porque, como expresó en un pasaje, “no me voy a quedar cruzado de brazos ante la amenaza contra el alma de la nación”. Tenemos el poder en nuestras manos, agregó, y la voluntad para enfrentar y deshacer esa amenaza.
Este es un Biden que, debo admitir, me sorprendió al escucharlo hablar en vivo desde mi laptop: enérgico, despierto y con voz clara y fuerte. Confieso que nunca lo había visto así y que siempre tuve mis dudas sobre su capacidad oratoria por sus problemas de fluidez verbal.
Bien dicen que es en momentos de crisis y amenazas cuando los líderes sacan lo mejor o lo peor de sí mismos. Lo hemos visto en el caso de Trump y, en lo personal, lo constaté al escuchar a Biden hablar desde Filadelfia de una manera que nunca le había visto.
No lanzó el presidente estadounidense ningún insulto ni denostación a la persona de Trump, pues no es su estilo hablar con la vulgaridad que caracteriza al expresidente perdedor de la última elección presidencial.
Lo que sí dejó en claro es que marcó un hasta aquí, una línea roja a Trump y sus seguidores más allá de la cual no podrán pasar. Para ellos, llegó la hora de rendir cuentas y asumir en los tribunales las consecuencias de sus actos, como debe ser en una nación de leyes y estado de derecho.
“Just about time”, como dicen los americanos. Gracias, Presidente Biden.